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Nerviosa, la mujer endurecÃa a momentos los brazos sobre el volante del automóvil. Fernando tenÃa que forcejear con ella para que lograra las curvas, hasta que la mujer se enfadó haciendo detener el vehÃculo en medio descampado. Pero Rebeca, es que debes poner más sueltos los brazos. No te violentes, sólo quiero enseñarte lo más rápido posible como tú misma me lo has pedido.
Tu mujer no sabe ni hacer mercado, decÃa su madre; es una floja. Y cada vez que se amargaba: Nunca debà enseñarles a mis hijos a cocinar, sabiendo que iban a resultar sirvientes de sus mujeres.
El espejo del baño refleja los ojos adormilados del hombre. Con sus cabellos ensortijados, mientras va cepillándose los dientes, semeja un cordero que de tanto correr echa espuma.
Licenciado, debe usted asumir la dirección de la empresa, le dice el presidente de la compañÃa, antes de informarle que viajará por un mes. En el cumpleaños del administrador, hacen beber a Fernando hasta marearlo. Es tan amado, dice una de las secretarias, cómo puede su mujer decirle vamos ogro a comprar juguetes para tus ogritos. Uno de los auditores cae como un monigote. Fernando lo levanta y acomoda en un sillón, le llega el recuerdo de su viaje a pie con varios compañeros de colegio, cuando al cruzar un rÃo que les golpeaba el pecho tuvo que sostener a su amigo para que no cayera. Siente deseos de llorar. No sabe si por el pasado o el presente, sólo brilla en su memoria su brazo aferrado al otro, gritándole que dejara de manotear.
Jaime Nisttahuz. La Paz, 1942. Poeta, narrador y ensayista.
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