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Domingo 05 de noviembre de 2017

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Cultural El Duende

Herencias de la literatura boliviana

Bases para el estudio de las letras bolivianas

05 nov 2017

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Segunda y última parte

Ignacio Prudencio Bustillo, hacia 1921 publica lo siguiente: "De las razas que forman la población nacional, solo la blanca posee genio artístico", calcando juicios de Arturo Oblitas que considera a la raza aimara "bárbara y temible". Bustillo prosigue: "Falto de imaginación y de sensibilidad, frío y reconcentrado, el indio es más apto para el trabajo material de arañar la tierra o ahondar en sus entrañas, que para atormentar su cerebro con las elevadas especulaciones intelectuales". Su condena se hace más radical al añadir: "La aptitud artística es un don que no se adquiere con el trabajo. Ella nace con el individuo. Forma, también, el patrimonio de algunos pueblos", que presumimos deben ser de raza blanca porque concluye con las siguientes palabras: "El indio no rindió culto a la belleza, ni aún en los buenos tiempos de la dominación de los Incas, la edad de oro de esta raza. Más que el régimen político opresor, más que la división de la sociedad en castas y la falta de medios propios para transmitir el pensamiento a otras generaciones, el indio no es poeta, ni músico, ni pintor por idiosincrasia". Y así redundan en tópicos más o menos similares Benjamín Blanco y Arturo Oblitas,

Juan Francisco Bedregal, Rosendo Villalobos y otros autores se hacen eco de los juicios de Marcelino Menéndez y Pelayo. Finalmente, el que Fernando Diez de Medina, de 1953 a 1981 (año en que sale la cuarta edición de su "Literatura Boliviana"), no hubiese revisado el enfoque de su obra implica la obsolescencia de muchos de sus conceptos.

Cuando Carlos Medinaceli sostiene que "nuestros novelistas, aún sin proponérselo, con la mera presentación impersonal y objetiva de los hechos, reflejan y brindan al hombre de estudio un riquísimo material para deducciones de otra índole, no sobre el arte, sino sobre la vida nacional. Valen como documentos para estudiar la sociología boliviana, no como novelas, por la dosis de belleza o deleite espiritual que contuvieran", puntualiza un hecho que es innegable y no sólo en Bolivia, como remarca el escritor argentino Rudolf Grossmann al decir: "En la literatura latinoamericana interesa, en primer término, lo humano biológico, el ser de carne y hueso; no el concepto de nación, por ejemplo, sino el héroe nacional, el prócer, como figura concreta", pero es innegable en un aspecto que es más válido para el investigador que para el lector común, evidenciando, además, que la carencia de modelos propios en la creación estética ha hecho que se destaque esta serie de elementos ajenos a la literatura misma, como ser la raza, el estatus social, la situación política, etc., como lo único relevante de nuestras letras.

Por otra parte, en un país que se debate por salir del subdesarrollo, no existen escritores a tiempo completo, dedicados íntegramente a su labor creativa; muchos de los más valiosos terminan por sucumbir a los devaneos de la política o por burocratizarse hasta perecer con su obra. El estudio de las letras latinoamericanas, y en nuestro caso de las bolivianas, debe emprenderse sin perder de vista sus propias estructuras socioculturales que determinan su naturaleza específica, respetando sus raíces ancestrales, en un contexto que no niega la adquisición de los hábitos impuestos en su devenir histórico. Asimismo, lo innegable es que las le- tras, y concretamente las artes latinoamericanas, constituyen el permanente reflejo de las razas que se fusionan en contornos geográficos más o menos definidos. Sus orígenes se han perdido en los abismos del tiempo al igual que en todas las grandes culturas. Asomarse al pasado es ponerse de cara al misterio de la vida. El investigador, en una suerte de taumaturgia, escarba los vestigios e infiere el desarrollo de sus causas originarias. El arte precolombino que hoy admiramos, en medio de la relatividad de lo que expresa, nos muestra el grado de desarrollo que han alcanzado nuestras culturas nativas hasta la llegada de los conquistadores. Carlos Medinaceli, al refutar la posición de José Eduardo Guerra, quien piensa en 1933 que fatalmente debemos "volver los ojos hacia Europa", dice: "En el terreno ideal del Arte, ¿por qué no vamos a tener derecho a ir en busca de nuestra propia expresión, defender la originalidad de nuestro espíritu y dar una emoción autóctona a nuestras letras?". La pervivencia del arte autóctono es real, tan real que se ha impuesto en su música, llevando el folklore a una dimensión más universal. No hay limitaciones en las expresiones del espíritu, de ahí que tampoco es un problema el hecho de si ha habido o no una escritura gráfica en el incario, pues, nos hallamos frente a un resultado concreto que constituye el caudal literario que vamos descubriendo, y lo cierto es que ese primer estado de tradición oral de las letras precolombinas aún subsiste en el área rural, aflorando con una serie de obras remozadas en cada festividad patronal. Es que, como también afirma Grossnann: "En el Nuevo Mundo se desarrollan paralelamente, en el mismo espacio y al mismo tiempo, literaturas fundamentalmente distintas según su origen racial: la de los aborígenes, la de los conquistadores hispano-lusitanos y la de los negros", y no creemos, como manifiesta Ignacio Prudencio Bustillo, que "sólo la raza blanca posee genio artístico". La prueba está en el "Ollantay" y todos los cantos anónimos que se conocen como literatura popular; en Wallparrimachi, poeta indígena del período de la Independencia y, en fin, en la arquitectura de Tiwanaku a Inka Llajta y Monte Punku, en la alfarería, los tejidos y la música nativa que vamos gustando en la actualidad.

Por último, como elemento básico de nuestras letras, también procuramos estudiar aquella producción literaria que desde la Colonia se ha mantenido, por así decirlo, en la clandestinidad, al margen de los tratados e historias especializadas, quedando dispersa en antologías y demás publicaciones periódicas; asimismo, aclaramos que nuestra posición va contra toda forma de colonialismo intelectual que niegue las raíces autóctonas de la bolivianidad; por eso no podemos admitir el criterio errado de un reseñador hispanófilo que considera que "Bolivia surge con el Descubrimiento, Conquista y Fundación de Nueva Toledo, tierra transformada en Charcas y que finalmente tomará el nombre definitivo de Bolivia".

Al contrario, surge con Tiwanaku y todas las culturas que nos han dejado una huella indeleble no solo en el pigmento de la piel, las costumbres o lo que llamamos folklore, sino en el mismo sentimiento que nos liga a la tierra con una mística deliberadamente ignorada por los indígenas o mestizos desclasados que aman, se nutren y piensan a la europea. Por otra parte, Eduardo Galeano, en su libro "Las venas abiertas de la América Latina" advierte: "Desterrados de su propia tierra, condenados al éxodo eterno, los indígenas de América Latina fueron empujados hacia zonas más pobres, las montañas más áridas o el fondo de los desiertos, a medida que se extendía la frontera de la civilización dominante", civilización en nombre de la que se pretende borrar de nuestros países la existencia cultural y física de esta raza cósmica cuya sangre, quiérase o no, también corre por nuestras venas.

Fin

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