Mi madre solÃa decir: "Uno siempre sabe cómo empieza una pelea, pero nunca como va a acabar" y no podÃa estar más acertada, quienes sobre todo de jóvenes hemos visto y estado inmersos en cientos de riñas somos testigos de cómo a veces las más burdas situaciones pueden conducir a que dos hombres se vuelvan niños y traten de resolver cualquier disputa por la vÃa más directa, la de los puñetazos.
Y de entrada no quiero hacer discriminación de sexos, puesto que últimamente, las damas se trenzan a lapos más y peor que los mismos hombres, y el Internet está plagado de videos de chicas y grandes que prendidas de sus mechas se suenan, una verdadera lástima.
De todos modos, en lo que personalmente me tocó vivir durante mi adolescencia y madurez inicial en lo personal o con los amigos por cualquier razón, felizmente nunca terminó en tragedia. Por lo general los golpes iban y venÃan hasta que salpicaba algo de sangre, o una nariz terminaba rota, o la revolcada en el piso era más mugrienta que agradable, de manera que los más o los menos los separábamos, les hacÃamos dar la mano y listo, asunto saldado, ya se dieron el gusto y, calabaza todos nos Ãbamos a casa, o con la alegrÃa de ser del equipo ganador, o alentando al perdedor de que al menos hizo buen frente, pero nunca pasaba de eso.
Sin embargo que yo haya vivido las cosas a ese nivel, no quiere decir de ninguna manera que mis experiencias hayan sido o sean aun referencia para medir nada, ni lo de antes era mejor ni lo de ahora es peor.
Dos generaciones antes que la mÃa, relataban entre nostalgia y abominación las terribles peleas que protagonizaban pandillas que hicieron historia en la ciudad de La Paz. Marqueces y Calambeques, entre otras tantas, protagonizaban cada camorra que durante un buen tiempo las fiestas que no querÃan su presencia tenÃan que pedir la seguridad de la PolicÃa para evitar los desmanes que solÃan provocar estos dos grupos. Eran encontrones realmente fuertes, a tal punto que en uno de ellos, falleció justamente la hermana de la familia Márquez y uno de ellos terminó en la cárcel. Hoy en dÃa ambos grupos son más que amigos y recuerdan sus jornadas en alegres fiestas donde ya no hay más lides, pero su pasado no queda en el olvido.
En mis tiempos de juventud las pandillas eran muchas más, y sus peleas no estaban al margen, pero ya no provocaban desmanes como sus antecesores, los que sà se daban unas peleas campales más bien eran los colegios, los que por una longeva tradición, tenÃan un establecimiento enemigo y la mejor manera de determinar cuál era el mejor, según el alumnado (muchas veces incluso incentivados por los mismos docentes) era darse a los golpes en batallas campales en lugares como la avenida Del Poeta, el parque de los monos o el bosquecillo de Pura Pura.
La única rivalidad que me da pena hoy en dÃa y que va en preocupante aumento, pues muchas veces nos encanta imitar lo que vemos por la tele, es la de las hinchadas de fútbol. Desde que se fundaron las barras bravas y acompañadas de mucho folklore futbolero, establecieron su campo de acción y su forma de alentar a su equipo, esos grupos le han dado mucho color al fútbol. Su contribución es innegable y su aporte a la hora del aliento queda marcado, especialmente cuando logran levantar a su equipo y hasta cambiar resultados con su empuje.
Lastimosamente, muchos de ellos, no solo sienten un gran amor por sus colores, sino que además un gran odio por el rival, por el de turno durante el encuentro, pero en permanencia y con demasÃa por el clásico rival. A veces es un odio inimaginable e incomprensible pero existente, y es necesario tener esas situaciones bajo control y con la debida atención para que no se reproduzcan situaciones que ya han teñido de sangre jornadas que debÃan haber sido sólo deportivas pero que terminaron siendo un suceso policial.
El ser humano es asÃ, es capaz de amar y odiar con intensidades a veces incomprensibles, y ambos extremos nos pueden llevar a cometer locuras que probablemente en situaciones normales serÃamos incapaces de realizarlas. Pero tanto amor como odio, tienen su origen en un trato común, en una relación cuyos afectos o desafectos van creciendo por algún motivo. Estas causas pueden derivar en cosas sublimes o en tragedias insospechadas, pero entre dos o más personas que tienen una situación en común.
El vÃdeo grabado por unos vecinos que inundó las redes sociales, dejaron a más de uno con la boca abierta, pues al ver como el muchacho de mangas blancas pisaba la cabeza de su vÃctima una y otra vez sin encontrar sosiego, era algo realmente incomprensible.
Necesitamos orientar a nuestros hijos, volver a infundir amor y valores, si los vemos o sabemos muy violentos, orientarlos, buscarles ayuda profesional, porque sabemos que en cualquier momento pueden empezar o ser parte de una pelea pero lo que nunca sabremos es cómo irá a terminar la misma.
(*) Paceño, stronguista y liberal
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