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Hacia los años de 1759 a 1769, nació en España, Francisco de Paula Sanz, fruto bastardo de los secretos amores de Carlos III y de una princesa napolitana cuyo nombre no conocemos.
Sea que la familia del nuevo prÃncipe, interesada en ocultar el origen de tan preclaro vástago, quisiera alejarlo del suelo en que sus ojos se abrieron para ver la luz, o sea que él mismo, seducido por los mágicos atractivos que se ponderaban en la Metrópoli del continente descubierto por Colón, determinara trasladarse a América, lo cierto es que vino a fijar su residencia en PotosÃ, y nada menos que en calidad de gobernador intendente, llegado a esa edad en que la ambición tiene sus sueños dorados y campo vasto la vanidad para ejercitarse en todas sus pasiones. Algún tiempo más tarde de su arribo a la opulenta villa, se dejaba ver en las calles de esta, aunque muy rara vez y recatada siempre, una encantadora joven a quien acompañaba un hombre entrado ya en años y demasiado conocido con el nombre de Juan Gamboa, oriundo de Portugal y a la sazón afortunado minero de Porco.
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Gamboa, que pasaba por padre de la que por todas las apariencias parecÃa ser su hija, no la habÃa presentado jamás en el bullicio de esa sociedad entonces ruidosa y de extrañas aventuras como eran al propio tiempo las cortes del viejo mundo, y la tenÃa sumida en el más completo aislamiento, si bien rodeada de una opulencia extraordinaria, en el retiro de su hogar, que admiraba a las personas que pocas veces la habÃan sorprendido entregada a sus labores domésticas o a aquellas que, movidas por la curiosidad, seguÃan sus huellas, en las concurridas calles, contemplando, sorprendidas, los encantos de su virginal belleza y el lujo regio que ostentaba en su traje y adornos.
Y al emplear la palabra regio, no creemos haber incurrido en una exageración: veamos cómo ella conviene perfectamente a la misteriosa y engalanada dama que nos ocupa. Despertada, primero, y cimentada después, la curiosidad general de los habitantes de la populosa PotosÃ, se emplearon cuantos recursos sugerir puede la imaginación para aclarar el misterio con que se presentaba envuelta la diminuta y extraña familia de Gamboa; dando por resultado el empeño perseverante de todos aquellos que se habÃan propuesto descubrir el origen y condiciones de nuestros dos personajes, la adquisición de la verdad desnuda, sin tintes de la más pequeña duda, ni asomo de género alguno de disputa.
Asà se vino en conocimiento de todo: Juan Gamboa no era portugués; israelita de origen y llamado Jacob Mosés, tentó la fortuna en los minerales de Porco a los que debió una crecida riqueza. Viajando por el Cuzco con negocios que Ãntimamente se ligaban a los que tenÃa establecidos en sus asientos mineros, conoció a la joven que nos ocupa, cuyo nombre era MarÃa Sauraura, descendiente de la real familia de los Incas, y a la que habÃa robado protegido por las espesas sombras de una noche tempestuosa, de su tranquilo hogar donde reinaba la paz y la alegrÃa, cuando ella no contaba sino siete años de edad.
Fijada después la residencia de ambos en PotosÃ, conocemos ya su extraño método de vivir.
MarÃa crecÃa en edad y hermosura, ostentando todas las gracias fÃsicas con que la naturaleza la dotó y las prendas de su alma de angelical pureza, cuando en uno de esos momentos fatales creados por la casualidad, fue conocida por el gobernador intendente don Francisco Paula Sáenz, el hijo bastardo de un rey de España. Apenas las miradas del prÃncipe habÃanse fijado, sin pestañear, en los hermosos ojos negros de MarÃa, despidiendo deslumbradora luz, sobre el que la contemplaba absorto y sorprendido, cuando sintió, al mismo tiempo, violentársele el corazón al compás de extraños y punzadores latidos. Un instante solo, la duración de un minuto habÃa bastado para que esos dos corazones atrayéndose a la vez por mágico encanto o irresistible armonÃa, se encendieran súbitamente en abrasadora hoguera, sustentada por el fuego de ardiente amor.
No transcurrieron muchos dÃas sin que el gobernador intendente, hubiera encontrado los medios de ponerse en inmediata relación con la dueña de sus pensamientos: -MarÃa, amarte como te amo (le decÃa en una de esas ocasiones que se ofrecÃan para que los apasionados amantes se hablaran sin testigos), amarte como te amo es la suprema felicidad de que no puede gozarse aquÃ, en la tierra, es vivir tan sólo por ti, huyendo de otro mundo de ilusiones que nos presenta el brillo de un prisma engañador, fugaz; amarte como te amo es no tener más pensamiento que el tuyo que piense en mÃ, ni más corazón que el tuyo que me consagre todos sus latidos, todo su vehemente amor; amarte como te amo, hija de reyes, es confundir tu regia cuna con la mÃa también real; porque, como tú, ilustre vástago del gran Manco Cápaj, soy hijo de Carlos III, señor de la España y señor de la América. He ahÃ, por qué vengo a ofrecerte con toda mi pasión mi existencia mismaÂ? amémonos siempre, MarÃa, en medio de la anhelada ventura, ¡que el amor ha tejido brillantes guirnaldas de flores para ceñir nuestras frentes coronadas!
(II) Algún tiempo después, el 24 de junio de 1793, el asesor del gobernador intendente, doctor don Pedro Vicente Cañete, conducÃa a la pila bautismal con el mayor sigilo a un niño a quien se le dio el nombre de Juan, fruto de los frenéticos amores de MarÃa Sauraura y de don Francisco de Paula Sanz.
