En la medida que pasan los días, el mes de diciembre nos lleva a fin de año, lo que significa que en términos de administración de programas será cerrada otra gestión, con buen resultado en algunos rubros, cierta cantidad de planes parciamente ejecutados, un número menor de emprendimientos estancados, pero entre todos, un porcentaje de mínima variación en lo que corresponde a una disminución sustancial en los programas para reducir la pobreza y más aún para tratar seriamente la extrema pobreza.
En nuestro país, los programas "sociales" están orientados a sostener una lucha abierta contra la miseria y para ese fin se acude a ciertas formas de apoyo a los sectores más necesitados, sin embargo y por las características de los servicios que se disponen, resulta que sigue vigente un número preocupante de ciudadanos que viven en extrema pobreza.
Es evidente que se ha logrado la incorporación de más ciudadanos a una variable habilitación de fuentes de empleo, pero el hecho no es suficiente para pensar que buen número de bolivianos dejaron el cuadro de miseria y lo harán por buen tiempo, esa es justamente la gran duda, cuando la inversión en proyectos productivos alcanza ciertos límites que son muy difíciles de superar debido a las propias condiciones de una economía que todavía no entra en un marco de sostenibilidad como para aplicar una resta oficial de menos pobres en el país.
Los decretos supremos que se aprueban en el frente oficial, si bien tienen su punto de coincidencia con ciertas alternativas socio políticas, no son aún suficientes para garantizar una liquidación del molde de pobreza que persiste en el área rural y en los cinturones periféricos de nuestras principales ciudades. La mayoría de empleos resultan temporales, pues algunas variables en el manejo de nuestra economía, disminución de nuestras reservas, una elevada deuda externa y la falta de algunas reglas de juego impiden consolidar adecuadas inversiones para fomentar importantes proyectos productivos.
Cuando se habla de la reducción de la pobreza y de acuerdo a los datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la tasa de pobreza de América Latina tres años atrás fue de 28,1 % de la población, en tanto que la indigencia o pobreza extrema alcanzó el 11,7 %, lo que en términos reales representa cerca de 165 millones de personas en situación de pobreza, de las cuales 69 millones viven en extrema pobreza. Hay que tomar en cuenta que entre los países de la región ocupamos un lugar con alto porcentaje de pobres.
En el plano más directo del manejo de cifras, la Cepal señala que a nivel nacional la pobreza medida a través de la pobreza absoluta se redujo de 66 a 39 %, mientras que la pobreza extrema, reconocida así por el Banco Mundial bajó de 38 a 18,8 % entre el 2006 y el 2013, sin haberse definido los indicadores de entonces a la fecha, aunque por datos preliminares se estima que no aumentó la cantidad de bolivianos en extrema pobreza.
Este hecho es alentador, por lo que significa que más bolivianos están en la franja de pobreza y no en esos límites extremos de miseria absoluta. No puede tratarse el asunto como solución global al problema, pues detrás de esta apreciación se devela que miles de bolivianos están alineados en la economía informal, por supuesto la menos segura en materia social. El asunto merece un tratamiento de solución efectiva para la próxima gestión.
Fuente: LA PATRIA
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