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Martes 05 de diciembre de 2017

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Martes 05 de diciembre de 2017
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Editorial y opiniones

«La raíz de todos los males»

05 dic 2017

Germán Mazuelo-Leytón

En una sincera encuesta moderna, sobre el mayor peligro de un bautizado para ser verdaderamente seguidor de Jesús, se concluyó que era la codicia, la sed de los bienes terrenos, y la convicción del codicioso, de que cuánto posee lo puede emplear en lo que le dé la gana.

«La raíz de todos los males es el afán de dinero», dice San Pablo. Es incontestable que la codicia es uno de los medios más poderosos de que se vale Satán para pervertir a las almas y ahogar la buena semilla en el corazón de los cristianos, a quienes les repite lo que dijo a Cristo: «Todo esto te lo daré si postrándote me adoras» (San Mateo 4, 8).

El diablo ofreció a Jesús todos los bienes de la Tierra, tratando de probar su codicia. La respuesta de Jesús ante la tentación manifiesta lo que constituye el verdadero corazón del Evangelio, la confianza incondicional en el Padre, Dios no abandona al hombre, Dios es la roca, la seguridad para el que cree. Poder vivir esta confianza no es hazaña del hombre, es don de Dios, don del Espíritu prometido por Jesús, signo de su presencia actual en medio de nosotros. Es señal de que Dios no tiene abandonado al hombre.

«Nadie puede servir a dos señores; porque odiará al uno y amará al otro; o se adherirá al uno y despreciará al otro. Vosotros no podéis servir a Dios y a Mammón [la Codicia]» (San Mateo 6, 24).

«El primero es Dios, y el otro es Mammón, nombre que significa la personificación de las riquezas. De esto resulta que el que ama las riquezas, poniendo en ellas su corazón, llega sencillamente a odiar a Dios. Terrible verdad, que no será menos real por el hecho de que no tengamos conciencia de ese odio. Y aunque parezca esto algo tan monstruoso, es bien fácil de comprender si pensamos que en tal caso la imagen de Dios se nos representará día tras día como la del peor enemigo de esa presunta felicidad en que tenemos puesto el corazón; por lo cual no es nada sorprendente que lleguemos a odiarlo en el fondo del corazón, aunque por fuera tratemos de cumplir algunas obras, vacías de amor, por miedo de incurrir en el castigo del Omnipotente. En cambio, el segundo caso nos muestra que si nos adherimos a Dios, esto es, si ponemos nuestro corazón en �l, mirándolo como un bien deseable y no como una pesada obligación, entonces sentiremos hacia el mundo y sus riquezas, no ya odio, pero sí desprecio, como quien posee oro y desdeña el cobre que se le ofrece en cambio. Santo Tomás sintetiza esta doctrina diciendo que el primer fruto del Evangelio es el crecimiento en la fe, o sea en el conocimiento de los atractivos de Dios; y el segundo, consecuencia del anterior, será el desprecio del mundo, tal como lo promete Jesús en este versículo» (Comentario a San Mateo 6, 24, Monseñor Straubinger).

Mammón, el dios del dinero, rige en gran parte el mundo, y una gran muchedumbre de hombres se prosternan en adoración ante el Becerro de oro. Acumular riquezas, reunir dinero parece ser para mucha gente el asunto capital de su vida, y lo único realmente necesario.

Desgraciadamente, a pesar de las recomendaciones, avisos, proyectos de Jesús, conservados nítidamente en los Evangelios muchos cristianos, seglares y clérigos, se hacen esclavos de los bienes terrenales, de la búsqueda desordenada de bienes materiales. Temen que algún día les falte lo necesario porque no confían suficientemente en la paternidad de Dios. Rezan mucho, acuden al templo frecuentemente, pero olvidan su responsabilidad de hacer participantes de los bienes que Dios les ha dado para que compartan generosamente con sus hermanos, y cuando dan algo a los demás lo hacen como si les regalaran algo, no como si cumplieran un deber de no quedarse con lo que no es suyo.

Efectivamente, aquel que busca desordenadamente los bienes de este mundo sentirá cómo se debilitan sus sentimientos religiosos. Poco a poco se desinteresará de los valores espirituales y eternos. Ya no tendrá tiempo ni gusto por la oración y los deberes religiosos. Toda su atención quedará absorbida por los bienes despreciables que tanto ansía.

Es un hecho que hoy en día los países más ricos son también los más descristianizados; en cambio, aquellos sectores más pobres son los más ejemplares desde el punto de vista religioso; y que estas mismas poblaciones, en la medida en que progresan en el campo material, se ven más amenazadas en el campo espiritual.

¡La codicia, raíz de todos los males! Al aclarar la realidad de lo que hace puro o impuro al ser humano, Nuestro Señor Jesucristo dice dónde reside el pecado: «Porque es de adentro, del corazón de los hombres, de donde salen los malos pensamientos, fornicaciones, hurtos, homicidios, adulterios, codicias, perversiones, dolo, deshonestidad, envidia, blasfemia, soberbia, insensatez. Todas estas cosas malas proceden de dentro y manchan al hombre» (San Marcos 7, 21-23). El pecado tiene, pues su sede en el corazón del ser humano, por eso es difícil desenraizarlo.

La mentira se encarna en los labios del usurero, del injusto, del hombre de negocios, hasta del cura de almas, y puesta su mira en el afán de bienes materiales, se olvida de todo lo demás, y cree que todo precio es justo, toda ganancia es honesta. Todo lo que se puede acaparar, de cualquier modo que sea, será considerado como posesión legítima. ¡El afán del dinero, raíz de todos los males!

El reino de Mammón está organizado con una habilidad y una perspicacia increíbles, y se llega a la peor y descarada corrupción. El gasto excesivo y el despilfarro son formas de robar, así como el contrabando, ocultamiento, apropiación indebida del fruto del trabajo ajeno, administración pública de la justicia por móviles ajenos a ella. Y si se trata del pecado de simonía («comercio de la fe»), es más grave porque se trata de una corrupción en el orden espiritual.

El gran mal aquí, el verdadero obstáculo no es la posesión misma de los bienes de este mundo, sino el apego a estos bienes, que disminuye forzosamente el amor a Dios.

german_mazuelo_leyton@yahoo.com

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