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Domingo 27 de agosto de 2017

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Cultural El Duende

Tengo un primo "Mago"

27 ago 2017

Por Alfonso Gumucio Dagron

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Cada vez que me descuido y me doy la vuelta, aparece un nuevo libro de Mariano Baptista Gumucio. Cuando le pregunto "¿qué estás preparando ahora?" responde casi con indiferencia, "nada, nada"� Y a las dos semanas presenta nueve tomos sobre los exploradores extranjeros que escribieron sobre cada departamento de Bolivia, o una exhaustiva colección de textos poco conocidos de Augusto Céspedes, o un museo en Pando. Mago dice que suma unos 70 títulos en su bibliografía, pero son más, lo que pasa es que a él le da pereza contarlos, como seguramente no ha contado tampoco el número de imágenes de la Mona Lisa que ostenta en las paredes de su casa, incluyendo las del baño de visitas.

Podrían decirle Mago por ese arte de prestidigitación creativa que practica sin cesar desde hace 60 años, pero su apodo viene de más lejos, desde su bisabuelo Mariano Baptista Caserta, diputado y presidente de la república, a quien le colgaron el mote por ser un orador prodigioso.

Mago puede estar al mismo tiempo preparando un nuevo libro, montando un museo o realizando uno de sus programas de televisión de la serie "Identidad y magia de Bolivia", que ya suman más de 800 (16 años continuos). Lo hace con el fluir de los días como si no representara ningún esfuerzo.

Su faceta de videasta me impresiona especialmente porque lo he visto trabajar como hombre orquesta con una camarita de juguete, convertido él mismo en camarógrafo, director, productor, entrevistador� Los jóvenes de hoy no mueven un dedo si no han conseguido varios miles de dólares para iniciar su proyecto cinematográfico, pero Mago lo hace todo cada semana con envidiable entusiasmo. Jamás escuché de él una queja por sus precarias condiciones de documentalista.

Todos sus programas de televisión son tremendamente generosos ya que en cada uno de ellos nos invita a conocer a un personaje, alguna faceta de una ciudad, un artista plástico, una obra nueva de teatro o de literatura, y tantas cosas más en la voz de los propios protagonistas. El panorama, que nos ofrece el conjunto de esa obra visual, dice mucho de lo que es Bolivia en el ámbito de la cultura.

No estoy aquí para hablar de la obra de Mariano Baptista Gumucio sino de la persona. Eso lo habría hecho de manera magistral H.C.F. Mansilla en el estudio introductorio del libro Cartas para comprender la historia de Bolivia, Carlos D. Mesa, Cachín Antezana y otros estudiosos. Tampoco quiero hacer de crítico de su obra videográfica, y menos analizar sus libros sobre educación, escritos en el periodo en que fue tres veces Ministro de Educación, ni hablar de su carrera política desde que fue secretario privado de Paz Estenssoro hasta que el MNR lo lanzó como candidato a la presidencia de la república, o su carrera diplomática como Embajador en Estados Unidos o Cónsul General en Chile.

Para rememorar todas esas etapas está el libro Por la libertad y la cultura (2016) propiciado hace exactamente un año por don Luis Urquieta, que despliega bellamente en la Edición de Plural y ZOFRO innumerables episodios de su vida con profusión de fotografías, cartas y textos propios y ajenos.

Mariano es un explorador, no un divulgador. Es fácil calificarlo de divulgador cuando en realidad lo que hace en sus investigaciones es sacar a la luz aquello que existía pero que no era tomado en cuenta porque no se conocía bien. En eso se parece a los exploradores del siglo XIX, que penetraban en las entrañas de la selva y descubrían civilizaciones que apenas conocíamos de oídas, a veces ni siquiera teníamos noticias de ellas.

Algunos creen que Mago es mi tío porque me lleva unos pocos años de ventaja. Otros saben que es mi primo hermano, hijo de mi tía Machi (Mercedes), la hermana mayor de mi padre. Yo, que solo tuve hermanos menores (Emma, Pedro y Pablo), adopté a Mago como hermano mayor. Quizás Mago hizo lo propio con mi padre y de ese modo hemos heredado no solamente la sangre que corre por nuestras venas sino una forma filial y de amistad para relacionarnos.

Si bien mis primeros pasos en la literatura, cuando tenía nueve años de edad fueron estimulados por nuestra abuela común, Adriana Reyes Calvo, fue Mago quien me respaldó cuando decidí dejar la carrera de medicina y dedicarme a escribir. La primera reacción de mi padre, que tenía la esperanza de que yo fuera un profesional "de verdad", ingeniero, médico o abogado, se resumió en una frase lapidaria: "Tienes tres días para irte de la casa". Más tarde se ablandó y trató de convencerme por la buenas, poniendo como ejemplo al elegante Axel Munthe (nacido como yo un 31 de octubre, casi cien años antes), el autor de La historia de San Michel (una colección de textos publicados en 1887) para probarme que se podía ejercer la medicina y escribir al mismo tiempo.

