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Por haber existido en Oruro numerosos conventos durante la Colonia, se desarrolló un significativo espÃritu monástico. La historia rompe la monotonÃa de la vida religiosa anotando la existencia de unos cuantos personajes que tuvieron un santo comportamiento. Lo que fue la ligazón para que quedaran en el recuerdo.
Ubiquemos a la Arequipa del siglo XVIII, y en ella al Monasterio de Santa Catalina. Era un lugar de enclaustramiento, construido como una verdadera ciudadela. La constituÃan innumerables callejuelas que conducÃan a las piletas utilizadas como lavanderÃas, a los baños de las fámulas, a los galpones que servÃan de despensas de alimentos y depósitos, al cementerio que tampoco podÃa ser visitado por gente del exterior y, como es natural, a los compartimientos de las monjitas, que eran muy simples, demostrativos de pobreza, donde quizás sólo habÃa un camastro y una mesita, y tenÃa un ambiente separado para la doncella cuidadora de la monjita para que descansara y preparara algunos alimentos. La capilla y la sala grande de faenas se alzaban en la parte principal del edificio.
El sacerdote de la Orden del Señor Seráfico San Francisco, tuvo una vida disciplinada, humilde y servicial. Su preparación teológica y moral lo habÃa mostrado como un sereno hermano de los pobres.
Y ahà terminaron los datos de su existencia. La renuncia a la gloria terrena que tiene su congregación no le habrÃa permitido descollar. El 14 de enero de 1793, a las 8 de la mañana, falleció. En el velatorio de su cuerpo, los pliegues simples de su túnica, quizás una rama vegetal cercana, conjugaban con el perfil sereno de su rostro. Al segundo dÃa, los circunstantes se sorprendieron que "su cuerpo se mantenÃa enjuto sin corrupción alguna y despidiendo fragancia". Los testigos nombrados por la Justicia confirmaron que sus pies "despedÃan realmente un olor de ámbar muy rico" y, por el contrario, aumentó el aroma. Examinaron la piel que permanecÃa fresca, especialmente las manos "suaves como de vivo", y los orificios del rostro sin olor a cadáver y persistencia del olor indicado.
El Ferrocarril, periódico de Oruro, el 9 de noviembre de 1895 anotaba que la fama de Fray Juan de Espinoza empezaba a vivir a un siglo de su muerte, precisamente cuando el sólido edificio del convento de San Francisco habÃa desaparecido. Don Adolfo Mier no pudo resistirse de escribir en su libro este hecho que admiró a la devoción popular.
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