Causa frustración, angustia, decepción e indignación el saber de personas que habiendo escalado situaciones de mucho poder, se vuelven multimillonarias por causa de los actos corruptos que cometen a costa de las posesiones de un país. El caso denunciado en el Brasil sobre su Vicepresidente en sentido de que se descubrió que en un banco de Nueva York tiene una cuenta con 500 millones de dólares es patético.
¿Cómo puede ser que una persona que se entiende al tener un cargo que se supone es de servicio a su país, pueda apoderarse de millones de dólares en pos de su propio beneficio? ¿En qué mente puede caber el que se renuncie a virtudes, valores y principios con tal de poseer fortunas que podrían servir para beneficiar a decenas de generaciones familiares del autor de los hechos corruptos? ¿Cuánto implica el goce de poderes para haber renunciado a promesas y juramentos con miras a cumplir con las leyes y observar conductas acordes con la moral, la honestidad, la decencia, la honradez y la responsabilidad? ¿Cuánto es preciso descender en la escala de valores para complotar contra el bien común y hacer imposible la práctica de honradez?
Si el vicepresidente brasileño mantiene una cuenta con 500 millones de dólares en un banco, habría que averiguar cuánto tiene en otras entidades bancarias y cuánto posee en inversiones que con seguridad ha realizado en el amplísimo mundo de los negocios. ¿Qué podría hacer una persona con tanto dinero y cuánto tiene que renunciar al uso de su conciencia para haberse apoderado de tanta fortuna?
Hay que entender que, por principio, nadie podría contar con tanta riqueza si se tiene en cuenta que posee un sueldo y, por alto que sea éste, es imposible que alcance cifras tan increíbles para cualquier cálculo económico-financiero.
La corrupción es mal que ataca a muchos funcionarios cuando las arcas públicas están abiertas y, como la confianza, la credibilidad de las personas permiten creer en valores y principios, se otorgan cargos y situaciones sin pensar que esas personas no son lo que decían ser y menos honestas y responsables; se creía en los amplios campos de la confianza y la fe que era idónea, digna para el cargo y que lo que haga en el desempeño de la función encomendada sería bajo principios morales imposibles de violentar. Cuánto se equivocó la confianza, la credibilidad, tan sólo porque no se actuó, por parte de quien otorga situaciones de poder, cumpliendo con la institucionalidad y se nombró "a dedo" por simples conveniencias partidistas e intereses personales a quien no pasó por una especie de cernidor donde se hagan ostensibles tanto los méritos como las conductas deshonestas.
Brasil, como muchos países del Tercer Mundo, pasa por períodos en que se comprueba cómo la corrupción lo destruye todo. Ese país, grande y rico como pueblo cree en valores y principios pero comprueba a la vez cuán fácilmente se equivoca.
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