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Domingo 24 de septiembre de 2017

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Cultural El Duende

George Bernard Shaw

24 sep 2017

En 1931, Hayden Church, periodista de The New York Times entrevistó al autor dramático, crítico y polemista irlandés, George Bernard Shaw (1856-1959) quien escribió más de sesenta obras, entre ellas: ´Hombre y superhombre´ y ´Pigmalión´

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Si fuera usted el dictador de Inglaterra -pregunté a George Bernard Shaw-, ¿qué haría?

-Probablemente volverme loco, como Nerón -replicó-. ¿A qué viene esa pregunta tan estúpida?

El señor Shaw me espetó esta réplica característica en una reciente entrevista, realizada en parte durante un agotador paseo con él por las Malvern Hills, que quizá sea la más notable jamás concedida por el más grande e ingenioso dramaturgo del mundo. En el transcurso de la misma, en respuesta a una pregunta originalmente planteada por Edison, reveló que preferiría morir y negó que él, probablemente uno de los más ricos y renombrados escritores vivos, haya conseguido hacer de su vida un éxito.

Abordando una gran variedad de cuestiones, expresó puntos de vista típicamente suyos sobre los recientes triunfos de la mujer, sobre el hombre y, durante una discusión sobre el futuro del cine sonoro, dio su opinión, indirectamente, sobre un tema muy debatido: ¿debía Charlie Chaplin hacer películas sonoras?

Pero a Shaw le interesaban los temas de alcance, al menos al principio. Y una de mis primeras preguntas, mientras hablábamos acerca de la depresión mundial, tuvo la fortuna de sonsacarle una opinión tan poderosa, incisiva e incidentalmente tan controvertida como la que más, entre las que había pronunciado en los últimos años.

-¿Cómo ve usted el futuro económico de Inglaterra? -era la pregunta-. ¿Empeorarían irremediablemente las cosas o conseguirá el viejo país salir del paso, como de costumbre?

-Se ha hecho ya un poco tarde -replicó-para hablar sobre si Inglaterra o cualquier otra nación de tres al cuarto conseguirá salir del paso. Hoy la pregunta es si saldrá del paso la civilización. Si el gran barco se hunde, Inglaterra se hundirá con él. Y no olvide que los grandes barcos siempre se han hundido hasta el momento. Mesopotamia fue antaño más civilizada que la vieja y la nueva Inglaterra, pero se hundió tan completamente que tenía yo más de sesenta años de edad antes de oír hablar siguiera de Sumeria. Observo por su expresión que usted aún no ha podido hablar de ella. Y la civilización sumeria es solo una entre media docena. La lista de civilizaciones extintas no hace más que aumentar, como la lista de oscuras estrellas descubiertas por los astrónomos.

Todo estudioso serio del tema sabe que la estabilidad de una civilización depende en última instancia de la sabiduría con la que distribuye su riqueza y asigna la carga de trabajo, así como de la veracidad de la educación que da a sus niños. Nosotros no distribuimos nuestra riqueza en absoluto: la tiramos a la calle para que se peleen por ella los más fuertes y codiciosos entre los que estén dispuestos a humillarse haciéndolo, después de entregar la parte del león a los ladrones profesionales cortésmente llamados propietarios. Atiborramos de mentiras a nuestros niños y castigamos a todo aquel que intenta iluminarles. Los remedios que aplicamos para corregir las consecuencias de nuestra demencia son impuestos, inflación, guerras, vivisecciones e inoculaciones, venganzas, violencia y magia negra. En cuanto a la reforma, ni siquiera tenemos suficiente sentido común para reformar nuestra ortografía. ¡Hábleme de otra cosa!

Obedecí planteándole dos preguntas que, junto con otras, había planteado Thomas Edison a los candidatos a la beca creada por el famoso inventor americano. Al formular estas preguntas, sin duda a Edison no se le pasó siquiera por la cabeza que obtendrían respuesta por parte de George Bernard Shaw, pero le pedí que contestara a la más importantes, señalando que sus respuestas serían de enorme interés. Así lo fueron, especialmente la correspondiente a la primera de ellas.

La pregunta formulada por Edison fue: "Cuando examine su vida desde su lecho de muerte, ¿Qué hechos tomará en consideración para determinar si ha tenido éxito o ha fracasado?" Al plantearla a mi vez, comenté que hasta el más tonto sabía que Shaw había tenido más éxito que la mayoría de los mortales, pero en su respuesta, como se verá, pasó totalmente por alto este comentario.

-No me encuentro en mi lecho de muerte -dijo- salvo en la medida en que todos estamos en él. En cuanto a mí, preferiría morir en una cuneta razonablemente seca bajo las estrellas. Yo no he tenido éxito. La gente ha acordado clasificarme como un éxito. Eso es todo. ¿Acaso no he escrito en alguna parte que la vida enrasa a todos los hombres? La muerte es quien desvela al eminente. Pues bien, aún no estoy del todo muerto. Solo en siete octavas partes.

