Laicado mediocre

Los seglares o fieles cristianos laicos tienen su propio lugar en la Iglesia. El seglar no es suplente del sacerdote, ni su simple auxiliar, ni aun su entusiasta colaborador. Tiene su propio campo de apostolado que de no sembrar él mismo, quedará sin siembra. Los bautizados, que son la inmensa mayoría de la Iglesia, deben adquirir conciencia de que aun cuando pudiese haber sacerdotes abundantes, su función en la Iglesia no puede cumplirla sino él, sin suplentes.

El cura de almas y el seglar o laico, cada cual tiene su propia función y misión, y si no hay vocaciones al sacerdocio, es porque se desprecia el carisma de los laicos.

Si cada uno de los cristianos perfumase de espiritualidad, su vida, su trabajo, sus relaciones sociales y el uso de sus bienes, indudablemente la sociedad se transformaría, porque no habría ambiente alguno en el que no impusiera suave y eficazmente la doctrina y la obra.

Primera desgracia: que están alejados de la práctica religiosa, porque ni participan de la Santa Misa, ni reciben los sacramentos, ni se dedican en el mayor conocimiento de la doctrina, ni practican las obras de misericordia de su ambiente, son como fantasmas que no tienen cuerpo ni alma, que apagaron voluntariamente la luz y el calor divinos que recibieron en su bautismo.

Segunda desgracia: que no han sido educados en la Religión Católica, por lo que ignoran su dignidad de hijos de Dios, la hermosura de una vida recta, la utilidad de la verdadera oración y del auténtico sacrificio voluntario, de la religión saben menos que un analfabeto de las fórmulas matemáticas más complicadas.

El mal de hoy en día estriba en que dejamos desaparecer a las personas en medio de la masa, y es una verdadera desgracia olvidar que una masa de mil individuos es en realidad un millar de almas, cada cual con todas las posibilidades de hacer el bien o el mal.

Tercera desgracia; que no se sienten parte de la Iglesia que les eduque, en su vida privada y pública no llevan señal alguna de su catolicismo, ya que se comportan como si fueran puramente paganos, son el descrédito, la angustia de la Iglesia, una tragedia espiritual.

Y cuarta desgracia: que no se han integrado al apostolado activo de la Iglesia, cuando más, asisten al templo para participar en la boda de algún familiar o en el funeral o Misa recordatoria de un difunto amado. Y en esa ocasión da pena verles, pues que desconocen cuándo se han de arrodillar o ponerse de pie, o sentarse o santiguarse, menos aún qué han de responder a las fórmulas de invitación del sacerdote.

El Papa Pío XI se había referido a éstos como cristianos «semicirculares». La participación ocasional de las masas en celebraciones religiosas ha desembocado en una no práctica, la que sin lugar a dudas está conduciendo a un período de incredulidad.

Pero se da una dicotomía. Cuando las parroquias carecen de fieles, hay preocupación por atraer a los bautizados, y contrariamente, cuando los laicos adquieren «mayoría de edad», se les ponen trabas de todo tipo, y muchos prefieren que los laicos permanezcan en la ignorancia doctrinal. Cuando digo «mayoría de edad», no me refiero a la insana y equivocada idea de que el laico debe cumplir casi las mismas funciones que el presbítero, me refiero a su deber y derecho de tomar parte activa en el apostolado de la Iglesia.

Todos los Papas del siglo XX han insistido en la urgencia de que cada bautizado tome su lugar en la Iglesia, han recordado, insistido y llamado a que cada miembro del Cuerpo Místico de Cristo sea un apóstol.

No es hora de un cristianismo conformista porque vivimos en un mundo paganizado. Lo señalaba ya el Papa Pío XI: «Nos toca ahora, como ha ocurrido más de una vez en la historia de la Iglesia, enfrentarnos con un mundo que ha recaído en gran parte en el paganismo» (Quadragesimo anno, 141).

La Jerarquía Eclesiástica por más de medio siglo está hablando de «la hora de los laicos», «la mayoría de edad del laicado», «compromiso político de los laicos», «impregnar del Evangelio todas las realidades del mundo secular»; el Vaticano II dedicó todo un Decreto, al apostolado de los laicos, y sin embargo, nunca como hoy, el Evangelio ha tenido tan poco influjo en el pensamiento, y las costumbres, el arte y la cultura, en las leyes y las instituciones, en la educación, la familia y los medios de comunicación social.

El P. Tomás Morales S.J., gran formador de laicos, decía: «Reconozcámoslo. En la actualidad, en los últimos siglos, hemos tenido uno de los laicados más mediocres de la Humanidad. Los laicos, en grandísima parte, han organizado el protestantismo que paraliza a la Iglesia Católica en tantas naciones. El comunismo ha creado el imperio más grande de la historia, el gran imperio rojo, y el comunismo está constituido sólo por laicos» (Laicos en marcha).

«En la lucha contra el materialismo, se ha de lanzar esta consigna obligatoria: volvamos al cristianismo de los orígenes. Los cristianos de los primeros siglos se opusieron a una civilización pagana y materialista que se enseñoreaba sin oposición. Se atrevieron a atacarla, y al final, se impusieron, gracias a su tenacidad constante y mediante gravísimos sacrificios» (Pío XII, Radiomensaje 16-05.1954).

El hombre de nuestros días está cada vez más insatisfecho o defraudado. Harto de vagabundear por los caminos de las ideologías que lo alejan de sus más profundas aspiraciones, busca la verdad, la luz. Busca, sin darse cuenta quizá, a Cristo reflejado en tu vida. Pero, la acedia y la tibieza de los bautizados, produce más apóstatas que apóstoles.

german_mazuelo_leyton@yahoo.com