Jacob Mosés, el falso Juan Gamboa, a quien MarÃa no habÃa podido ocultar su pasión por don Francisco, cayó en un estado de lastimoso abatimiento a juzgar por su palidez cadavérica y por todos sus movimientos que traslucÃan, sin que él pudiera disimularlo, el desfallecimiento de su espÃritu. Sus labios no se habÃan abierto para dirigir a MarÃa ni un solo reproche, ni una queja. Tal vez no tenÃa más derecho que el que da la autoridad de padre o tutor, encargado de velar por la honra de la que amparaba bajo un mismo techo contra las acechanzas de la seducción, para emplear una reconvención justa e imperiosamente reclamada; pero, permaneció encerrado en el más profundo silencio, mudo, ahogando los suspiros que despedazaban su pecho, o enjugando esas lágrimas de fuego que quemaban sus pálidas y descarnadas mejillas. Sólo cuando se hizo patente el desliz de MarÃa, con el nacimiento de Juan, se le oyó exclamar: -"¡Oh! ¡Yo mataré a ese miserable! ¡Mataré al gobernador!... ¡Y ella también morirá!
Deseo de venganza que ni aún pudo realizarlo, porque desde el momento que lo concibió perdió completamente la razón, y en un acceso de furor desesperado, se ahorcó.
Don Francisco de Paula de Sanz, aun antes de conocer a MarÃa, habÃa solicitado la mano de una noble dama española, hija del conde deÂ? con quien debÃa casarse. Embriagada esta por la funesta pasión de los celos, juró vengarse cruelmente de su hermosa rival, a la que, en efecto, la hizo envenenar.
(III) A Juan, el descendiente de reyes, se le vio, andando el tiempo, en el pueblo de Macha a donde lo habÃan conducido robado unos indios, quienes se encargaron de darle una educación basada en los sentimientos que comenzaban a dominar el corazón de los altoperuanos, preocupados ya por romper las cadenas de la tiranÃa a que estaban sujetos. Ignoraba el desventurado que descendÃa por su padre de una familia real, y sólo tuvo conocimiento de que su abuelo materno se llamaba Huallparrimachi, de la distinguida raza de los incas; asà es que, animado del legÃtimo deseo de perpetuar el nombre de sus mayores, se hacÃa llamar Juan Huallparrimachi.
Dotado de sentimientos delicados, cantaba las desgracias de su raza en dulces y armoniosos versos que escribÃa en el expresivo idioma de su madre: desahogos de un corazón que sufrÃa y que revelaban el estado de su alma de inspirado y melancólico poeta, de esa alma triste y abatida, tal vez porque conservaba siempre doloroso el recuerdo del desgraciado fin de su madre que le habÃan referido, de esa madre tan tierna por cuya memoria guardaba el más religioso respeto y la adoración más profunda; tal vez o al mismo tiempo por haber llevado la amargura y la desgracia al hogar de los esposos, impulsado por un amor irresistible, en una edad en que todavÃa no tiene el hombre que parece haber nacido predestinado a la desgracia, la enérgica voluntad de ahogar en su nacimiento una pasión que constituir cree, en su delirante imaginación, realizadas sus ilusiones más queridas, colmadas sus halagadoras esperanzas, sin entrever el funesto resultado a que lo arrastra la ciega fatalidad.
He aquà cómo sucedió este desgraciado incidente en la intranquila vida de Huallparrimachi: Muy joven todavÃa, contrajo un amor vehemente por Vicenta Quiroz, unida en matrimonio, a pesar suyo, con un anciano andaluz, rico minero de PotosÃ. Conoció esta a Juan y le consagró todo el tierno afecto que le negara a su esposo; pero sin que la admisión siquiera de la idea de un crimen pudiera torturar su conciencia. Sorprendidos por el andaluz el incauto mancebo y la cándida Quiroz, en un coloquio amoroso, que parecÃa ser sostenido verdaderamente por dos niños, fueron separados para ser conducida ella a un convento de Arequipa, y él para alistarse de voluntario en las filas que a la sazón organizaba el famoso guerrillero coronel Manuel Asencio Padilla, célebre por sus hazañas militares en favor de la causa de la independencia y, bajo cuya paternal protección habÃa permanecido ya Juan desde algunos años antes.
El triste suceso que ligeramente hemos apuntado, cubrió de negra melancolÃa la frente de Juan, aumentando el dolor que herÃa su corazón sensible, comprometiéndolo en una lucha borrascosa de encontrados sentimientos que quizás le hicieron pensar en la manera de acabar con su existencia, pero acabar gloriosamente. A este fin creemos que obedeció el afán de reclamar siempre el primer puesto y el de mayor peligro en todos los encuentros en que tuvieron que cruzarse las armas de los patriotas con las de los realistas: combates a los que concurrÃa animoso e infatigable, lleno de brÃo, armado solamente de una honda en cuyo ejercicio adquirió una destreza admirable.
(IV) En la célebre jornada de "Las Carretas" de memorable recordación y en la que los independientes comandados por Padilla, hicieron prodigios de valor, durante cuatro dÃas, resistiendo serenos e imperturbables el ataque de los realistas, que obtuvieron el triunfo debido a una incalificable traición, cayó Huallparrimachi herido mortalmente por una bala de fusil.
Asà acabó su vida el hijo del prÃncipe bastardo don Francisco de Paula Sanz y de la descendiente de reyes, MarÃa Sauraura, pagando con su sangre el tributo de su amor a la libertad.