La vocación es algo misteriosa, le cae a uno encima como hábito de monje y se la asume con todos los riesgos que ello implica. Eso de que uno "nace" me parece relativo. No sé si la literatura está en los genes pero sí en inclinaciones un tanto irresponsables. Claro que ya en la etapa de colegio tuve el estímulo privilegiado de Pedro Shimose, Oscar Rivera Rodas y Carlos Coello Vila. Pero ya en la universidad, si no hubiera existido el respaldo de Mago, no sé si hubiera persistido, sobre todo porque nunca tuve la visión de que sería algo más que un artesano de la escritura, porque es algo que puedo hacer con relativa confianza y seguridad. Mi primo hermano mayor habló con mi padre y las cosas se suavizaron.

Poco después de demostrarle a mi padre que pude pasar al segundo año venciendo incluso la dificilísima anatomía descriptiva que nos daba el "Ciego" Mejía con el aprendizaje de memoria de los voluminosos tomos de Rouviere, me inscribí en la UMSA en Filosofía y Letras donde recuerdo entre los profesores a Marcelo Quiroga Santa Cruz, Julio de la Vega y Jaime Sáenz. Con ellos hice amistad y confirmé mi incierto destino de escritor. De la etapa de estudiante de medicina queda como testimonio un cuento que escribí a cuatro manos con Carlos D. Mesa, en el que reconstruimos en paralelo la caída del avión en Viloco, donde iba el equipo de The Strongest, mismo día del golpe del General Ovando que llevó al poder a una generación brillante en la que se encontraba Mariano Baptista Gumucio, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Oscar Bonifaz, Alberto Bailey Gutiérrez y José Ortiz Mercado.

Desde su puesto de ministro Mago me ofreció el desafío de hacerme cargo de la Revista Nacional de Cultura que él acababa de crear. Fui durante unos meses un entusiasta secretario de redacción que Mago tenía que corregir con frecuencia, como cuando me avisó que había conseguido un poema inédito de Octavio Campero Echazú y yo escuché Octavio Paz. En otra ocasión le pedí a Raúl Teixidó que "resumiera" para la revista su novela Los habitantes del alba, cosa que hizo con la mayor humildad. Ahora le pido disculpas a Raúl cada vez que lo veo.

Mi primer libro publicado el año 1977 se debe a Mago cuando fue director de �ltima Hora. Durante varios meses había publicado en el suplemento "Semana" mis extensos artículos sobre escritores bolivianos, resultado de conversaciones, lecturas e indagaciones que desarrollé con ellos a través de varios años. Mago me animó a publicarlos en forma de libro, en una edición rústica en papel periódico salida de las prensas de �ltima Hora, pero con el sello de Los Amigos del Libro. Ese libro se llamó Provocaciones y tiene entre otros capítulos uno con Oscar Cerruto y otro con Jaime Sáenz que han sido objeto de estudio. La segunda edición la publicó Plural en 2006.

Disfruto mi relación con Mago porque es un hombre tranquilo, buen conversador que nunca abusa de la palabra ni quiere imponer sus ideas sobre los demás. Es más bien alguien que escucha y a veces habla en silencio desde su mirada chisposa con un ligero dejo de sorna en la boca, parecido al de la Mona Lisa, y así sin mover los labios dice lo que está pensando de alguien o de algo, pero sería incapaz de ser torpe con nadie. Sus comentarios a veces sarcásticos son tan refinados que pueden pasar desapercibidos. Hay que saber leer a Mago como lo hacen unos pocos amigos con los que ocasionalmente intercambia, aunque la muerte los ha ido alejando, como ha sucedido con tres de sus cuatro hermanos.

Aprendí mucho de Mago, y eso no tiene que ver necesariamente con la escritura y el periodismo. Me enseñó -sin saberlo él mismo- a mirar las cosas con cierta distancia, a dar las luchas que valen la pena, a medir el alcance de las palabras que uno escribe o dice, a establecer un orden de prioridades en los objetivos que uno tiene en la vida, a valorar las amistades que realmente valen la pena.

Es cierto, sin embargo, que el tiempo no deja de avanzar y que a partir de cierta edad uno empieza a contar no tanto los años que ha vivido sino los años que le quedan, y a calcular mejor qué es lo que la vida útil que uno tiene por delante puede permitirle hacer. Mago tiene muchos proyectos y los lleva adelante sin anunciarlos porque tiene la certeza de que hará todo lo que pueda mientras pueda, y si hay cosas que se quedan a medias en el camino, ni modo.

Mariano Baptista Gumucio es un ejemplo de intelectual, trabajador honesto, probo e incansable, que ha aportado muchísimo a la cultura boliviana, a la memoria cultural de los bolivianos y al pensamiento sobre nuestro país. Es un trabajador silencioso, no hace aspavientos ni busca como otros aparecer en los medios todo el tiempo. Es un ejemplo de ser humano por su modestia y su accesibilidad con todos. Por ello el reconocimiento que se le hace la Cámara del Libro en ocasión de la XXII Feria Internacional del Libro de La Paz me parece tan apropiado.

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