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En su introducción a la antologÃa póstuma de los ensayos de Fairfield Porter (Art in Its Own Terms), Rackstraw Downes cita un comentario del pintor durante una de las discusiones tal vez más bizantinas del Artists´ Club de la Eight Street, circa 1952. Sus miembros estaban discutiendo si firmar las pinturas era un acto de vanidad o no. Con la lucidez exasperada de Alicia en la corte, Porter desarmó de una vez por todas ese nudo gordiano: "Si sos vanidoso, firmarlas es un acto de vanidad y no firmarlas también. Si no lo sos, firmarlas no es un acto de vanidad y no firmarlas tampoco". No sabemos cuál fue la reacción de sus colegas; tal vez ignoraron el comentario como ya habÃan ignorado otras verdades apremiantes, evidentes pero difÃciles de digerir, expresadas con insistencia por Porter en sus escritos sobre arte, durante una época de facciones particularmente rabiosas. A nadie le gusta que le recuerden lo evidente, en especial cuando las verdades a medias son mucho más abundantes y provocativas; ser el moscardón de Molière fue el destino de Porter como crÃtico y pintor, un Alcestes o Clitandro en una sociedad de précieuses ridicules gritonas. Y, en cierta medida, su reputación de excéntrico se mantiene hasta hoy, resultado de esta insistencia en decir la verdad. La belleza está en los actos, una acción vale más que mil palabras: ¿quién iba a pararse a escuchar estas pavadas en el medio de una sesión turbulenta del Club de Artistas?
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Conocà esa frase suya gracias al prefacio de Downes, pero me acomodó todos los recuerdos de ese hombre al que conocà tan bien durante más de veinte años (sin pararme nunca, ay, a escuchar o mirar bien). Claramente Porter fue sólo el último de una larga fila de ignorantes brillantes que, cada tanto, encarnan el genio estadounidense, desde Emerson y Thoreau pasando por Whitman y Dickinson hasta Wallace Stevens y Marianne Moore. El tÃtulo de un poema de esta última, "Desconfianza al mérito", los representa a todos; su preferencia por el invierno en vez del verano me recuerda otra frase del pintor en una carta a un amigo: "En Long Island, una de las mejores épocas del año es noviembre, cuando ya se cayeron las hojas. Me gusta cuando los árboles dejan de tapar la luz". Y me di cuenta, después de tanto tiempo de conocerlo, de que sus pinturas, amenas pero difÃciles de comentar (¿son lo suficientemente modernas? ¿demasiado francesas? ¿demasiado agradables? ¿esto no se hizo antes?), son parte de la estructura intelectual subyacente a sus Âopiniones, sus conversaciones, su poesÃa y forma de ser. Son intelectuales en la tradición clásica de los escritores ya mencionados porque no hay ideas en ellas, es decir, no hay ideas que se puedan separar del resto. Son idea, o conciencia, o luz, o lo que sea. Las ideas las rodean pero no se insertan en el ser del arte, como la naturaleza que rodea al frasco de Stevens en Tennessee: un artefacto, paradójicamente más natural que la naturaleza "descuidada" que se le acerca y a la cual "domina". Porter escribe sobre De Kooning: "El significado es justamente que las pinturas no tienen significadoÂ? Dejan un vacÃo tras de sÃ, un vacÃo de logros, de trascendencia y de autenticidad"; y sus palabras como crÃtico nos sirven para pensar también su propia obra.
Porter aborrecÃa el "arte como sociologÃa", al artista para quien "el arte es la materia prima de una fábrica que produce una mercancÃa llamada comprensión". Porque el arte y esa mercancÃa son una sola cosa. El arte que explica una idea, por más remota o tangencialmente que lo haga, pierde el derecho a ser considerado arte porque genera un conflicto fatal en aquello que sólo puede ser una unidad entera. "No quiero desviar la máxima atención posible de lo que estoy haciendo por evaluarlo antes de tiempo", le escribió en una carta a la crÃtica Claire Nicolas White. "Lo real es aquello a lo que uno le presta atención (es decir: la realidad nos llama la atención) y la realidad es todo. No es sólo la mejor parte, no es una esencia. Ese todo incluye tanto al pigmento como al lienzo y al tema." Y si bien la obra de Porter es el producto de una idea (la de que en el arte no hay lugar para las ideas, o al menos que no tienen una vida propia en él, ninguna autonomÃa que pueda drenar parte de la "realidad" del conjunto), esta concuerda, aunque no lo parezca, con la obra más "avanzada" de los contemporáneos a los que admiraba. De Kooning, Johns, Lichtenstein, Brice Marden, la música de Cage y Feldman: artistas cuyo trabajo parece, a primera vista, estar muy lejos de los patios y mesas de desayuno que eran los temas de Porter, si bien eran sólo una parte de este "todo". TodavÃa hoy hay admiradores de sus pinturas desconcertados por su gusto artÃstico, en apariencia caprichoso, asà como también hay quienes no pueden entender cómo Cage y Virgil Thomson pudieron admirarse mutuamente: olvidan que el arte diluye categorÃas. "Prestarle atención a los hechos es la única manera de oponerse a la generalidad", sigue Porter, "entonces la estética es lo que nos conecta a las cuestiones de hecho. Es antiideal, es materialista. No supone aprobación, sino respeto por las cosas como son". Este último punto es difÃcil de digerir para los artistas que creen en el arte como "materia prima de una fábrica que produce una mercancÃa llamada comprensión". Por eso los artistas "comprometidos" siguen haciendo cuadros que muestran los horrores de la guerra, la crueldad del hombre para con el hombre; las artistas feministas exaltan a la mujer en sus obras y creen que hicieron algo útil; y habrá, sin duda, una cantidad de espectadores que necesiten un recordatorio de lo mucho que hay para mejorar en el orden existente de cosas. Sin embargo, el asunto secreto del arte se lleva a cabo de acuerdo con misteriosas reglas propias, más allá de los confines angostos del "tema" (que es sólo uno, señala Porter, de varios elementos de igual importancia en una obra de arte). En este contexto más amplio, la ideologÃa no funciona como deberÃa, o directamente atenta contra la obra de arte, la banaliza y banaliza también la importancia de las ideas que quiere mostrar.
