Viernes 08 de diciembre de 2017

ver hoy







































Se acerca 2018 y aún no conseguimos ver la luz al final del túnel. Peor aún: estamos perdiendo la ilusión de salir de la oscuridad para encontrar opciones buenas. Esto esparce el temor y aumenta la idea de que estamos lejos de vivir en plena libertad o que será alcanzable nuestro anhelo de progreso. No es nuevo: ya van casi 200 años de desventuras y desencantos que se repiten.
Para aumentar la frustración, persiste la sensación de que no somos capaces ni estamos resueltos a edificar una nación con porvenir; lograr que nuestro espacio en el planeta sea propicio para alcanzar bienestar y libertad. Tampoco el recuerdo de nuestro pasado contribuye al optimismo: perdimos guerras y, la que ganamos en Ingavi, no se la recuerda ni se le rinde justo homenaje con el fervor que a revoluciones o al encumbramiento de la ignorancia y el abuso neopopulista.
Nos aferramos a la versión de que nuestro país es muy rico y que nos espera un futuro promisorio; que es cuestión de tiempo para lograr que conformemos una sociedad justa, desarrollada y sin sobresaltos. Pero la duda crece, pues no termina el desencanto y la frustración del presente.