La segunda pregunta de Edison era: "Si pudiera definir y llevar a la práctica un sistema educativo para toda la población mundial, ¿en qué elementos esenciales haría usted hincapié?"

La respuesta del señor Shaw fue:

-Lectura (incluida la musical), escritura, aritmética y modales, principal y obligatoriamente. Derecho elemental, economía y física (incluyendo la astrofísica) como cualificaciones para empleos distintos a los trabajos manuales amparados. En cuanto al resto, con arreglo a las capacidades del alumno.

El señor Shaw es perfectamente consciente de las posibilidades del cine sonoro. Hizo una película sonora sobre sí mismo no hace demasiado tiempo y ha aceptado, por vez primera, que dos de sus obras teatrales se conviertan en películas.

-¿Existe algún aspecto del cine sonoro que sea de especial interés para usted? -le pregunté-. ¿Cuál es para usted la mejor película realizada hasta el momento?

-Las mejores películas que he visto son rusas -dijo-. Aquí en Inglaterra estamos haciendo todo lo posible para impedir que se proyecten porque son demasiado morales para nosotros. No me interesa ningún aspecto en especial del cine sonoro. Sí me interesa el hecho abrumador de que se haya descubierto un método de proyectar obras y representaciones que reduce al absurdo nuestros viejos, costrosos, astrosos, casi invisibles y casi inaudibles métodos teatrales. Y la gente de nuestros teatros sigue parpadeando ante él y diciendo que no puede durar porque al público lo que le gusta es la realidad. ¡Como si Charle Chaplin no fuera diez veces más real para todos nosotros que ningún actor de teatro del mundo! Si esto es cierto para el Charlie silencioso, ¿qué no ocurrirá con un Charlie hablador? ¡Es patético escuchar a nuestros viejos empresarios teatrales profetizando estupideces mientras se encaminan hacia el olvido a través del tribunal de bancarrotas!

Como estas respuestas evidencian por sí mismas, el señor Shaw se mantiene tan dinámico como siempre, a pesar de sus setenta y cuatro años. Si está muerto en siete octavas partes, como él mismo asevera, desde luego consigue que tal hecho pase inadvertido. Su cabello y su barba (en la película sonora que hizo recientemente expresó jocosamente su intención de teñírselos) y sus famosas cejas mefistofélicas se han vuelto blancas como la nieve, pero se mantiene tieso como un pino y su energía es desbordante. Un famoso científico europeo le describió recientemente diciendo que es "el único hombre viejo que tiene el cerebro de un hombre joven". De modo bastante habitual, cuando está en Londres, camina desde su piso de Whitehali Court, en el Thames Embankment, hasta el Real Automóvil Club, en Pall Mall, ¡y se da un baño en la piscina antes del desayuno!

Mi entrevista con él se celebró en Malvern, Worcestershire, donde, tras el reciente festival de sus obras celebrado allí, se tomó unas vacaciones. Hasta ese momento había hablado mientras recorría a grandes zancadas su cuarto de trabajo en la suite que él y la señora Shaw ocupan en un hotel pequeño pero bien llevado. Pero entonces, diciendo que necesitaba algo de ejercicio físico, me llevó a dar lo que llamó un paseo Worcestershire Beacon arriba, la más elevada de las cumbres cercanas conocidas con el equívoco nombre de Malvern Hills.

En varias ocasiones, y para el asombro de los locales que en su mayoría prefieren realizar el ascenso a lomos de reticentes burros, el señor Shaw ha subido a pie hasta la cima misma del pico, a cerca de 500 metros por encima del nivel del mar. En esta ocasión, afortunadamente, no disponía de tiempo para tamaña proeza y se contentó con un recorrido menor, aunque no menos agotador para su acompañante. Ascendimos por la cara norte de la gran colina, trepando por rocosas pendientes y tomando peligrosas curvas sobre la marcha en el tortuoso y a menudo inexistente sendero. Al cabo de una hora nos encontrábamos a varios cientos de pies de altura, y disfrutábamos de una gloriosa vista de las otras colinas de Malvern, de la pintoresca ciudad, con su antiguo priorato, y del río Avon, que se alejaba describiendo meandros en dirección a Stratford.

Durante este paseo de padre y muy señor mío, la conversación derivó desde la primera película sonora de Emil Jannings, que al parecer no había sido demasiado del agrado del señor Shaw hasta la obra teatral Final del viaje (Journey´s End), sobre la que a parecer había sido consultado cuando estaba haciendo la ronda de los productores teatrales, y de ahí al boceo profesional en el que, como todo el mundo sabe, está muy interesado el autor de La profesión de Cashel Byron (Cashel Byron´s Profession).

Le pregunté por qué creía él que Inglaterra parecía incapaz de dar un campeón de los pesos pesados.

