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Domingo 05 de noviembre de 2017

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Cultural El Duende

Manuel María Pinto, otro modernista boliviano

05 nov 2017

Daniel Sánchez Bustamante

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No hace un año que se apuntó la tímida chispa del Modernismo en Bolivia. Su concepto aún no está precisado: hay quien le confunde con el "Decadentismo" deshecho, y hay quien le practica regresando inconscientemente al "Romanticismo". Ángel Díez de Medina confesaba su viva simpatía por "los nuevos" al mismo tiempo que en Sucre se había concentrado un joven cenáculo rasgando valiente el velo de lo resabido, para mirar los flamantes caminos de la eterna ciudad del Arte y para escoger el que mejor podría llevarle, calmando sus febriles aspiraciones y señalando puntos de acierto a su infinita curiosidad. Mas, antes, hubo modernistas: estaban en el estado "latente" y no quisieron alzar la bandera de la cruzada y pasar, así a su estado radiante.

Ahora nos llega otro eco simpático, amigo y muy acorde con las vibraciones filoneístas. Es Manuel María Pinto, residente en Buenos Aires, que dirige carta llena de interés a Rosendo Villalobos, con motivo de su tomo de poesías Ocios Crueles. No conozco sino fragmentos de ella que aparece en "El Comercio" de La Paz, lo cual es suficiente para revelar al esteta poseído de amor a la investigación e imbuido de la alboreante claridad contemporánea. La misiva une su fina prosa musical, altiva, consciente, vaciada en molde francés, de donde cae, cual fea mácula, algún galicismo impasable como banalidad y algunas construcciones rebeldes contra la índole de nuestro idioma, que, a mi juicio, se presta, sin violencias, a todas las preciosas exquisiteces y hondas y misteriosas armonías que quisiera arrancarle un Henry de Regnier, un Moreas o un D´Annunzio, y que han sabido evocar y cincelar Rubén Darío y Salvador Rueda.

El origen de tantos galicismos de concepto y de forma que cometemos los escritores de América, está en la seductora y luminosa influencia que parte de París, cuyas revistas reinan en los círculos intelectuales, traídas y difundidas en alas de magnética atracción. El alma francesa está educando al alma americana. En tanto que de la hidalga España, cuya índole amamos en nuestro interior como remota e inefable armonía, no sentimos defecto de vínculos o reclamo de tan constantes influencias y seducción. Tendríamos que pactar, americanos y españoles, sacra alianza; ellos para radiar intensa y nuevamente, y nosotros para mantener inmaculado el brillo castellano en nuestra cultura, lo cual se conformaría con las leyes de la estética y la etnografía.

La carta de Manuel María Pinto es brote de ingenio sano, discreto y robusto, educado solo por sí mismo, porque para nuestra instrucción universitaria la Filosofía del Arte vale tanto como la altura de las montañas de Sirio, pero educado en lecturas francesas; Taine, Guyau, Mallarmé, Hirth, traducido al francés, y luego toda la pléyade que circuló y circula alrededor de La Pluma, de la Biblioteca de Mercurio de Francia, de la Revue Naturistee etc.

De ahí que su estilo vivo y exquisito aún no haya hallado formas voluntarias y definitivas y períodos consentidos; nótase la vaga reminiscencia, la inadvertida imitación casi fiel de las formas e ideas acariciadas en las lecturas:

"Es una forma pasional: nunca será impasible." Pero, ¿acaso el arte vive de otra cosa que la pasión? Entre la sensación o imagen, (reviviscencia de sensaciones, como lo define Taine), y la expresión, ¿acaso no media la pasión, el temperamento individual como indispensable corolario del arte? La Sugestión o Alusión que diría Mallarmé, ¿no tiene por resorte principal la pasión? Para quien sueña con un arte impersonal, algo menos que plástico, un poeta pasional que no cincele joyas raras, que no pinte paisajes japoneses, que no escancie el licor de la idea en ánfora cuidadosamente exhumada de alguna rancia ruina, que no se deleite con las emotividades de Nerón y que, en fin, no exorne sus versos con la erudición recomendada por Benville, de los catálogos de almacén y los libros de cocina; no es tal poeta. Pero, para quien juzga sin prejuicios de maffias literarias, sin el misoneimo de los estetas y sin el olímpico canon del maestro que saluda a las ocas normales con la sabida frase de Apeles no sutos ultra crepidam: un poeta pasional es un verdadero artista en el más extenso sentido de esta palabra.

