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Domingo 27 de agosto de 2017

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Revista Dominical

Carta del viejo

27 ago 2017

Fuente: LA PATRIA

Por: Dehymar Antezana - Periodista

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Querido Joven:

Perdón por molestar, pero permite que le quite unos instantes a tu vida para escuchar lo que siento.

Casi mi vida terminó, sólo Dios sabe el momento de mi partida que podría ser pronto. Pero, la idea no es anunciar mi muerte, sino reflexionar sobre lo que viví; ahora solo son recuerdos que invaden mi mente, porque las fuerzas para caminar por el mundo prácticamente quedaron nulas, los músculos no me responden cuando tenía tu edad, parezco una tortuga y creo que mi forma de moverme, lenta, molesta a los demás.

En la calle, sin hacer daño a nadie, la gente me trata con desprecio, me dicen: "¡Viejo apura!", "¡Este viejo estorba!", "¡Ya pronto no molestarás!" y otros usan palabras fuertes que me lastiman. Soy consciente que estoy viejo, pero no soy el único y tampoco lo seré, porque cuando tú llegues a mi edad, también sentirás la ironía de la sociedad.

Lo que ustedes jóvenes, no entienden, es que el hombre tiene un proceso de subida y bajada, y yo me encuentro en esa etapa, de bajada. Soy como un niño pequeño, indefenso que necesita tu cuidado, tu comprensión, tu cariño, pero sobre todo, tu tolerancia.

Todas las personas de mi edad, convertidas en adultos mayores, necesitamos cuidados, queremos respeto, somos seres humanos aún y no merecemos el maltrato.

Puede ser que en el transcurrir de la vida hayamos errado y con toda la sencillez que sale de nuestro corazón, pedimos perdón por las fallas. Lo que no significa que tú me hagas pagar esos detalles en la recta final de mis días.

Veo con preocupación, cómo al subir al transporte público, los chicos están tan distraídos con sus celulares y bien sentados, nosotros hacemos un esfuerzo sobre humano para mantenernos en pie y algunas veces caemos porque ya no hay fuerzas; pero cuando nos ceden el asiento, sentimos que Dios nos bendijo al tener un ángel a nuestro lado.

Para ir al médico, no solo debemos luchar contra nuestra enfermedad, sino también contra el accionar de estos profesionales, nos gritan. Entendemos que la sordera avanza con los años, pero muchas veces con solo ver su mirada, preferimos estar muertos a que nos atiendan de esa manera.

Por nuestra condición de abandono, ya no logramos asearnos como lo solíamos hacer antes, en busca de conquista. Ahora apenas podemos mojarnos el pelo y el rostro, y quizás el aroma que transmitimos no es agradable para la gente, por eso también nos gritan, sin entender que la delicadeza invadió el ser que prácticamente le puso un final a lo que solíamos hacer con cuidado.

Salir a la calle, es como la ruleta rusa, porque no sé si volveré a casa. No entiendo por qué a la gente se le ocurrió hacer las aceras según su criterio, con gradas altas y en otras con desniveles para sacar sus autos.

En muchas oportunidades me caí, ante la mirada de los ocasionales transeúntes, que en vez de darme una mano, se rieron por mi accidente. Mi vista me falla y no tengo la culpa de caerme, por más cuidado que le pongo al andar.

También debo sopesar el maltrato de los conductores, me tocan la bocina para que pase rápido, pero no puedo hacerlo por más que quiera, porque el cuerpo me duele por los achaques ahorrados en el transcurso del diario vivir, me gritan y otros prácticamente sin contemplación alguna intentan arrollarme, y cuando pasan cerca, lanzan una risa sarcástica que hace sangrar mi alma.

Te pido perdón por mi forma de comer, aunque no lo creas, hago hasta el esfuerzo más extraordinario para ingerir algún alimento. Mis dientes se cayeron, porque el tiempo me cobró la factura, por ello sopo mi pan en el té para intentar saciar mi hambre.

Quisiera comer como antes lo hacía, pero mi organismo ya no puede recibir más de lo que le quiero dar. Me pongo mal con facilidad y esa situación también aburre a mi familia, siento que ya no me soporta por las dificultades que les doy.

Cada noche al cerrar mis ojos, le pido a Dios que me lleve lo más antes posible, para que no me castigue con el desprecio de la gente. Cuando abro los ojos al día siguiente, debo levantarme con cuidado y pedir perdón, porque un día más se convierte en mi tormento a la espera de la muerte.

Mi sueño sería vivir en paz, gozar de la presencia del cariño de ustedes, porque recuerden que cuando eran pequeños, les brindé sin escatimar razón alguna, la atención que se merecían para ser lo que ahora son.

Les brindé mis enseñanzas, mis conocimientos con la finalidad de comprender la vida o por lo menos darles una orientación y ya ustedes definan con la experiencia.

Les compartí mis vivencias para que aprendan que todo tiene un fin, un valor, pero principalmente una enseñanza. Y de la misma forma, me gustaría que ustedes hagan lo mismo conmigo.

Quisiera que me hagan olvidar el dolor de mis males, compartiendo sus experiencias y mostrándome cómo el mundo va evolucionando cada día. Me gustaría que antes de terminar la jornada, se despidan de mí con un beso en la frente o en la mejilla, para de esa manera hacerme ver y sentir que aún soy útil en esta vida.

Parece una utopía lo que pido, pero no está lejos de la realidad. Si pasara, cuando Dios me llame, me iré feliz, contento y con una sonrisa en el rostro, porque habré logrado cobrar mi recompensa de lo que hice por este mundo.

Antes de despedirme, pido ante todo tu bendición querido joven. Siembra con bondad tus acciones, para que cuando te toque la hora de estar como yo, recibas la cosecha con alegría.

Te quiero mucho y cuando ya no esté recuérdame como fui, un viejito alegre y feliz, pero sobre todo un ser humano que intentó amar al mundo a su manera.

El Viejo

Fuente: LA PATRIA
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