Sábado 12 de agosto de 2017
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A los líderes, decía Luis Carlos Galán, no se los recuerda por los edificios que mandaron construir ni por las batallas que ganaron; se los recuerda sobre todo por las leyes que redactaron para organizar la vida de los ciudadanos. Algunos, ni siquiera llegaron a gobernar (como fue su propio caso) pero inspiraron esos cambios.
Esa frase, consigna de su lucha contra el narcotráfico, se refleja en Julio César, en el Virrey Toledo, en Solimán, el Legislador (conocido como el Magnífico), en Napoleón Bonaparte, cuyos códigos lograron un orden hacia el futuro. En nuestro caso, fueron Antonio José de Sucre y la Asamblea Constituyente de 1826, Andrés de Santa Cruz y sus normas, los liberales y la Constituyente de 1880 que trazó avenidas por 70 años, Germán Busch y las reformas de 1938 que allanaron el camino a la revolución de 1952. La Reforma Agraria firmada por Víctor Paz Estenssoro en 1953 no pudo ser revertida por ningún dictador militar.
En el otro lado de la moneda están los líderes que muy bien describió Gabriel René Moreno, los Jano, los doble cara, los altoperuanos de doble discurso y- diría en este siglo- de estrategias envolventes, los que firman una Carta Magna solamente para burlarla poco después.