Habreís notado también cómo se cierne allí un acentuado pedantismo amenazando borrar la noción clara, la percepción definida y transparente y reventar en palabras esotéricas traídas por el prurito de exótica y extraña cacofonía.

En cambio ved la frescura, la fantasía triunfante, la tersura y la natural afinación en estas ideas:

"El Amor y el Recuerdo son el alma de Ocios Crueles. El amor en este poeta es impúber y llegará a ser místico. ?l canta el beso en flor, el beso de luz, el beso de los ojos, el beso de la boca -el Beso- sagrado anillo nupcial de las almas. Pero, ¿dónde el beso de sangre, el beso eucarístico de posesión, el beso epiléptico que hace hervir el vino de las venas, el beso que purpura los lirios y hace brotar el sonrojo como una caricia?

Quien ha escrito tales líneas es un espíritu muy bien cultivado, que sabe vibrar al soplo de la verdadera belleza y que sabe sentirse con bríos suficientes para ascender a mejores concepciones, dejando que naufrague el barco viejo carcomido que contenía presuntas reglas de retórica con la tabulatura del Beckemesser americano.

Por lo demás, en el fondo de la carta repiquetean tenuemente la imitación, la ajena idea y la formación inorgánica de las cláusulas, tomándolas así: a la diestra de Mallarmé, a la siniestra de D´Annunzio, por delante aparece Collante y por detrás Eugenio de Castro; y todo dentro de los cortes, citas y sugestiones del Dante, de Guyau, de Hirth ? ¡alocada erudición! El crisol de la originalidad y de la adaptación orgánica de tantas y tan bellas emociones artísticas, aún no ha dado en este escritor su esencia adecuada, o, mejor, su residuo brillante y pulido, cual aparecen las moléculas de oro después de polvoriento ensayo.

Manuel María Pinto se deja apuntar demasiado por el flamante estol artístico de París; se ha penetrado apasionadamente de él. En tanto, está muy por encima de los adolescentes modernistas que en el Perú y Centro América no hacen sino plagiar lo que no entienden y nos espetan cuanto el absurdo humano puede arrojar desde el cacumen, en papelitos de colores, cintajos recortados a regios ornamentos y palabras arrancadas sin concierto de Azul? o de Prosas Profanas. Rubén Darío está trastornando toda la serie de cabecitas nacientes que se agolpan "en carrera a la muerte", así como los imitadores de Víctor Hugo, vahídos y perdidos bajo las ruedas de la triunfal carroza de 1830.

Felizmente para Bolivia los pocos apóstoles, discípulos y fieles del modernismo, lo entienden de muy distinto modo: estudian la fulgurante evolución actual, para fijarla -pian piano- en la elaboración de la literatura nacional. Admiran, pero no imitan los refinados productos de la decadencia. Aun en Francia la corriente más seria moderna, sino execra el extravío sistemático de las jóvenes inteligencias lanzadas en su neurasténico afán de buscar los misterios y las quinta esencias a través de un lenguaje de sostenida scintilación. En prueba de ello, recuerdo estas palabras de Julio Lemaitre:

"Estos artistas manejan la lengua a su guisa, no como los grandes escritores porque la saben, sino como los niños, porque la ignoran. Dan ingenuamente a las palabras sentidos inexactos. Y así se creen los artistas más delicados y más sabios de nuestra literatura".

También Guyau en su tratado del Arte desde el punto de vista sociológico condena toda esa porción de escuelas o cenáculos que se dan a la orquestación y las armónicas difíciles, porque las considera insociables, síntomas de decadencia y porque cree que la misión del arte es despertar emociones estéticas de un carácter social.

Daniel Sánchez Bustamante.

La Paz, 1870-1933. Escritor.

Nominado "Maestro de la juventud".

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