La pintura el óleo es a las apariencias lo que el capital a las relaciones sociales. Lo reducÃa todo a la igualdad de los objetos. Todo resultaba intercambiable porque todo se convertÃa en mercancÃa. Toda realidad era mecánicamente medida por su materialidad.
El alma se salvó gracias a la filosofÃa Cartesiana al entrar en una CategorÃa aparte. Un cuadro podÃa hablar al alma, pero por referencia a ella, nunca por el modo en que la imaginaba. La pintura al óleo transmitÃa una visión de exterioridad total.
Inmediatamente nos vienen a la memoria cuadros que contradicen esta afirmación. Obras de Rembrandt, El Greco, Giorgione, Vermeer, Turner, etc. Pero si estudiamos estas obras en relación con la tradición como un todo, descubriremos que son excepciones de una clase muy especial.
Los visitantes de los museos de arte se sienten muchas veces abrumados por el número de las obras expuestas, y se reprochan no ser capaces de concentrarse más que un puñado de estas obras. De hecho, tal reacción es perfectamente razonable.
La historia del arte ha fracasado totalmente a la hora de resolver el problema de la relación entre la obra maestra y la obra media de la tradición europea. La noción de "genio" no constituye en sà misma una respuesta adecuada.
En Consecuencia, la confusión reina sobre las paredes de las galerÃas. Obras de tercera fila rodean a una obra maestra sin que se explicite -y menos aún se explique- lo que las diferencia.
La obra media era una obra producida con más o menos cinismo -especialmente, y cada vez más, a partir del siglo XVII- es decir, los valores nominales expresados significaban menos para el pintor que terminar el encargo o vender su producto.
La obra mal hecha no era resultado de la torpeza ni del provincianismo, sino de un mercado en que la demanda crecÃa sin cesar. El perÃodo de la pintura al óleo coincide con el auge del mercado libre de obras de arte.
En esta contradicción entre arte y mercado debemos buscar las explicaciones de ese contraste, de ese antagonismo entre la obra excepcional y la obra de calidad media.
Lo que distingue la pintura al óleo de cualquier otra forma de pintura es su especial pericia para presentar la tangibilidad, la textura, el lustre y la solidez de lo descrito. Define lo real como aquello que uno podrÃa tener entre las manos. Aunque las imágenes pintadas son bidimensionales, su potencia ilusionista es mucho mayor que la de la escultura, pues sugiere objetos con color, textura y temperatura que llenan un espacio y, por implicación, llenan el mundo entero.
Está pintado con gran habilidad para crear en el espectador la ilusión de que mira objetos y materiales reales. Ya dijimos en el primer ensayo que el sentido del tacto era como una forma estática y restringida del sentido de la vista. Cada centÃmetro cuadrado de la superficie de este Cuadro, aunque sigue siendo puramente visual, apela al sentido del tacto, casi lo importuna.
El ojo pasa de la piel a la seda, del metal a la madera, del terciopelo el mármol, del papel al fieltro, y todo lo que el ojo percibe está ya traducido, dentro del cuadro mismo, el lenguaje de la sensación táctil. Los dos hombres tienen cierta presencia, y hay muchos objetos que simbolizan ideas, pero el cuadro está dominado por los materiales de los objetos que rodean a los hombres y de las ropas que visten.
Salvo las manos y los rostros, no hay en todo el cuadro una superficie que no nos hable de su cuidada fabricación -por tejedores, bordadores, tapiceros, orfebres, guarnicioneros, mosaiquistas, peleteros, sastres, joyeros- y de cómo este trabajo y la riqueza resultante ha sido finalmente retrabajado y reproducido por Holbein, el pintor.
Las obras de arte de las tradiciones anteriores celebraban la riqueza. Pero la riqueza era entonces sÃmbolo de un orden social fijo o divino.
La pintura al óleo celebraba una nueva clase de riqueza: una riqueza más dinámica, cuya única sanción era el supremo poder de la compra del dinero. Y asÃ, la pintura misma tenÃa que ser capaz de demostrar la deseabilidad de aquello que se podÃa comprar con dinero. Y la deseabilidad visual de lo que puede comprarse estriba en su tangibilidad, en como halagará el tacto, la mano, del propietario.
Estamos ante un problema que persistió a lo largo de toda la tradición. Cuando se introducen sÃmbolos metafÃsicos (y posteriormente hubo pintores que introdujeron, por ejemplo, cráneos realistas como sÃmbolos de la muerte), su simbolismo suele resultar poco convincente, antinatural, debido al materialismo inequÃvoco y estático del procedimiento pictórico.
John Berger.
Gran Bretaña, 1926 - 2017.
Escritor y crÃtico de arte.
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