Vivimos unos tiempos en los que cada vez es más preciso sentir la necesidad de crecer en la compresión mutua y en el respeto, como miembros de un linaje predestinados a entendernos. Esto nos confirma que, aglutinados bajo las alas de este espÃritu conciliador, todo es más fácil para el encuentro. No podemos permitir que nos arruinemos por nuestra propia irresponsabilidad. Es hora de nuevos entusiasmos, de querer y poder hacerlo, puesto que hemos de trabajar más unidos que nunca, con la confianza de tender puentes. Dicho lo cual, pienso que debemos romper los patrones existentes de impunidad, apoyando incondicionalmente aquellas causas que creemos justas.
Para empezar, ojalá aprendamos a convivir y a estar a favor de la verdad, la diga quien la diga. Es una desgracia, como otra cualquiera, que aún no hayamos aprendido el sencillo arte de querernos y de amarnos. Sea como fuere, en un mundo de fugitivos como el presente, todos parecemos huir hasta de nosotros mismos. DeberÃamos, pues, recapacitar mucho más, cuando menos para ver la manera de emprender un nuevo itinerario de discernimiento, con más horizontes y menos muros, con más generosidad y menos competitividad entre nosotros, con otra misión más humanista injertada a esa innata sabidurÃa que todos llevamos consigo¸ en vez de sembrar tantas contiendas inútiles, que tanto nos degrada y nos hace unos desgraciados.
En cualquier caso, resulta asombroso observar que esta humanidad globalizada todavÃa no sepa vivir armónicamente. Está visto que cada uno de nosotros sólo será equitativo en la medida en que haga lo que le corresponde hacer, en esta permanente corrida de huidos, que tampoco nos lleva a buen puerto.
Desde luego, hemos de perseverar en otros finales más bienhechores. Por eso, nos hará bien reflexionar continuamente, máxime cuando las ciudades son casi siempre ruidosas, ahondar en nuestras raÃces, compartir vivencias y preocupaciones, vencer y superar las desigualdades sociales, la indiferencia egoÃsta, la prepotencia estúpida y altanera, asà como esta desbordante intolerancia que nos aniquila permanentemente.
De igual forma, me mata ver a esos humanos que escapan de la pobreza o de la persecución en sus paÃses. Nadie se merece tanta crueldad. DeberÃamos ser más solidarios, o si quieren más devotos de lo fraterno. La falta de lo necesario para vivir humilla a todo ser humano, es una catástrofe ante el cual la conciencia de quien tiene la responsabilidad de intervenir no puede (ni debe) quedar impasible.
Gobernemos gracias al amor a ese pueblo y no gracias al poder que me otorga. Considero, por tanto, que tenemos que poner la mirada en las cosas más esenciales, como puede ser el de un desprendimiento que va contra la lógica del poseer, y de la búsqueda incesante del lucro que, por otra parte, jamás nos sacia.
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