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Sábado 09 de septiembre de 2017

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La bondad, si no se acompaña de acción, no sirve de nada

09 sep 2017

Fuente: lamenteesmaravillosa.com

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La bondad es el auténtico símbolo de superioridad del ser humano; sin embargo, si no va acompañada de acción no sirve de nada. Todos conocemos a ese tipo de personas que dicen mucho y hacen poco, perfiles de nobles palabras y actos egoístas. Empecemos pues a cambiar el mundo, a traducir en actos la auténtica nobleza de nuestro corazón.

Esta idea que a simple vista puede parecer una obviedad, encierra en sí misma un hecho evidente: son muchos los que practican un tipo de inmovilismo donde les basta creerse "buenas personas" para hallar así su propia y contradictoria satisfacción. Sin embargo, son incapaces de ver necesidades cercanas, hechos concretos que demandan de ese tipo de empatía elemental que no vemos tanto como desearíamos.

Alguien dijo una vez que para acabar con la maldad bastaría solo con que las personas buenas actuaran, con que hicieran algo. La bondad no es pues una entidad vacía, no es un comprimido que uno toma para ennoblecer el corazón y hacer después un donativo a una ONG, tampoco es una etiqueta de la que vanagloriarse ante los demás.

La bondad no es algo que uno elija, es algo que se siente y que nos impone la necesidad imperante de actuar, de dar respuesta, de atender y amparar, a pesar de que el resto del mundo no nos entienda o nos critique por ello. La bondad es por tanto, un auténtico acto de heroísmo.

Somos conscientes de que este tema puede alzar cierta polémica. En primer lugar serán muchos los que se pregunten qué entendemos por buenas personas, qué las hace diferente al resto y por qué suele decirse aquello de que son héroes anónimos, héroes silenciosos de los que nadie habla. Bien, es necesario aclarar que con la categorización de "buenos" no queremos decir que el resto de personas sean "malas". No estamos estableciendo ninguna dicotomía.

La bondad es ante todo ausencia de egocentrismo. Si aislamos esta variable en nuestra ecuación tendremos un perfil comportamental donde habitan dimensiones como la empatía, la compasión y el altruismo. Ahora bien, un rasgo excepcional de este tipo de personalidad, es que están hechos de un material que nadie ve. Basta con ahondar en la primera capa de su piel para descubrir que bajo ella, relucen: son personas que anteponen las necesidades ajenas a las propias.

Esta última faceta no se ve tan a menudo. No todos priorizamos a nuestros semejantes hasta el punto de relativizar las propias necesidades, y el no hacerlo o no sentirlo, no nos convierte ni mucho menos en malas personas. Simplemente, ese tipo de sacrificio o de voluntad tan altruista nos es ajena, extraña y hasta contradictoria. Quizá, por ello, no entendemos por qué muchos cooperantes ponen en riesgo su vida para ayudar a personas que están tan lejos.

De hecho, a veces, tampoco entendemos a esa amiga, vecina, compañero de trabajo o hermano que lo da todo por su comunidad sin esperar nada a cambio. La bondad, como el resto de motivaciones, no siempre es entendida y, precisamente por esta incomprensión, pocas veces recoge el reconocimiento que merece.

Para practicar la auténtica bondad no hace falta dar al prójimo todos nuestros bienes. Tampoco es necesario viajar a la India o al Tíbet, ni tomar partido en guerras que no son nuestras para ayudar al oprimido o al necesitado. La auténtica bondad se empieza practicando en nuestros entornos más cercanos, en esos hechos que acontecen día a día ante nosotros y que a menudo, no vemos.

Ningún acto de bondad, por pequeño que sea, será una pérdida de tiempo, es más, basta con dar el paso y actuar para que poco a poco, nuestro cerebro experimente pequeños, pero grandiosos cambios. Tanto es así, que no te sorprenderá saber que actos como la generosidad o el altruismo activan en nuestro cerebro los mismos mecanismos neuronales que la empatía.

Al hacer algo significativo por el prójimo, recibimos de nuestro cerebro un aporte de endorfinas que refuerzan, de algún modo, ese comportamiento pro social que dignifica nuestra especie. El ser humano tiene como principal prioridad garantizar su supervivencia, así, la bondad acompañada de acción y no solo como deseo, garantiza ese principio fundamental.

Por otro lado, algo que no deberíamos descuidar nunca es el transmitir a nuestros hijos este tipo de enfoque vital. Jerome Kagan, psicólogo de la Universidad de Harvard, ha demostrado a través de sus trabajos que los bebés tienen una capacidad innata para conectar de forma positiva con las personas que les envuelven. Las caricias emocionales favorecen y potencian la maduración de un cerebro infantil de un modo simplemente maravilloso.

Así pues, si sembramos en ellos el valor de la empatía, el respeto y el altruismo, todos saldremos ganando en esta era de la modernidad y las nuevas tecnologías. Es todo un reto y un acto de gran responsabilidad donde todos contamos, donde todos somos importantes. Porque si nuestra especie ha conseguido evolucionar hasta dar forma a esto que llamamos "humanidad", ahora solo falta dar un paso más para dar forma a una auténtica conciencia común, a una red basada en el respeto mutuo, la compasión y el valor de otro como parte de uno mismo.

Fuente: lamenteesmaravillosa.com
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