Para Porter el enemigo era el "idealismo", cercano a algo llamado "tecnologÃa". Como ciudadano, las cuestiones de ecologÃa y polÃtica lo preocupaban hasta la obsesión. TenÃa ideas polÃticas peculiares: habÃa sido un poco marxista a los treinta, y años después sus declaraciones podÃan virar de la extrema izquierda a la extrema derecha sin transición. Durante una conversación podÃa violentarse con temas como el uso de pesticidas o la fluoración del agua, a un punto tal que sus amigos solÃan ahogar risas o quejidos, pero siempre habÃa que darle la razón; y los años posteriores a su muerte en 1975 demostraron que tenÃa más razón de la que él mismo creÃa. Asà y todo, este hombre intensamente idealista se sentÃa amenazado por el idealismo. "La tecnologÃa (Â?) sólo se relaciona con lo útil y lo evaluable, es lo que amenaza a todas las formas de vida de este planeta. Es el idealismo llevado a la práctica." Si entiendo bien, lo peligroso no era el idealismo, sino el idealismo corrompido y destruido por hacerlo "útil". Su inutilidad es sagrada, como lo son las pinturas de Porter: vacÃas de mensaje y (en muchos casos) limpias gracias a la luz clara y desnuda de noviembre, despojada ya de la máscara del follaje romántico
En una carta anterior a la Sra. White, Porter se queja de varias frases de un artÃculo que ella escribió acerca de él y que le envió antes de su publicación. Una de ellas era: "Como no le gusta la luz blanca y brumosa del verano en los Hamptons, se va a una isla en Maine en verano". Esto lo irritó: "En realidad vamos a Maine porque desde que tengo seis años veraneo ahÃ. Es mi hogar más que cualquier otro lugar, es mi lugarÂ? Una luz blanca y brumosa jamás serÃa una razón para hacer nada". Y es inconcebible, sin duda, pensar que viajarÃa para pintar en un lugar donde la luz fuera mejor, ya que el punto era registrar las cosas como estuvieran dondequiera que se encontrara, no con aprobación, sino con respeto. "El tema debe ser normal, en el sentido de que no parezca que se lo haya buscado, sino de que le haya sucedido a uno", escribe Finkelstein, en una de las mejores discusiones que yo haya leÃdo sobre la técnica y el contenido de las pinturas de Porter (y aquà Finkelstein no quiere dar una receta, sólo caracterizar la "naturalidad" del pintor).
También objetó otra oración del artÃculo de ÂWhite: "Los Porter son callados e intensos y parecen vivir en su propio planeta encantado". No explicó esta objeción, y tal vez no hacÃa falta. Pero la Sra. White no tuvo la culpa de esta valoración: tenÃa algo de verdad, a pesar de la incomodidad que le generara a Porter. Su casa en Southampton era un lugar cautivante: enorme y elegante pero siempre un poco revuelta y adorablemente destartalada. Uno de los baños parecÃa un cuarto, mientras que arriba, en uno de los pasillos, el empapelado colgaba en tiras y a nadie parecÃa importarle. Sus hijos tenÃan una belleza extraña, los ojos muy abiertos, eran retraÃdos y hablaban como adultos. En las paredes habÃa una selección idiosincrática de pinturas de De Kooning, Larry Rivers y Leon Hartl (un artista poco conocido pero muy admirado por Porter), junto con grabados de Audubon y ukiyo-e, y un dibujo extraño de Turner; por toda la casa flotaba un aroma agradable a buena cocina, pintura al óleo, libros y aire fresco de mar. Tal vez todo eso permitÃa pensar a Porter como un intimista, y esta forma de verlo cobraba más fuerza a partir de su conocida admiración por Vuillard (aunque, fiel a su carácter, preferÃa los cuadros borrosos de la última época y no los cuadros tempranos que les gustan a todos). Y es posible que ese rechazo sin explicación a lo del "planeta encantado" de la Sra. White tuviera origen en una renuencia a que se interpretara asà su obra y se la minimizara en consecuencia.
Y cuanto uno más mira sus pinturas, menos parecen celebraciones de climas y momentos y más se vuelven fuertes, polémicas, espinosas. Pintaba su entorno como lo veÃa y daba la casualidad de que su entorno era confortable. Pero se trata de un confort engañoso: reverbera en el tiempo igual que las melodÃas inciertas de la sección "Los Alcott" en la sonata para piano n.° 2 de Ives. El color local es transparente y poroso, permite que se muestre la luz oscura del espacio. El cuadro tiene la vehemencia de la abstracción, si bien habla en otro idioma.
En la misma carta, el pintor cita de memoria una frase de Wittgenstein que le parecÃa fundamental para su propia estética: "Toda oración de nuestro lenguaje está en orden tal como está". Y profundiza esta idea: "El orden viene de la búsqueda del desorden, y la torpeza, de la búsqueda de armonÃa o de similitud, o por seguir un sistema. El orden más genuino es el que ya encontrás ahÃ, o el que encontrarás cuando no lo busques. Cuando ponés las cosas en orden, fracasás". Creo que debemos mirar la obra de Porter a la luz de estas declaraciones, preparados para encontrar el orden que ya está ahÃ, no el que deberÃa estar, sino el que está.
Traducción de Guadalupe Alfaro
Tomado de: Hablar de poesÃa