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Invitado


Domingo 27 de agosto de 2017

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Cultural El Duende

Arturo Corcuera

27 ago 2017

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Arturo Corcuera. Perú, 1935 - 2017. Poeta. Ha publicado: Cantoral (1953), Noé delirante (1963), Primavera triunfante (1964), Las Sirenas y las estaciones (1976), Poesía de clase (1968), La Gran jugada o crónica deportiva que trata de Teófilo Cubillas y el Alianza Lima (1979), Puente de los suspiros (1982), Corea Monte de diamante (1984), Fábulas /cuentos y adivinanzas (s/f), Los amantes (1978), Prosa de juglar (1992), Canto y gemido de la Tierra (1998), Puerto de la memoria (2001), Sonetos del viejo amador (2001), Parajuegos (2002), Tarzan e il Paradiso perduto. Antología Poética (2003), A bordo del arca, (2006) y Vida cantada. Memorias de un olvidadizo (2017).

Tarzán y el paraíso perdido

¡Aaaúuaú aaa?! ¡Aaauaúaa?!

Tarzán (Johnny Weismuller)

es internado en un manicomio

por creerse Tarzán.

Su grito, que asusta a médicos y enfermeras,

no es el clarín con el que hacia su victoriosa

aparición en la pantalla.

El grito a Tarzán no le pertenece.

Fue un collage de sonidos confeccionado

y patentado por la Warner Brothers:

decantaron en el laboratorio

los gruñidos de un cerdo

y las notas de un tenor.

Tarzán en el sanatorio para artistas (retirados)

de Hollywood,

abatido y vencido por la camisa de fuerza

(él que encarnó la fuerza

sin necesidad de camisa).

Hoy casi a oscuras

y ayer mimado por los reflectores.

Tarzán víctima de una dolencia cardiaca

se toca el corazón y piensa en Jane.

Desamparado

llama en su desesperación a Chita

(entre sombras ve y besa a Chita

como si fuera su madre.

Chita se limpia la boca, hace morisquetas

y dando volatines desaparece), llama a Chita

para que lleve un recado

pidiéndole ayuda a Jane.

Pero Chita no podrá acudir.

Chita no existió en la vida real.

(Eran ocho monas chimpancé, ocho monas

que parieron su estampa cinematográfica).

Y Jane,

la bella silvestre de los níveos brazos,

ya no lucirá más su silueta junto a Tarzán,

porque Jane ya no filma.

Hace mucho tiempo que se le venció el contrato

con la Warner: las piernas de Jane

ya no están todo lo tersas que uno quisiera

para hacerlas figurar en el reparto.

(Ah, Jane, paraíso perdido, divino tesoro,

ya te vas [para no volver],

cuando quiero llorar

pienso en ti, mi dulce Jane.

Cuánto hubiera dado por tenerte en mis brazos,

por confesarte mi amor:

Yo querer mucho a Jane.

Silencio insensato que guarde por culpa

de mi testaruda timidez.

Por culpa de los barritos

de mi precoz adolescencia.

Ah, Jane, ya no adoro tus senos

besados por las lianas.

Tus senos asediados al centímetro

por flechas y lanzas.

Ya no adoro tu rostro que el tiempo implacable

ha ido modelando a su capricho.

Tu rostro que acaricié con ternura

[a escondidas del público]

en todas las carteleras.

Que no me digan nunca

que te quitaste el maquillaje.

Que no me enseñen nunca

tus cabellos de desfalleciente plata.

Para mi tú serás siempre la linda muchacha

que yo amé matalascallando,

que yo ayudé a inventar con mis ensueños

en los destartalados cines de mi barrio,

mi inolvidable Jane).

En su cuarto

Tarzán da vueltas como condenado

y en su rayado papel de loco repara en el

espejo del lavabo y quisiera lanzarse.

Tarzán varias veces campeón

olímpico de natación.

Amor, juventud y dinero, la veleidosa gloria:

todo desde el trampolín se le fue al agua.

Todo se lo devoraron con voracidad las fieras.

