Domingo 17 de septiembre de 2017
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Editorial y opiniones
COLUMNA VERTEBRAL
Los enigmas de nuestra identidad
17 sep 2017
Carlos D. Mesa Gisbert
Hay una innegable tensión entre quienes creen que las características del funcionamiento internacional en el siglo XXI, diluyen y modifican de modo irreversible las fronteras decimonónicas que caracterizaron las construcciones nacionales en la era moderna y contemporánea, quienes por el contrario, defienden las identidades específicas de cada comunidad como una forma imprescindible de afirmación individual y colectiva que no destruya las raíces de la unicidad.
¿Ciudadanos del mundo o miembros de una tribu? ¿Qué somos? ¿Qué nos caracteriza? ¿Qué tenemos en común y qué nos diferencia? La distancia física insalvable de los albores de la humanidad tardó milenios en superarse. Nacimos en un espacio geográfico inmenso que podía considerarse como "infinito" para quienes tenían que vivirlo en el nomadismo recorriendo a pie kilómetros y kilómetros para conseguir el alimento. Quienes partieron de África en el camino de la expansión, o quienes recorrieron otras rutas tardaron miles de años en cruzar continentes.
Vivieron y murieron sin saber de la existencia de otros semejantes, que en su ruta vital afrontaron los mismos desafíos para enterrar a sus muertos, dominar el fuego, construir sus techos, elaborar utensilios para el diario vivir, vasijas, contenedores, herramientas, armas, fundir metales, hacer germinar la tierra de manera deliberada, navegar, organizar el funcionamiento de la comunidad, establecer normas, combatir por la defensa del espacio propio o por la expansión frente al espacio ajeno, los mismos problemas, las mismas o similares soluciones, las mismas pulsiones, la misma curiosidad insaciable, la misma necesidad de construir y dominar, las mismas ansias de control y de poder, de mando y el sentido de destino, las mismas complejas y hondas relaciones con aquello que la razón no puede comprender, la misma decisiva y compleja vinculación con el mundo sobrenatural y con la conciencia de la finitud, la imperativa necesidad de creer en dioses capaces de explicar por la vía de la fe lo que no se puede entender o explicar por la vía de la razón.