La palabra "fama" viene etimológicamente de "decir", de modo que famoso es una persona de quien "se habla", generalmente, bien. Es la reputación, el buen nombre, la honra de una persona; una virtud que se hereda de padre/madre en hijo.
De tanta infamia sólo podÃan surgir magistrados sin cuidado de su fama, que no tardaron mucho en demostrar su "calidad profesional" en procesos mal resueltos y por otros 50 que se les siguen. El colmo de sus actuaciones ha sido la reciente sentencia sobre el "derecho humano preferente", una sentencia tan absurda, según la jurisprudencia nacional e internacional, que uno se pregunta cómo se pudo llegar a semejante aberración de la lógica, las costumbres y la justicia, aun en el contexto ignominioso que acabo de describir.
En este caso, la infamia les llega por herir de muerte a la democracia boliviana, que seguramente a todos ellos no les costó nada, pero a millones de bolivianos sà nos costó recuperarla de mano de militares que hoy, despreocupados de su fama, se regocijan con recibir, cual juguetes, un edificio quitado al imperio y decretos de excepción para seguir gastando sin control y acumulando denuncias de corrupción.
Pero no son los únicos. El cruce de la lÃnea roja entre democracia y dictadura deberÃa cuestionar a la gente decente que ha sido seducida por las máscaras del evismo. Hay ex rectores y docentes universitarios que pusieron la infamia de "antiautonomista" sobre los que colaboraron con los cercenadores de la autonomÃa. Ahora deben elegir entre ser consecuentes con sus principios, como muchos que se distanciaron a tiempo, o entrar en la lista de los infames.
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