Entre paredes pálidas que su insomnio decora

de enredaderas por sentirse libre

(al final de la película)

se aferra a sus sueños:

se sueña sobre el lomo de sus elefantes

y sonríe.

Se sueña venciendo a sus repujados

cocodrilos de cartón.

Ve acercarse a sus leones de felpa

(pura melena)

y Tarzán siente miedo

y tiembla y grita

como un desventurado niño de pecho:

¡Aaaúaúaa?! ¡Aaaúaúaaaa?!

Pobre Tarzán indefenso y desnudo,

descolgado del ecran por inservible,

loco, completamente solo entre los locos,

aullando perdido en su paraíso perdido,

sin Jane, sin chita, sin fuerzas, sin grito,

solo con su soledad y sus taparrabos.

El viaje final

Nací a orillas del mar, en un viejo puerto

de cerro azul y casas de madera.

Recuerdo a los ahogados tendidos en la arena,

gordos y amoratados.

Los pescadores que no volvían.

Las olas encrespadas en mis sueños,

engulléndose las estrellas.

Cuando muera (¿lejos del mar?)

incinerar mi cuerpo, este madero inflamable que

mientras tenga un aliento arderá en el amor,

raudo navío de las tempestades.

Sacar mi ceniza a los caminos y esparcirla en el río,

tal vez una tarde desde el Puente de los Ángeles.

Haría así, por última vez, el recorrido que tantas veces

hice fatigado hasta Lima. Le diría, de paso,

adiós a la Ciudad de los Reyes (el Rey de la Papa,

el Rey del Pollo, el Rey de los Narcos)

y proseguiría discurriendo en las aguas

mi añorado viaje al mar,

al encuentro de aquel viejo puerto

de cerro azul y casas de madera,

donde nací, crecí y fui dichoso

en los esmirriados años de mi niñez.

El arca viajera de Bombay Palace

Más que baúl chico es arca de madera.

Me cautiva el olor a sándalo. Paso, gozoso,

los dedos sobre el tallado de la tapa

con pagodas y gente de largas batas de seda

y anchas mangas.

Pasaje de un lago al atardecer con lotos,

remeros alrededor, bambúes, plantas

colgantes o altas hierbas

que crecen de árboles podados.

Mi fantasía reconoce al pájaro pihis

del que habla Apollinaire. Sólo posee un

ala y tiene que aparejarse para poder volar.

(el viaje de luna de miel lo

inventaron los pihis).

Después de una larga travesía,

navegando por los espejos llegó el arca al

dormitorio. Y en él guardo mis poemas,

hasta que maduren como las frutas.

Fábula del cuervo oriundo de Ginebra

Cuando no hay un alma en casa

y tengo que almorzar solo, invito al cuervo.

Lo siento junto a mí en el tablero de la mesa.

Me distrae su compañía.

Su lealtad supera la de algunos amigos.

¡Tan simpático

el cuervo con su pico curvo, su traje negro,

recién untado con los betunes

de la noche,

en el que relucen filamentos dorados!

Sus piernas y sus alas flexibles se acomodan

a cualquier postura y a cualquier amo.

Disfruta sintiéndose a mi lado,

sobre todo cuando pelo las uvas y desorbitadas

ruedan sobre el plato de postre.

?l me observa con avidez, se le hace agua

la boca.

Lo adquirí en el mercado de pulgas

de Planpalais de Ginebra, que se puebla

miércoles y sábados de mercaderes

y mercachifles.

El elegante cuervo lucía aquella tarde

en un mostrador, muy campante, cruzado

de piernas. Tenía la misma gracia,

el mismo aire de distinción.

Entre máscaras, campanas, relojes

y otros objetos antiguos, era maese cuervo el

que daba la hora.

Atento el ojo, contemplaba con puntualidad

los ires y venires de las cosas, el

comercio incesante de la vida.

Se siente bien cuando me acompaña.

En su silencio percibo un hálito de ternura,

pero yo sé que en el fondo

lamenta su naturaleza de madera.

?l preferiría ser cuervo de carne y hueso

y aguardar el momento propicio para

sacarme los ojos.

Para tus amigos: