Sonido cotidiano: el oír y escuchar

A continuación, voy a relatar una experiencia pedagógica transformadora que realicé en la Escuela Superior de Formación de Maestros "Simón Bolívar" (Esfm SB) de la ciudad de La Paz, más exactamente, en el bloque 5 de la Carrera de Artes, Primer curso, Paralelo 2, de la Carrera de Educación Musical.

Después de una lectura de las consiguientes respuestas, se amplió el concepto. De ese modo, dimos inicio a una aventura pedagógica muy gratificante que dejó una huella imperceptible en mi espíritu de docente.

En consecuencia, les propuse realizar una serie de actividades que les ayudaría a comprender lo que se entendía por el vocablo música. Los más curiosos preguntaban: ¿Cuándo vamos a empezar?; ¿Va a ser difícil?; ¿Podemos trabajar en equipos? A todas esas interrogantes, respondí de manera organizada, expliqué durante casi media hora y el resto del tiempo, lo utilicé para dar los detalles de las siguientes actividades.

En la primera actividad, colocaron los pupitres apoyados en la pared, pero de manera invertida. En esa posición debían escuchar los sonidos que provenían del espacio exterior, durante 4 días y por el lapso de 10 minutos; al mismo tiempo debían, realizar un registro escrito e individual de los sonidos que escuchaban a medida que pasaba el tiempo, para, posteriormente, compartir, por equipos, los distintos sonidos que habían escuchado en el ambiente.

Como segunda actividad grabaron, por un momento, los sonidos del entorno sonoro, por ejemplo: los sonidos que provenían del aula, de otros lugares cercanos o lejanos, para luego escucharlos y compararlos con su escucha. El quinto día les propuse que narraran lo que habían escuchado. Cada uno de ellos escuchó una buena cantidad de sonidos, como ser: pasos, respiraciones de otros compañeros, sillas que se movían, voces distantes, una pelota que rebotaba en el suelo, bocinas, ruidos de papeles que se producían al desenvolver un dulce y muchos otros sonidos de la naturaleza. A continuación de la actividad de la escucha, les indiqué que los sonidos identificados fuesen escritos en una partitura (pentagrama musical).

Casi todos los estudiantes se quedaron anonadados y se preguntaban: "¿Cómo se podría escribir en un pentagrama todos esos sonidos que no tenían definidas sus alturas?"; o "¿Qué otro tipo de notación musical se podría utilizar?" Dos de ellos intentaron expresar esas diferencias elaborando dibujos, esquemas y gráficos; sin embargo, no pudieron establecer las alturas, la duración, el timbre, la intensidad, y buscaban alguna convención que les permitiese representar esos sonidos naturales que no eran tan comunes en la escucha de la música.

Para encontrar la respuesta a estos cuestionamientos. Uno de ellos fabricó una nueva notación musical analógica, no convencional, otro utilizó gráficos y señales, tomando en cuenta la altura el tiempo, la duración, la intensidad y el timbre. Lo que se hizo fue determinar una coreografía de las pisadas que habían escuchado, luego se estableció el registro de su paso entre el sonido agudo o grave de la pisada, el timbre del sonido (metálico, arrastrando o aplastando guijarros, etc.), el tiempo de duración, la intensidad de su movimiento, desde lo ágil y rápido o el "tac- tac" de las punteras de los tacones.

Con esta experiencia se puso en crisis aquel concepto desgastado de música, es decir, la música va más allá de las palabras: concierto, radio, disco e instrumento, que son los lugares comunes con los que se relacionan estos mensajes que rodean la noción de música. Esta experiencia mejoró su concepto. Uno de ellos fue el de cifrar todo ese paisaje sonoro que se ejecutaba ante los oídos de los estudiantes en la forma tradicional (partitura). Esta nueva experiencia desvinculó la idea de notación musical que habita en el pensamiento tradicional, pues surgió la imposibilidad de anotar todo ese caudal de sonido en un pentagrama habitualmente manchado por negras y corcheas. Así surgió una nueva forma de cifrado que se asemeja a algunas notaciones utilizadas para la música contemporánea.