Miercoles 04 de octubre de 2017
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Bolivia es el país de las revoluciones y de los golpes; por eso a nadie sorprende que se produzca uno más, en estos días turbulentos que corren. Y como en cualquier otro lado, hay una amplia gama de esos golpes, entre buenos y malos. Uno de los buenos lo llevó a Evo hasta el Palacio Quemado, "sin saber leer ni escribir", como quien dice. ("Yo no pensaba ser nunca presidente").
¡Ya casi 35 años de democracia sin golpes! En una entrevista, le preguntaron a una socióloga que si por las cosas que hace el gobierno no se producirá otra vez el ruido de sables en los cuarteles, como antaño. Y ella respondió que no, "porque las condiciones no están dadas para ello". Tal vez al estilo clásico, con tanques y soldados en las calles, ya no. A lo mejor ha mudado de apariencia. Parece que la "estrategia envolvente" fue un golpe fino a la ingenuidad.
En política no se puede estar tan seguro de nada ni de nadie: "confianza ni en la camisa". Puede ocurrir lo inesperado. En 1979 el periodista Carlos Mesa al ver esa "demencial" aventura de Todos Santos pensó que ya no se repetiría nunca; pero apenas pasaron unos meses y Luis García Meza lo desalojó del Palacio Quemado, mediante otro golpe, a la presidenta Lidia Gueiler. Otro, en plena campaña del Chaco Busch y Peñaranda protagonizaron el golpe contra el presidente Salamanca; es el famoso "corralito" de Villa Montes. En premio, los dos fueron presidentes.