Como ha ocurrido muchas veces en nuestra historia, las experiencias amargas que ha tenido el pueblo por la acción de gobiernos que no han sabido cumplir con una buena y sana administración del Estado, generalmente debido al hecho de que el poder anuló las virtudes, valores y principios de quienes lo gobernaron con el propósito de "servir a la nación bajo principios de respeto a la Constitución y a las leyes" y, además, con la intención de "corregir viejos errores e implantar políticas sanas en bien de las mayorías".
Propósitos y promesas de toda laya se han vertido por parte de caudillos y partidos políticos al hacerse cargo del gobierno; igualmente, los regímenes de facto o sea producto de golpes de Estado y ejercicio ilegal del gobierno. Todos, casi sin excepción, con miras a justificar su ascensión al poder o, en casos, para conseguir credibilidad del pueblo por el hecho de ocupar indebidamente funciones, han prometido mucho y en los hechos han cumplido solamente las partes que convenían a su tranquilidad y permanencia.
Este fenómeno no ha sido ajeno al actual régimen del MAS que, en once años, parece que se olvidó todo lo prometido al inicio de su gestión el año 2006. Para empezar, se hizo abstracción de la institucionalidad y se obró conforme a decisiones y caprichos partidistas; se dispuso festinatoriamente de los ingresos financieros, se anuló regulaciones claras para el desempeño de muchas funciones y hasta para realizar viajes al exterior sin razón alguna.
Relatar todo lo ocurrido sería vano porque el gobierno, sujeto a las decisiones partidarias, jamás explicó nada y menos lo haría a más de once años de tener el poder en sus manos. Este tiempo ha servido para demostrar cómo el poder anula los buenos propósitos, destruye las mejores intenciones y obnubila hasta los pensamientos para un ejercicio transparente de lo que debe ser servicio honesto, honrado y responsable al país.
Se anulan tanto los valores y propósitos que se llega a extremos de no respetar la Constitución y se adopta conductas tendientes a eternizarse en el poder alegando "la necesidad de continuar programas y políticas de cambio" que no se ejecutaron en tanto tiempo, seguramente con la intención premeditada de eternizarse en el poder adquirido mediante un proceso legal de elecciones que no permite la prolongación indefinida. Creer que el ejercicio del poder implica disponer su eternidad no es más que una aberración muy bien adornada o disimulada con el criterio de que "nadie podría reemplazar al actual sistema y menos a quienes son cabezas del mismo".
Lo más grave es que, en su ceguera, "olvidaron" todo y sólo alaban lo "maravillosamente que obraron". Olvidaron que impusieron una nueva Constitución y reniegan de ella porque así conviene a sus ambiciones de prorrogarse en un poder que deja amargos recuerdos a un país que merecía una mejor suerte.
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