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Domingo 08 de octubre de 2017

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Cultural El Duende

Herencias de la literatura boliviana

Dos personajes santos del pasado orureño

08 oct 2017

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Por haber existido en Oruro numerosos conventos durante la Colonia, se desarrolló un significativo espíritu monástico. La historia rompe la monotonía de la vida religiosa anotando la existencia de unos cuantos personajes que tuvieron un santo comportamiento. Lo que fue la ligazón para que quedaran en el recuerdo.

SOR JUANA DE SAN JOSÃ?

Uno de estos casos es el de la monjita orureña Sor Juana de San José y Arias. Un caso santo que se anota con resalto en la historia. En el tiempo de la Colonia había para la mujer criolla que no se quisiera casar, solamente dos ocupaciones: la de doméstica y la de monja. Aunque para esta última se habían erigido conventos, era una multitud de jóvenes ricas que ingresaban a estos por verdadera devoción o por imposición de los padres. Pensando que servirían mejor a Dios y al monarca, practicaban vida claustral en forma muy especial. Hacían votos de pobreza y obediencia, pero llevaban al interior de los muros y de por vida fámulas que las atenderían en sus necesidades. Para conseguir la aceptación debían dar una dote a la Iglesia; y para el mantenimiento, los padres tenían que entregar óbolos frecuentes.

Ubiquemos a la Arequipa del siglo XVIII, y en ella al Monasterio de Santa Catalina. Era un lugar de enclaustramiento, construido como una verdadera ciudadela. La constituían innumerables callejuelas que conducían a las piletas utilizadas como lavanderías, a los baños de las fámulas, a los galpones que servían de despensas de alimentos y depósitos, al cementerio que tampoco podía ser visitado por gente del exterior y, como es natural, a los compartimientos de las monjitas, que eran muy simples, demostrativos de pobreza, donde quizás sólo había un camastro y una mesita, y tenía un ambiente separado para la doncella cuidadora de la monjita para que descansara y preparara algunos alimentos. La capilla y la sala grande de faenas se alzaban en la parte principal del edificio.

La historia asombrosa parte de una leyenda. Un peregrino tuvo un sueño extraordinario. Había visto a la Virgen María adelantar como parte de Su Gracia a una niña. Era él un ferviente creyente y, sintiéndose obligado buscó en una determinada casa a las jóvenes de la familia, que, finalmente, no tenían los rasgos que la entelequia premonitoria le había descrito. Porfió por ver a la sirvienta, tomada como una insignificante huérfana. Fue reconocida por él y aceptada posteriormente en el Monasterio Santa Catalina de Arequipa. Por ser tan pobre no aportó dote para ingresar. Lo raro es que fue recibida siendo extranjera, no teniendo bienes para solventar su estadía y sustento, y no contando con la doncella de los cuidados. Era una niña natural de Oruro, que cargó, para demostrar humildad y sacrificio, una pesada cruz hasta el claustro ofreciendo su vida al servicio del Señor. Se condujo en santidad plena los años de su existencia, intachable fue el cumplimiento de sus votos y a decir voluntarioso de los regionales se asevera que respondió con sucesos milagrosos a la devoción de la gente.

FRAY JUAN DE ESPINOZA

Otro personaje religioso que quedó inscrito en las páginas de la Historia fue Fray Juan de Espinoza. Curiosamente esas páginas para recordar se hallan insertas en los infolios que cubren el polvo y el olvido. Más que las cualidades extraordinarias de este fraile de Oruro, se asentaron en certificados legales los sucesos después de su muerte. Por estos, Fray Felipe de Villagómez, Predicador General y Procurador del Convento de N. P. San Francisco de la Villa de Oruro consiguió las atestiguaciones de autoridades y otros vecinos para informar de los hechos de este cura y representar ante la Curia Romana solicitando la beatificación respectiva. Fueron firmantes don José Mariano del Castillo, vecino y Alcalde ordinario de Oruro; el general Manuel de Herrera, Justicia Mayor; el general don Antonio Collazos y otros testificantes.

El sacerdote de la Orden del Señor Seráfico San Francisco, tuvo una vida disciplinada, humilde y servicial. Su preparación teológica y moral lo había mostrado como un sereno hermano de los pobres.

Y ahí terminaron los datos de su existencia. La renuncia a la gloria terrena que tiene su congregación no le habría permitido descollar. El 14 de enero de 1793, a las 8 de la mañana, falleció. En el velatorio de su cuerpo, los pliegues simples de su túnica, quizás una rama vegetal cercana, conjugaban con el perfil sereno de su rostro. Al segundo día, los circunstantes se sorprendieron que "su cuerpo se mantenía enjuto sin corrupción alguna y despidiendo fragancia". Los testigos nombrados por la Justicia confirmaron que sus pies "despedían realmente un olor de ámbar muy rico" y, por el contrario, aumentó el aroma. Examinaron la piel que permanecía fresca, especialmente las manos "suaves como de vivo", y los orificios del rostro sin olor a cadáver y persistencia del olor indicado.

El Ferrocarril, periódico de Oruro, el 9 de noviembre de 1895 anotaba que la fama de Fray Juan de Espinoza empezaba a vivir a un siglo de su muerte, precisamente cuando el sólido edificio del convento de San Francisco había desaparecido. Don Adolfo Mier no pudo resistirse de escribir en su libro este hecho que admiró a la devoción popular.

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