Domingo 10 de septiembre de 2017
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OÃa caer unas gotas enormes en hondos abismos. O al viento meciendo la cebada. Y por momentos creÃa estar aprisionado en medio de un telar de hilos espinosos o se imaginaba que se debatÃa en un huevo enorme donde sus ojos adivinaban la luz. No lograba comprender el significado de aquel signo pero él querÃa saber. La voz del otro se acrecentaba en sus oÃdos produciéndole una tremenda confusión. Era como si las nubes negras que veÃa tapando el sol, fueran agitadas por un dedo gigante y formaran aquel signo. Y, súbitamente un rayo se instalaba en su cabeza y entonces comprendÃa. Su rostro dejaba de estar en tensión y sus dedos le obedecÃan dóciles por donde él los guiaba. El camino era penoso, pero a medida que avanzaba, su deseo de aprender era más fuerte. Las gotas de luz iban cayendo una a una en un vaso bifurcado que se conectaba con su cabeza y con su corazón. El otro ya no le hacÃa retumbar el alma con sus palabras. Se iba volviendo su semejante. Le faltaba trepar todavÃa, pero ya entreveÃa el instante de darle la mano, hombre a hombre. Ã?l no pudo saber nunca cuántos dÃas y noches pasaban, en tanto sabÃa. Sólo sabÃa que iba saliendo de un pozo donde se confundÃan los gritos de su mujer con el llanto de su hijo, el ladrido de los perros con el viento aullando en la montaña. Eran ruidos pesados. Mas, las palabras del otro le llegaban, a veces débilmente, otras con sonoridad, pero siempre aumentando el contenido del vaso. Hasta que un dÃa, mientras su lengua se esforzaba por obedecer las instrucciones de su cerebro, le pareció que el otro iba creciendo ante sus ojos, pues su mirada interrogante empezó a pesarle en todo su ser. Y se sintió desamparado, como un gimiente animalito. Pero de pronto, lengua y cerebro actuaron simultáneamente y salió su voz, su voz nueva, lavada de sombras. Entonces se puso de pie y en su rostro se dibujó también una sonrisa nueva. Las palabras del otro, que habÃa vuelto a ser de su tamaño, eran palabras dulces:
-¡Isico Pucara! ¡Dame la mano! ¡Ya sabes leer!
Entonces supo que el otro se habÃa convertido en su prójimo y con él, todos los otros. Y se fue a casa con el alma iluminada.
Gastón Suárez. PotosÃ, 1928-1984.
Escritor, novelista y dramaturgo.