-Hay docenas de hombres en cada parroquia de Inglaterra -replicó- que harían picadillo a todos los campeones del ring con la misma facilidad con la que Tunney hizo picadillo al aparentemente imbatible Carpentier y a su vencedor , Dempsey, si se pusiesen a ello, como él hizo. Prefieren otras carreras, eso es todo.

Inevitablemente, la conversación se orientó hacia las obras teatrales de Shaw y mencioné que decía que él había respondido a la pregunta de si personalmente tenía alguna favorita, que le gustaba bastante La casa de la angustia (Heartbreak House), "un retrato", por emplear las palabras del prefacio de la obra, "sobre la Europa ociosa y culta" antes y durante la guerra.

-Es posible que dijera algo semejante -admitió el señor Shaw-. Pero las obras así salen caras.

Le miré inquisitivamente, suponiendo que se refería a que requieren un elenco de elevado coste.

-Sí -añadió-, hicieron falta un siglo de decadencia internacional y una guerra para dar a luz a la obra.

Un momento después comentó:

-Siempre hay un buen número de temas pidiendo a voces ser empleados en una obra, si los dramaturgos son capaces de ver las posibilidades que encierran. Las condiciones de vida en los barrios bajos de Londres llevaban un siglo siendo un escándalo nacional antes de que yo los dramatizara en "Casas de viudos" (Widower´s Houses)

Hablamos de Macbeth, a propósito de la producción que Sybil Thorndike había realizado de la obra, que el señor Shaw había dirigido en gran medida, y comentó que siempre había deseado ver una versión realizada íntegramente en el dialecto escocés.

-Estoy convencido de que sería tremendamente poderosa -declaró.

Regresando al tema de las películas, le pregunté a Shaw si verse a sí mismo tal y como los demás le ven, a través de su reciente película y la que había hecho algunos meses antes, le había permitido descubrir algo nuevo sobre sí mismo.

-Solo que me estoy haciendo viejo -replicó-, y que se me está torciendo la boca. Pero hice un pequeño descubrimiento sobre mí mismo cuando me vi por primera vez en la pantalla de una película que ayudé a hacer hace casi veinte años. Me había fijado muchas veces en que mi padre se parecía bastante a sir Horace Plunkett, el agrónomo irlandés, y cuando me vi en la pantalla me di cuenta por primera vez de que yo también me parezco a Plunkett. Aquella película fue un asunto extraordinario que puso en marcha Barrie en los años de antes de la guerra -continuó Shaw-. Su propósito era recaudar fondos para algún fin caritativo, creo recordar, y participaron en ella un buen número de celebridades de uno u otro tipo. Empezaba, lo recuerdo bien, con una cena en el Savoy y uno de los presentes era el señor Asquith.

Después nos llevaron a Granville Barker, a mí y a dos o tres escritores más a Elstree y nos vistieron de vaqueros. Así ataviado hicimos toda clase de chifladuras, como perseguir caballos y montar en motocicleta. En un determinado momento llevaba a cinco personas detrás de mí en la motocicleta y atravesé varios precipicios. Bien es verdad que los precipicios solo medían dos metros de altura, pero no me resulta especialmente divertida una caída, ni siquiera de dos metros, a mi edad. Al público, no obstante, le fue negado el placer de presenciar estas payasadas, ya que Barrie finalmente decidió tirar la película a la basura, tengo entendido que el final utilizó parte de ella en una pieza que escribió para Gaby Deslys.

Ojalá pudiera reproducir el delicioso acento irlandés con el que Shaw me había contado todo esto. Escucharlo es uno de los gozos de hablar con él.

Ninguna entrevista con George Bernard Shaw, el más ardoroso de los feministas, quedaría completa sin algún comentario sobre las mujeres. Así pues, como cuestión final, le pregunté:

-¿A qué se debe, en su opinión, que últimamente las mujeres estén derrotando a los hombres en todos los frentes? Por ejemplo, Amy Johnson, y las otras inglesas que ganaron la carrera aérea de la Copa del Rey y el Trofeo del Rey en el campeonato de tiro de Bisley.

-¿Qué tiene eso de sorprendente? -inquirió Shaw-. Miss Johnson no voló hasta Australia: lo hizo una máquina, ella se limitó a ir en ella y dirigirla. El Trofeo del Rey lo ganó un rifle: ¿existe alguna razón en el mundo por la que los ojos de una mujer no puedan alinear el punto de mira de rifle, por la que la inteligencia de una mujer no pueda calcular el efecto del viento o por la que el dedo de una mujer no pueda tirar del gatillo tan bien como los de un hombre? Si consulta usted los periódicos de ayer, comprobará que varias mujeres tuvieron hijos ayer sin ayuda de máquina alguna. Demuéstreme usted que algún hombre ha logrado tan asombrosa y ardua proeza, y me sentaré a discutir muy seriamente con usted el significado de tamaño triunfo.

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