Uno de los empleados de la Empresa Minera Huanuni era amigo que tuve desde mi infancia: Alberto Peña DÃaz, quien hacÃa más de cuarenta años trabajaba en la empresa. Era totalmente sordo debido a una meningitis cerebro-espinal que contrajo a los trece años. Desde entonces vivÃa aislado virtualmente en su desentrañable mundo de silencio al cual se habÃa acostumbrado. No obstante, leÃa mucho, pintaba y hacÃa fotografÃa, y tales actividades se convertÃan en su equivalente psicológico.
Cuando la sirena, caracterÃstica de los centros mineros bolivianos, ululaba al mediodÃa llamando al almuerzo, Alberto iba a la plaza, sagradamente compraba el diario La Patria, ingresaba a su pensión, tomaba una mesa, y almorzaba mientras leÃa el periódico. Era el mes de octubre del año 1966.
Aquel dÃa ingresó en el local un hombre alto, con chaqueta de cuero negro, sombrero de ala ancha, calzados gruesos. Llevaba un maletÃn negro. Era notorio que se trataba de un extranjero. Sentóse amablemente en la misma mesa en que se hallaba Alberto. El mueble estaba arrimado por uno de sus lados cortos a la pared. Saludó amistosamente, y pronto se dio cuenta de que Alberto era sordo. Preguntó y este lo confirmó.
Alberto respondió que siendo un diario de un año anterior, simplemente lo habÃa desechado. No obstante, como se sabÃa, Alberto vivÃa solo en un cuarto, donde probablemente todo estaba en desorden, y siendo asÃ, era posible encontrar aquel periódico. Le pidió ir a su domicilio. Fueron, pero desafortunadamente no hallaron el diario.
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