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Domingo 06 de junio de 2010

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Revista Dominical

Un clima de incertidumbre

06 jun 2010

Fuente: LA PATRIA

Por: Ernesto Montero Acuña - Editor de temas globales. (Prensa Latina)

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Cuando alguien pregunta preocupado acerca del estado del planeta, refleja la incertidumbre en que transcurren la existencia actual y el futuro hipotético de los seres humanos.

Hoy un accidente relativamente pequeño, en relación con los graves riesgos globales, causa un desastre en un pozo de la British Petroleum (BP), enclavado en el Golfo de México, y provoca una incalculable catástrofe ecológica.

Se afectan especies marinas de todo tipo, a la vez que las costas de varios estados de la Unión Americana y países como México, Cuba y otros se encuentran en grave peligro.

No se halla forma efectiva de evitar la expansión del derrame, entrampados entre la necesidad de solucionar el problema y la pretensión de lograrlo al menor costo, cuando se arriesga lo máximo.

A pesar de ocupar el octavo puesto de la revista Forbes, la británica BP es sólo la tercera compañía en esta actividad energética, después de ExxonMobil y Royal Dutch Shell.

Mas la lógica empresarial de estas y otras agrede hoy a un planeta al que se precipita con aplastante constancia hacia el instante en que un fenómeno, quizás en apariencia insignificante, pueda conducir a la catástrofe definitiva.

Así viene ocurriendo, históricamente y casi sin percibirlo, en todos los sitios de la Tierra, sin que existan sanciones severas contra los transgresores.

Las que pueden parecer pequeñas consecuencias locales, sumadas a otras igualmente microlocalizadas, vienen conformando un daño ecológico planetario cada vez mayor.

Miles de millones de personas habitaban en torno a los que fueron ríos cristalinos, lagos impolutos, montañas transparentes y ciudades acogedoras y de aire puro.

Pero hoy pueblan, en numerosos casos, corrientes y embalses de aguas asqueantes, estribaciones brumosas, megápolis violentas y un clima que agrede sus frágiles pulmones.

A la vez, una humanidad que sufre y provoca la mayor parte de esos daños, crece al ritmo de 80 millones de personas al año, sumados a los seis mil 800 millones continuamente crecientes.

Un reloj a ritmo constante refleja cómo sólo en 40 años más esos pobladores ascenderán a nueve mil millones y en otros 30 a 12 mil millones, si las guerras y las pandemias no lo impiden.

Hace apenas una centuria y media el mundo había alcanzado, desde el origen del hombre, menos de la sexta parte de la población actual.

Aquella, además de ser enormemente menor, resultaba ecológicamente menos agresiva, debido a condiciones de existencia en muchos sentidos bucólicas.

La tendencia a la irracionalidad en la búsqueda de ganancias y a la distribución cada vez más desigual de estas, conduce a que los hombres, polarizados, se enfrenten crecientemente a la irracionalidad como salida.

En tales condiciones, ¿quiénes consumirán el agua más escasa en el futuro, a quiénes pertenecerán las fuentes de energía en extinción, dónde se refugiarán adecuadamente tantos humanos indefensos, cuál será el concepto de justicia que prevalezca?

Hace relativamente poco, "el año que nieve" había devenido expresión irónica en países del trópico para denotar lo que era imposible que ocurriera por esos lares.

Ahora la expresión podría trocarse en lo contrario, si la voluntad humana no interviene antes decisivamente, frente el descongelamiento de los polos y los glaciares.

Cada día se observan, al lado de cada ser humano, las evidencias del daño en camino.

Más personas cada vez, urgidas de recursos vitales, habitan un planeta de capacidad ecológica en progresión decreciente.

El desarrollo, la cultura y mecanismos de control de la natalidad podrían conducir a un equilibrio relativo, más que exiguas minorías concentren los medios necesarios a enormes mayorías impiden lograrlo.

"Ya mero", como suelen decir los mejicanos, se debe producir en Cancún otra cumbre sobre cambio climático, sin que exista la voluntad concertada de lograr algún acuerdo universal.

Sin embargo, se estima que entre el 2010 y el 2020 las emisiones globales aumentarán entre 10 y 20 por ciento y que las posibilidades de sobrepasar los tres grados Celsius de incremento en la temperatura superen el 50 por ciento.

Las consecuencias reducirán el rendimiento de las cosechas en casi todo el mundo e interrumpirán el suministro de agua a millones de personas, con las consiguientes muertes, migraciones descontroladas, conflictos bélicos y pretensiones de conquista.

De ahí que la cultura de la guerra y el armamentismo se asuma hoy como una urgencia en la que casi todos se pueden considerar real o potencialmente involucrados, ahora o en el futuro, según una lógica suicida global. Prima la disputa entre quiénes deben hacer más y quiénes menos por el planeta de todos, como si pudieran segmentarse el día y las consecuencias de una catástrofe final.

Una catástrofe en la que los humanos de todas las generaciones quedaríamos sin descendientes genéticos, pues la dimensión del desastre dejaría sin continuadores vivos a los que ya no estén sobre una Tierra en desaparición.

En Copenhague, el panel correspondiente recomendó que los países ricos rebajaran para el 2020 sus emisiones de efecto invernadero entre el 25 y el 40 por ciento.

Mas, la Unión Europea propuso recortarlas hasta el 30 por ciento, Japón al 25 y Estados Unidos, no firmante del Protocolo de Kyoto, se mantuvo esencialmente indefinido.

Sin embargo, son los países industrializados los que, con sólo el 20 por ciento de la población mundial, emiten el 75 por ciento de los gases causantes del daño.

Aún se puede emigrar hacia hábitats ecológicamente aceptables, en desaparición arrolladora, sin que exista la posibilidad ni la factibilidad de otra Tierra que acoja al hombre.

De ahí que hoy lo incierto se pueda avizorar como la única certidumbre, porque el cambio climático depende de todos, pero las utilidades empujan en sentido contrario.

Fuente: LA PATRIA
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