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Invitado


Domingo 22 de octubre de 2017

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Cultural El Duende

Edmundo Camargo

22 oct 2017

Edmundo Camargo Ferreira. Sucre, enero 21 de 1936 - Cochabamba, marzo de 1964. Poeta. Miembro de la Segunda Generación de Gesta Bárbara. Durante su infancia residió en la ciudad del valle. En 1955 se trasladó a España donde estudió Filosofía y Letras. En París conoció a la artista y pedagoga Francoise Vaervele con quien contrajo matrimonio. Europa relacionó al vate con la literatura surrealista, determinante en su obra. Dos años después de su retorno a Bolivia (1960) enfermó gravemente, y a partir de entonces testimonió su peripecia mortal en sus creaciones. Se publicó póstumamente los poemarios: Del tiempo de la muerte (1964) y Obras completas (2002). En narrativa: La escalera (1978)

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Batanes de la pena

Viejo el planeta tiene

la forma de una lágrima

que algún dios lloraría

de un ojo ya sin llanto.

La sombra da su sermón

a fraile a la tierra mendiga

que arrastra en los caminos

su sandalia de polvo y el árbol pasa lista

a su alumnado de pájaros violeta.

Yo quisiera esperarte

sin este pergamino de pena

escrito con tu nombre.

El tiempo te recorta del libro de la noche

y solo queda un hueco

por donde pasan roncos los planetas.

Si estás hecha de la plegaria

que repiten los árboles,

cuando juntan las hojas de sus manos

y eres dulce como

el verso desnudando la piedra.

Hoy la noche ha llegado

mordida por los perros y el aire cuelga

un gallo difunto sobre el viento.

Amor, ya no dejes tu paso junto al pozo;

allí se ahogó la luna,

y flota muerta. Pasa de largo

hasta encontrar mi sangre

creciendo hacia mi alma

hasta tocar el sueño,

porque la muerte quiere

medir nuestra existencia

para su metro exacto

de tierra hereditaria.

Estoy solo, más hecho de silencios

que de olvido, en tanto que la sombra

es una plaga de ratones

royendo este pedazo de luz trasnochadora

y se enmohece

la herrería metálica de un grillo.

Ya mi voz va agotando

su lenta concertina

porque no llegas a borrar

el cinema de otoño sobre el alma,

acaso tu vacío puede zurcir

las redes de la noche

que aprisionan los astros

y que hoy un mundo

deshizo al huir de la nada.

Mi dolor sale a gritos a predicar

tu nombre en el camino,

mas la tierra mendiga

solo extiende la mano

donde cae la moneda de estaño de la luna.

Pinares

Los antiguos pinares

huelen a cielos sudorosos

a días que ondean

como trigales amarillos.

El viento cuelga su esqueleto

en ellos posa el sol sus palomares

líquidos.

Acaso sus raíces

han palpado el rostro

de muertos inefables

o reunido los órganos

de un pájaro de cal.

Hoy sacian oscuros corazones

de madera en incunables de agua

en esos pergaminos

grabados en hueco

con países

donde el viento

tiene barbas de apóstol.

Y coléricos

alteran el aire seco

sacudiéndolo en su telaraña

desprendiendo

hojarasca de humo disecado.

Recuerdan

que ángeles diluidos de estío

bajaron a vendarles

las llagas

cuando la tierra

desecaba sus rojos leprosarios.

***

Y saben que al tiempo

de las metamorfosis

una voraz primavera

los brotará del fondo

de la tierra donde

cadáveres segregadores

de minerales venenosos

estarán esperando

a un dios estremecido

de sangrientas linfas.

Canción

Me echaré de cara a la tierra

el cielo está habitado

más vale que el árbol

disperse mi corazón como una flauta

en fin que el trigo

se acenize en mi boca

el cielo está habitado.

En mis tibias el aire ulula

el estanque se mueve tras mis pasos

el agua marcha sobre sus patas

la piedra se abre como una oreja

maquinaria bien aceitada

gira sus átomos

los pájaros no fueron hechos para cantar

gusto su peso en las ramas

sus metales chirriantes

que la lluvia lima y corroe.

La oreja contra la tierra

descubrirá un mediodía

de hace diez siglos

el ojo llora ceniza

la miel de un nombre

se cuela a las encías

busco un sueño con las manos

bajo un cielo habitado

maduro como la poma a punto de caer

vale más caer de pecho a la tierra

dejar crecer la piedra en los bolsillos

y que una bestia un día

nos endulce los huesos con su lengua

cálida como un sol sin movimiento

El gato duerme bajo el párpado.

Hay una anciana

Hay una anciana

que siempre come sola,

me ha hecho llorar el verla

como si fuera el hijo

que no ha llegado a tener.

Me ha mirado en silencio;

la he mirado

gritando con mi alma

tú no estás sola, abuela,

tú no estás sola.

Un foco ha llorado

su lagrimón de vidrio

en la alcuza

el vinagre se ha hecho dulce

y la anciana

mascando su propio pensamiento,

me ha mirado de nuevo,

dulcemente.

Hombre

Bajo el ojo demente de la anémona

los muertos se tiñen de la corriente roja del otoño.

Cantaron piedras en la voz.

Llave de fierro en la lengua.

El cielo punzó de pronto el costado de las pomas

con un dedo de hierro oliendo el ozono de los palomares.

Tus párpados agudos

fueron las catedrales doradas por la lluvia marginal.

El agua se agregó a los vitrales en ángel inodoro

y todo se pobló rápidamente

de caballos y de carrocerías laceradas.

Los niños encendían su voz como una lámpara exangüe.

En las noches se balanceaban las lámparas de sus voces.

El bosque metió en movimiento su mecánica

donde cada engranaje de hoja

se hincaba entre pájaros aún en crisálida.

Como extremo las constelaciones

ahorcando campanarios y gallos imantados.

En un desierto familiar los leones dormían.

Entonces tú volcaste la página.

Tus ojos se habitaron de horror y grabados de madera.

La antigua Babilonia de hilos telefónicos

traspasada de voces y de trenes desiertos

te vació los tímpanos hasta la alucinación

y su savia reía en tu interior

en arcoíris secos y picoteados

por los aviadores teledirigidos.

Para tus amigos: