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Domingo 01 de octubre de 2017

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Revista Dominical

Paz, pacifismo y guerra

01 oct 2017

Por: Álvaro Villarreal Alarcón

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Quizá no haya bien más preciado por el hombre que la paz, quizá porque los otros bienes a los que el hombre aspira faltando la paz, no pueden alcanzarse en plenitud, ni disfrutarse sin temor. Precisamente por ser un bien tan preciado por el hombre, la consecución de la paz es una tarea que a todos nos obliga, y muy especialmente a los estados como titulares de un deber de reconciliación entre los pueblos, en el que las relaciones de fuerza se sustituyen por relaciones de colaboración con vistas al bien común.

Pero no hay paz posible si se anulan las exigencias de la justicia, y aquí radica el mal, y origen de muchas ideologías o actitudes pacifistas, que pretenden instaurar una paz sin justicia, rechazando todo conflicto, porque lo consideran una amenaza al bienestar alcanzado. Este pacifismo cobarde o irenismo, puede alcanzar una expresión todavía más inicua cuando no solo pretende instaurar una paz sin justicia, sino que se fomenta la injusticia sostenida por una paz pérfida.

El deseo de paz, y la necesidad de guerra, son sentimientos intrínsecos a la naturaleza del hombre desde el inicio de los tiempos, como sostuviesen Heráclito, Maquiavelo, Spengler o Hegel entre otros pensadores. Ciñéndonos a la realidad, la paz es un anhelo que no ha encontrado nunca una plasmación satisfactoria en el plano fáctico. ¿Pero qué es la paz? Como recordaba el concilio Vaticano II. "La paz no es la mera ausencia de guerra, ni se reduce al solo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica, sino que con toda propiedad se la llama obra de justicia. Según el diccionario de la Real Academia española de la lengua, y dando un paso más, el pacifismo se define como: el conjunto de doctrinas encaminadas a mantener la paz entre naciones.

¿Pero cuándo y cómo surge este pacifismo estructurado como ideología? Podríamos convenir que nace con el proceso de liquidación de la segunda guerra mundial, y con la no alineación política de los países subdesarrollados, pero la multiformidad poliédrica del pacifismo, dificulta que comprendamos lo que realmente es, y lo que tras él se esconde.

Porque como recordaba Ortega Y Gasset, en la rebelión de las masas: "Cometemos el error de designar con este único nombre actitudes muy diferentes, tan diferentes que en la práctica resultan en efecto antagónicas; hay en efecto muchas formas de pacifismo lo único que entre ellas existe de común es una cosa muy vaga, la creencia en que la guerra es un mal, y la aspiración a eliminarla como medio de trato entre los hombres.

Muchos tipos de pacifismos, y un posible lugar común para ejercitarlo activamente la objeción de conciencia o actitud de quien rechaza obedecer un mandato de autoridad, invocando la existencia en el foro de la conciencia de un dictamen que prohíbe realizar el comportamiento prescrito en este caso la participación directa o indirecta en una guerra.

¿Qué es la paz entonces? Para el pensamiento católico en primer lugar es un don divino, y también una loable aspiración humana, nacida de la nostalgia de aquel orden primero, en el que se daba una relación armónica de todo lo creado, rota por las divisiones y enfrentamientos que siguieron a nuestra caída. Esta loable aspiración humana no se consumará plenamente hasta el final de los tiempos, cuando habrá una era mesiánica, en la que todos los pueblos caminaran juntos por las sendas de la paz.

¿Pero y entre tanto qué hacemos? "Bienaventurados los que trabajan por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios". Se nos dijo en el sermón de la montaña, y en efecto es nuestra obligación trabajar por la paz, ¿Pero por cuál paz? En la noche que iba a ser entregado el mismo Jesús dijo a sus discípulos mi paz os dejo mi paz os doy, pero atención añadió, no os la doy como os la da el mundo. ¿Por qué establece Jesucristo una distinción entre su paz y la paz del mundo? ¿Por qué en otro pasaje del evangelio nos advierte que no ha venido a traer la paz sino la espada? ¿Acaso no es Jesús un apóstol de la paz, como quiere pintarlo muy melosamente el pacifismo contemporáneo? Desde luego que lo es, pero de una paz que nada tiene que ver con la que ofrece el mundo, una paz que exige obediencia a los planes de Dios, y esa es precisamente la paz que el mundo combate.

Pues la paz verdadera no es ausencia de guerra, ni un equilibrio entre fuerzas adversas, sino la búsqueda de un orden fundado en la justicia y en la caridad. Tras la hecatombe de la segunda guerra mundial, la sociedad de las naciones se afanó en construir un nuevo orden que preservará a las generaciones futuras del flagelo de la guerra, instituyendo la prohibición generalizada del recurso de la fuerza para resolver los conflictos con dos únicas excepciones: la legitima defensa y las medidas adoptadas para mantener la paz por el consejo de seguridad de la ONU. ¿Pero en verdad esa prohibición generalizada del recurso de la fuerza, garantiza el mantenimiento de una paz justa? ¿O por el contrario contribuye a enquistar situaciones estructurales de injusticia? Y en el sentido contrario, ¿Qué legitimidad moral podemos reconocer a los miembros de ese consejo de seguridad de la ONU, que antes que el bien común buscan fortalecer sus posiciones políticas y económicas, sostenidas sobre principios inicuos? ¿No podría ocurrir que la paz y la guerra que decreten sean siempre una paz inicua y una guerra injusta? Se nos dice que en sus decisiones los mueve la promoción y el desarrollo de los pueblos ¿Pero de qué promoción y desarrollo estamos hablando, tal vez del desarrollo del régimen esclavista chino, o más bien de la promoción de la democracia abortista occidental, de veras esta es la paz por la que debemos trabajar, la paz por la que seremos llamados hijos de Dios?

Es por eso que cada uno de nosotros debemos hacernos agentes de paz, y esto no significa ser pacifistas y complacientes, sino en encontrar la paz en nosotros mismos, poniendo en armonía nuestros sentimientos y emociones, y proyectándolos al mundo. Entendiendo que no hay mejor manera de promover la paz, que teniendo uno paz interior, la cual nos llevará a actuar de acuerdo a nuestras convicciones profundas es decir nuestra fe y tradición. Porque que hay que actuar para poner el ejemplo, y haciendo esto no solo contribuimos con el mundo, sino que viviremos más felices.

carabantxel@outlook.com

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