Jueves 17 de agosto de 2017
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Hace un par de años, cuando en esta columna nos referÃamos al origen potosino de algunas manifestaciones culturales -como el charango, la diablada y la Virgen de Copacabana-, no faltaron quienes criticaron esas afirmaciones calificándolas de "chauvinistas" y algunos llegaron a decir que eran un exceso de regionalismo. "Exageran: ahora resulta que todo es de PotosÃ", se quejó un colega del diario Correo del Sur de Sucre, la capital constitucional del paÃs.
Claro que no todo lo boliviano viene de PotosÃ, ya que eso sà serÃa una exageración, pero hay que admitir que la importancia que tuvieron sus minas de plata, no solo para América sino para el mundo entero, la convirtieron en el referente histórico inevitable del periodo colonial.
Tan grande fue su fama que el libro más importante del idioma español, Don Quijote de la Mancha, la incluye como el ejemplo de algo de excesivo valor (de ahà viene la frase "¡vale un PotosÃ!").
Tanta y tan importante fue su producción de plata que, por lo menos en el siglo XVI, era el equivalente a la Nueva York de nuestra época. No es de extrañar, entonces, que Potosà haya sido la meta de personas de la más diversa condición social. Hasta allà acudÃan aventureros en busca de plata, religiosos en busca de almas, comerciantes con los más variados productos y artistas en todas las ramas. Francisco Tito Yupanqui, el artÃfice de la Virgen de Copacabana, vivió en el Potosà colonial y allà esculpió esa imagen.