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Domingo 13 de agosto de 2017

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Revista Dominical

El olvidado sentido de la autoridad

13 ago 2017

Por: Álvaro Villarreal Alarcón - carabantxel@outlook.com

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Una de las principales razones de la crisis del mundo actual es la abolición de toda autoridad en la transmisión cultural. ¿Autoridad, qué significa esa palabra tan denostada? En nuestra época, de una persona investida de autoridad, no decimos que sea una persona autorizada, sino autoritaria que es tanto como decir que es impositiva, despótica, incluso arbitraria en el ejercicio de su autoridad, una de las conquistas más reseñables de nuestra época ha consistido en arrumbar el concepto de autoridad, o mejor dicho, en connotarlo peyorativamente, en adulterar su verdadero significado, para después poderlo arrumbar en los desvanes del descrédito. Cualquiera que trate de reivindicar hoy este concepto desprestigiado, se convierte automáticamente en sospechoso de profesar nostalgias cesarías o fascistoides.

Probemos de liberar a la palabra autoridad de esa hojarasca confundidora, buceando en su etimología. Auctoritas, en latín es una palabra derivada del supino del verbo augere, que significa acrecentar, hacer crecer. Una persona dotada de autoridad, es decir una persona autorizada, es aquella que nos hace crecer, que nos ayuda a crecer y que provoca en nosotros una inevitable adhesión, la persona dotada de autoridad, despierta en nosotros estímulos dormidos que nos ayudan a crecer, pero naturalmente para que esos estímulos sean efectivos la autoridad debe estar en manos de las personas que nos provoquen admiración y respeto, personas dignas de emulación. ¿Y quiénes son esas personas? El sacerdote jesuita argentino Leonardo Castellani las describía así: "Son las que tienen alma para sí y para otros; son las capaces de castigarse y castigar; son las que en su conducta han puesto estilo; son las que no piden sólo libertad, sino jerarquía; son las que se ponen leyes y las cumplen; son las capaces de obedecer, de refrenarse y de ver; son las que sienten el honor como la vida; son las que por poseerse, pueden darse; son las que saben cada instante las cosas por las cuales se debe morir; son los capaces de dar cosas que nadie obliga, y abstenerse de cosas que nadie prohíbe".

El ejercicio de la autoridad requiere abnegación y sacrificio, requiere generosidad y entrega, requiere sentido natural de la justicia, tanto en el que la ejerce, como en el que a ella se somete. Pero abnegación y sacrificio, generosidad y entrega, sentido natural de la justicia y obediencia son virtudes que no están de moda, o dicho más exactamente virtudes que han sido abolidas, pues uno de los rasgos más característicos de nuestra época es el odio a la virtud, un odio minucioso y enconado, como el que la zorra de la fábula profesaba al racimo de uvas que no podía alcanzar.

Nuestra época primero desprecia las virtudes que no alcanza, después se burla de ellas y por último acaba por invertirlas. Y eso es lo que ha hecho con las nobles virtudes que exige el ejercicio de la autoridad, las ha rechazado despechada, las ha ridiculizado, y al fin las ha caracterizado peyorativamente, logrando que las personas nobles se avergüencen de ejercer la autoridad, e imbuyendo a quienes se sometían de buen gusto a esa autoridad, la creencia absurda de que uno puede erigirse en autoridad de sí mismo. Así ha ocurrido en el ámbito familiar que se ha convertido en una mera agregación humana, progresivamente desagregada además, sin comunidad de vida donde la autoridad de los padres carece de capacidad para transmitir una visión del mundo, para hacer crecer a sus hijos. Así ha ocurrido en el ámbito educativo, donde se invita a nuestros jóvenes a erigirse en maestros de sí mismos, y convertir en código de conducta sus impresiones más contingentes. Así ha ocurrido en el ámbito social donde triunfan, se exaltan y se imitan las conductas más indecorosas o detestables, y son encumbradas a la categoría de referente social las personas más huérfanas de virtud. Y así en fin ocurre en el ámbito político, donde brilla por su ausencia la figura del político con percepción del bien común y voluntad recta para alcanzarlo.

Existe algo tanto o más importante que el poder, y esa es la autoridad, de este tema algo sabían los antiguos que los modernos pretenden olvidar, en la Roma clásica potestas venía a ser el poder resultante de una posición de supremacía, y se manifestaba en el poder socialmente reconocido, pero infecundo resultaba tal poder sin tierra fértil en la que enraizar, y el abono adecuado y superior para tal contenido lo proporcionaba la autoritas o saber socialmente reconocido. De la autoritas, emanaba la anuencia ante el gobernante que se determinaba por la contención y rectitud en el ejercicio del poder, erigiéndose como un atributo moral intrínseco e irrenunciable.

La autoridad debería ser por tanto conditio sine qua non, para que gobernantes padres y educadores desempeñaran su papel. El desmembramiento de las estructuras fundamentales en nuestra sociedad, parece atender a una exaltación del poder sin el respaldo de la autoridad requerida para ejercerlo.

Y allá donde hay un vacío de autoridad es normal que el hueco lo llene el poder que se impone sin nobleza, el poder del capricho, el poder de la demagogia, el poder del caos. Porque una organización humana donde falta la autoridad es como un hombre que se esfuerza en caminar sobre arenas movedizas, el esfuerzo realizado en cada paso es absorbido por la inestabilidad del terreno, y cuanto más se esfuerza por avanzar, más se hunde en el barro.

Para recuperar ese respaldo de autoridad en el ámbito familiar y educativo, debemos orientar a nuestra sociedad huérfana de valores por el camino de la regeneración, recordando que ser autoridad es dar ejemplo de buenas costumbres, y que tal autoridad debe estar siempre encaminada hacia el bien común. Solo con una meticulosa autocritica social podremos recuperar el sentido primigenio de la autoridad.

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