La democracia debe permanecer incorrupta

Es una verdad que se repite incesantemente: la corrupción de cada régimen político empieza casi siempre con la de los principios. El principio de la democracia degenera, no solamente cuando se ignora el principio de la igualdad, es decir, cuando cada uno quiere ser igual a los que el mismo eligió para obedecer. El pueblo entonces no pudiendo continuar con ese sufrimiento de haber dado el poder, asume la posición de hacer todo por sí mismo, deliberar por la Asamblea, querer ejecutar por los magistrados, invadir todas las funciones y despojar a todos los jueces.

Esos reductos que surgen por diferencias estrictamente personales con las autoridades y de las autoridades que se encapsulan en su poder burocrático y no dialogan; presumiblemente porque no se sienten preparados a acometer estas obligaciones inherentes al cargo, entonces, se difumina el maravilloso mecanismo del diálogo. La obsesiva discriminación y el racismo, hace caer al pueblo en esa desgracia cuando aquellos a quienes se confía para ocultar su propia corrupción procuran corromperlo. Se utiliza la malhadada argucia de hablar sin cesar de la grandeza del pueblo; para que no descubra su avaricia, fomentan la del pueblo sin cesar.

Todos sabemos que la democracia no es la forma más perfecta de gobierno, empero, es perfectible y la adecuada para los principios de los derechos fundamentales y de igualdad; por ello cada ciudadano debe asumir su rol de aproximación cada vez más cercana e intelectiva al Derecho, comprender que una interrelación en base a este inalienable principio genera la madurez del pueblo y la satisfacción de todos y cada uno de los ciudadanos, de generar respeto al prójimo y darlo recíprocamente. Es un sentimiento de satisfacción interno incomparable que permite a los núcleos pequeños y masivos de ciudadanos, emprender proyectos con la base del consenso en pos del desarrollo humano, que libera de la ignorancia.

Dos excesos debe evitar la democracia: el de la desigualdad que la transforma en aristocracia o la lleva al gobierno de uno solo, y de la igualdad exagerada abusiva que la sume en el despotismo.

Es una verdad que los sabios griegos nos legaron y permanece inmutable en el tiempo pese a dos milenios transcurridos: la libertad verdadera no tiene sustrato en que nadie mande, sino en estar mandados por los iguales.

(*) Abogado, posgrado en Interculturalidad y Educación Superior, Conciliación y Arbitraje, doctor honoris causa, escritor.