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Domingo 27 de agosto de 2017

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Cultural El Duende

Tribunal para la ignorancia

27 ago 2017

Mario Guzmán

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Se preguntaba, lápiz en mano: ¿Quién era Joyce?... ¡Bruto! No puedo saber si Napoleón murió en Waterloo o en cualquier parte. Al final, ¿qué me importa su muerte? Lo que sucede es que estoy haciendo esos cuadritos de los periódicos para ganar unos pesos.

-Escriba y diga: ¿Dónde queda el barrio de Pedro? ¿Quién lo fundó? Y yo solamente sé que Barrio de San Pedro, la cárcel. Voy a la cárcel de Pedro si está en el norte, en el sur, en el sudeste o lo que sabemos. Es usted un idiota. San Pedro está en la plaza, dice el Gobernador. Y sigo escribiendo los cuadritos. Veo una figurita. Es María Antonieta. La acerté. Es ella. La de la guillotina. Podría ser fabricante de guillotinas. Con Luis XIV, dice el dictador o el diccionador.

Tomo el diccionario: se me borra la página. Encuentro a Marx. Y alguien me dice: Marx hizo el capital y Lenin cobró los intereses. Me sonrío. Lleno el cuadrito. Fue ella: María Antonieta, la protagonista de la Revolución Francesa. Lo lleno y es todo. Mi cuarto crece en grandeza y sabiduría.

Otra especie de preguntita en el cuadrito de las preguntas para escribir: ¿Dónde está Catavi?... Hay que llenar. Cuento los dedos. Siete letras. Está entre los muertos. Y estampo el nombre: Catavi. ¡Qué bonita palabra! Y en ese momento me pongo a pensar en el General Peñaranda. No sé por qué será. Mi hijo vuelve del fútbol. Es otra vida. No tendrá un Catavi, seguramente. Me pide un refresco. Aquellos de Catavi no lo tuvieron. Soy un pequeño burgués repartiendo refrescos a sus hijos.

Vuelvo a llenar los cuadritos del periódico para el concurso de la semana. Quisiera ganar los quinientos pesos. Pienso en pesos y sucede que tenía cuarenta pesos cuando la esposa mía cumplía 45 años y mi padre 85. Doble por doble. Mi hijo trae el cambio. Es un hijo cansado del fútbol. �l no sabe que el minero se cansó del plomo y del estaño y de tanta estupidez también mineral. Me devuelve el cambio. Es posible que mañana hagamos una sopa de fideos.

Soy un ignorante. Aparece una pregunta para el cuadrito. ¿Quién es el autor de la Marsellesa? En ese preciso momento le pido otra vez el cambio de la botella de naranjada a mi hijo que volvió del fútbol. No hay cambio. Adeudamos por las galletas, el pan, las galletas, la carne. El cambio ha desaparecido.

Fastidia la radio que toca una musiquita de moda. Y vuelven a preguntar en el cuadrito: ¿Quién es el autor de La Náusea? No me prenden. Tomo el diccionario. No está la Náusea, está un Sartre a quien no conozco. En ese momento llega mi mujer del trabajo. Como sabe cocinar pregunta: ¿Qué hay? Isabel, la muchacha, responde lo de siempre: sopa de fideos. Y se quemó la sopa de fideos.

Es extraño. No tengo tiempo para pensar en la sopa de fideos, sino en lo que está hablando mi hijo con una chica que dice que es su amiga. Mi hijo también se va. Dejo los cuadritos del periódico. He perdido quinientos pesos en el concurso. Me marcho. Mis cinco hijos van a tomar un té con marraqueta. Cierro la habitación. Mi otro hijo está hablando con su amor. Y se despide. Nos veremos en la esquina y solo queda la tarde para entregarse como cualquier mujer a una noche infinita. Tampoco tengo la culpa. La vida es así.

Simplemente el gato extraña la ausencia del perro Batuque que se perdió por los caminos de la vida.

La vieja voz del miedo. La Paz, 1990.

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