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Domingo 05 de noviembre de 2017

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Cultural El Duende

Mario Miranda Pacheco en mi recuerdo

05 nov 2017

H. C. F. Mansilla

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Lo conocí cuando era ya un señor muy mayor: un gran conversador, un hombre de un notable bagaje cultural, un divulgador generoso de ideas ajenas, un alma desinteresada sin las típicas duplicidades de los intelectuales andinos. Mario Miranda Pacheco (1925-2008) estudió filosofía en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y realizó cursos de postgrado en Francia y Gran Bretaña. Salió al exilio en 1971 y vivió hasta su fallecimiento en México, donde fue catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México. Esta casa de estudios le otorgó el Premio Nacional de Docencia en 2007. Sus obras principales son: Bolivia en la hora de su modernización (México: UNAM 1993) y Signos y figuraciones de una época. Antología de ensayos heterogéneos (La Paz: Plural 2004).

Por varias razones yo quisiera llamar a este último libro "Signos y fulguraciones de una época", pues deja entrever los resplandores del pensamiento progresista boliviano en las últimas décadas del siglo XX, resplandores opacados por el pensamiento neoliberal, por un lado, y por los seguidores dogmáticos de un marxismo de segunda mano, por otro. Todos ellos cambiaban de línea político-partidaria como de camisa, pero se mantenían fieles a un principio sagrado: el corazón a la izquierda, pero el bolsillo a la derecha. Miranda dispara sus dardos críticos contra los conversos que a partir de 1985 descubrieron las bondades del capitalismo; eran gente que antes había militado de manera fervorosa y hasta fanática en el campo de la izquierda. Con el celo propio de los conversos se dedicaron entonces a propagar un neoliberalismo ramplón y exento de elementos humanistas. Poco después, a comienzos del siglo XXI, esas mismas personas se plegaron a las corrientes socialistas e indianistas de moda, y con ahínco comparable se consagraron a revitalizar doctrinas que habían caído en decadencia. Esta vez lo hicieron con ayuda de las corrientes postmodernistas importadas de la vilipendiada Europa. Menciono estos hechos, que pueden ser calificados de baladíes, porque Mario Miranda intervino en la fundación de dos instituciones donde han proliferado estos intelectuales acomodaticios: la Facultad de Ciencias Sociales de la UMSA y el Partido Socialista. Ambos organismos rodearon de silencio la persona y la obra de Miranda, y eso no fue una casualidad.

Signos y figuraciones de una época es también un libro del recuerdo y la nostalgia: destierro, exilio, desarraigo, memoria, reminiscencias y otros conceptos similares se encuentran a lo largo de todo el texto. Todo exilio es una pérdida dolorosa, pero a la vez una posible ganancia metodológica. El camino cognitivo que significa la distancia ofrece nuevas perspectivas, evitando el dogmatismo de un solo punto de vista, es decir de una visión dominada por lo familiar y habitual, pero por esto mismo también limitada y estrecha. El desarraigo representa la posibilidad de advertir los lados positivos y los negativos, los logros y las mezquindades de la sociedad y del pequeño mundo que uno fue obligado a abandonar y que no tuvo tiempo o vocación para observarlo con detenimiento crítico. El exilio debilita la pasión del involucramiento inmediato y la tiranía de las cosas pequeñas del entrañable quehacer cotidiano. Mario Miranda experimentó sin duda horas amargas lejos del hogar primigenio, pero su pensamiento y sus vivencias se enriquecieron. México llegó a modificar sus valores y creencias.

Por todo ello el libro de Miranda examina las luces y las sombras del proceso de modernización en Bolivia y América Latina, en lugar de cantar solo loas a la modernidad occidental y a los procesos de globalización y en vez de celebrar los presuntos triunfos de las revoluciones socialistas. Varios capítulos del libro tratan de los espejismos y las ambigüedades inmersas en todos los procesos de desarrollo acelerado. Miranda fustiga también, con toda razón, el "colonialismo" de las modas postmodernistas, que en las ciencias sociales bolivianas han tenido un curioso florecimiento, unidas al marxismo y al indianismo más convencionales. Nuestro autor reconoce que dentro de las corrientes afectas al postmodernismo hay algunos elementos valiosos, como los análisis de Daniel Bell, cuya "sociedad post-industrial" sigue siendo una obra básica de consulta debido a la riqueza de sus datos empíricos y a la cual Miranda le consagra una de sus mejores páginas.

Casi no hay dudas, por otra parte, de que el avance en el conocimiento es siempre algo doloroso y traumático -como el que genera el exilio- y que constituye una de las pocas maneras seguras de ampliar el horizonte y evitar el provincianismo. Durante mis largos años de estudio en Alemania yo también pensé que la distancia favorece un buen acceso a la ciencia y al conocimiento en el campo socio-histórico, aunque obviamente no es el único camino seguro hacia el saber. Como es obvio, muchos estudiantes extranjeros cultivaban en Europa la idea de que la separación con respecto al ámbito de origen nos podría brindar la necesaria objetividad para juzgar el universo de lo social y para evaluar más adecuadamente nuestro modesto campo de acción en la perspectiva del ancho mundo.

Entre los amigos de mi padre y en las charlas del legendario Café del Club de La Paz conocí a Mario Miranda Pacheco y a Sergio Almaraz Paz. Este último (1928-1968), sin haber sido desterrado, construyó igualmente edificios teóricos de notable solidez. Pero también para él la vía del saber fue ardua y enrevesada. Su obra, breve y fulgurante, es indispensable para entender la Bolivia contemporánea. No compartí sus ideas y sus ideales, situados entre el socialismo y el nacionalismo -como en el caso de Miranda-, pero siempre he admirado su integridad, su calor humano, su inteligencia. Es una pena que un pensamiento marxista, diferenciado y tolerante, como fue el de Almaraz y Miranda, actualizado y nutrido de las corrientes del debate mundial, no haya prosperado en Bolivia. Y es aún más lamentable que sobre la obra de ambos se haya extendido el manto del olvido, lo que pasa en América Latina tan a menudo si el autor no es simultáneamente un maestro en relaciones públicas y compadrerío. Pero lo más deplorable es que la izquierda boliviana no haya seguido su ejemplo de entereza moral y rectitud profesional. Ambos no se parecían a los intelectuales de la izquierda, tan expertos en oportunismo y tan ignorantes de lo que ocurre allende las fronteras patrias.

Mario Miranda Pacheco y Sergio Almaraz tuvieron la mala suerte de pertenecer a un país pequeño, cuyas autoridades no han hecho mucho para difundir el pensamiento de sus hijos más preclaros, y cuya población, en todos sus estratos sociales y ámbitos geográficos, no siente precisamente un gran cariño hacia esfuerzos intelectuales y científicos. En esta constelación de acomodamiento grosero y desierto cultural, Miranda y Almaraz no gozaron del reconocimiento que merecían. Con esta situación en mente y para caracterizar la nación con pocas palabras, Almaraz aseveró una vez delante mío: "Bolivia es el país donde todo es mezquino, menos el sufrimiento". Otros atribuyen la frase al presidente Daniel Salamanca. Es una exageración, evidentemente, y una injusticia con respecto a la mayoría silenciosa y sufrida de la población, pero constituye asimismo un sentir muy difundido, que proviene de intuiciones existenciales profundas y no de meros ejercicios de un frío racionalismo.

Uno de los capítulos más interesantes del libro de Miranda es aquel destinado a analizar la obra de los dos Arguedas del área andina. El autor traza un interesante paralelismo entre la vida y la obra de Alcides Arguedas y José María Arguedas, mostrando las semejanzas y las disparidades entre ambos creadores. Alcides Arguedas fue un precursor, oficio siempre ingrato: en su tiempo no se aprecia para nada su originalidad, y luego viene el largo periodo de un clásico no leído, sobre el cual se inventa toda clase de falsedades. El boliviano Arguedas fue a nivel latinoamericano el iniciador del indigenismo, mérito que no se le reconoce ni en su patria nativa. En un "lenguaje racionalista y áspero", como dice Miranda, con "palabras recortadas como las aristas del granito andino", Arguedas condenó la injusticia y la opresión en que vivían las etnias aborígenes. El libro sociológico de Arguedas, Pueblo enfermo, fue calificado por Miranda como la "expresión dolorosa y traumática del conocimiento". Representa asimismo un análisis pionero en América Latina, basado en datos empírico-documentales, del cual la opinión pública mayoritaria solo conoce algunas exageraciones y anécdotas.

Miranda reconoce también lo rescatable del orden liberal en la turbulenta historia boliviana, que es la armonía de las desigualdades, como nuestro autor titula uno de los capítulos de su obra. Aquí es justo recordar que la frase proviene del presidente Bautista Saavedra y específicamente de su libro La democracia en nuestra historia (1921). Saavedra fue un intelectual notable y un gobernante mediocre, en el sentido de reproducir las rutinas y las convenciones menos recomendables de su época. Pero fue mérito suyo el censurar tempranamente los intentos de uniformamiento social. "La igualdad, la uniformidad, la unanimidad", afirmó Saavedra, son la negación de la autonomía, de la libertad, de la democracia misma, y añadió que "la hermosa armonía de desigualdades", que es la naturaleza misma, sólo florece en un ambiente de disparidades y diferencias. Este concepto de Saavedra sirve asimismo de título a la obra principal de Marta Irurozqui, otra autora cuya notable obra -consagrada exclusivamente a este país- es prácticamente ignorada en Bolivia.

Es de esperar que las generaciones futuras redescubran la obra de Mario Miranda Pacheco y adopten algo de su ethos crítico y a la vez tolerante.

Hugo Celso Felipe Mansilla.

Doctor en Filosofía.

Académico de la Lengua.

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