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Domingo 06 de agosto de 2017

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Revista Dominical

Sonckoy warmi - runa

06 ago 2017

Por: Marlene Durán Zuleta - Poeta, escritora, compositora e investigadora de la cultura orureña

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Permíteme aproximarme a tu memoria, al soplo del corazón, alborada poblada de sueños. Pasaron siglos, tu razón otrora penumbra, obediencia, jornales de trabajo y silencio. Los pájaros han hecho caer la muralla de los largos tejidos de iniquidad.

Alfarero la tierra es de quien labra, debe lidiar con el arado, la cosecha y esperanza. Has moldeado las parcelas, las vasijas. Has preservado el grano de oro, patatas deshidratadas expuestas al frío, convertidas en chuño unas blancas y otras negras como la noche y tú sin saber el abecedario ni la tristeza de las tardes, has encendido fiebre de girasoles y el horno de tu casa.

Durante cinco centurias perennes en tu tiempo, las cenizas de tus antepasados te adormecieron, quedaste sin palabras y no te rebelaste contra la rueca, el paisaje, el alba, los límites del territorio, ni rostros como el tuyo empolvados. Conservas el lenguaje de tus ancestros.

Sigiloso y hondo en los halagos de los colores pétreos de la puna, verdes clorofila del valle y del oriente te miras en el espejo prístino del río.

Tienes la palabra en todas las formas, escrita y descrita, tu voz poblada de vida llega hasta la oración.

He sido testigo de tu faena cotidiana, cargabas y descargabas bultos de todo tamaño, un día también me llevaste tras tu espalda para no pisar el cieno que cercaba la orilla, me dejaste en el bote y continuaste remando hasta llegar a la isla de Panza. Allí junto a la comitiva, ascendimos hasta lo más alto, ¡llegó la oscuridad! Estábamos en una montaña.

Pasamos una noche de invierno, el cielo inmensamente azul, poblado de estrellas, hacía pensar que era techo próximo a nuestras cabezas. Abajo el agua sea veía profunda, altiva y sin ondas, abriste las puertas de tu casa y los enigmas nocturnos terminaban en las cenizas de unos leños, hubo alborozo y se iluminó la noche como la de arawikus.

Puro en tu alegría, inocencia y creencia, la banda de música entonó melodías que llevó el viento, avivó tu cansancio de espera, ¡llegamos tarde!, el viaje de retorno se hizo largo y las pocas luces del poblado iluminaban tenuemente. Todos se habían marchado, hombre del campo, no marginado, ni desolado aguardabas solo y sereno, con los platos de quinua fríos, quedaste solo, esperanzado de oír otros sonidos, palabras, dudas y sueños.

Han pasado 37 lunas de haber alborotado el arco de tu horizonte. Tú Pedro Pari, Juan Nina o Alonso Quisi, no importa el nombre, llegaste hasta el confín de las minas, las fábricas precarias de ladrillos, alentado por tus suspiros, con alas imaginarias, querías volar, aproximarte al límite de la vida sin cadenas, con luceros, que el universo esté en tus manos.

¿Sabes? Nunca fuiste sombra, siempre se conoció tu soledad, el hambre que acumulaste junto a tus secretos cotidianos, cavando resignado y contar con el pozo más hondo para saciar la sed de tus hermanos, la tierra, los árboles y aves.

Tu espíritu ha debido encenderse silentemente para clamar al Dios de todos los tiempos, en aimara, quechua, guaraní. Nuestros oídos depurados captan la sinfonía del ñañay, pilpintu, sonckoy warmy, runa, nocka ancha munakuyki�

Los caminos en los 500 años, han reconocido tu naturaleza, el verso, canto a la vida, al amor y a quien desde que llegaste al mundo hasta que te quedas dormido o has marchado a la eternidad, el omnipotente observa el templo interno de tu cuerpo sagrado para él.

Has emigrado, te has vuelto citadino, cuando retornas a tus pagos eres Hilacata, Corregidor o Alcalde.

Haparapita, Quepiry, el de la faja atada a la cintura, cargas una gruesa soga y aguayo en la espalda, muestras que eres único en este ejercicio sin previo calentamiento.

Acumulas coca que macera en tu boca, dejas penetrar el jugo verde que te adormece contra el hambre. Tu presencia es urgencia, eres necesario, estás en los episodios de la vida, del canto, de la esperanza. Desde la sima marcaste tus ojos de aceituna oscura y fuiste en ascenso para recorrer taciturno la memoria de los sinnúmero que formaban escuadrones para asistir a la guerra del Chaco.

Algunos quedaron prisioneros, otros perecieron, y desde su escala terminaron tullidos, mutilados y los llamaron beneméritos y los pocos que retornaron de apariencia con sus signos vitales íntegros, en su mente estaban la corteza de los árboles incoloros, el fantasma de la muerte y el fuego de dos frentes feroces.

Todo ha cambiado desde que tus astros te iluminaron y te dieron aliento, fuego, misterio. Has tenido que enfrentar confusiones, acogerte a espasmos, lágrimas de desahogo, vacíos de Mar.

No tienes culpa de tu semblanza, del signo de la lectura, el lienzo genealógico de tu estirpe enciende el trazo de tu rostro, tus duras y ásperas manos esculpen sagaces la piedra, quejido de la tierra. No importa el color de tu piel, si vives en el altiplano, valle u oriente. Demarcaron y sellaron tu resplandor, se acabó el enigma de tu lengua, de las raíces de tu entorno.

Me aproximé a tu murmullo limitado, vivías en extrema pobreza, riguroso de tu universo, te habías reclinado y encerrado para sufrir tu pena.

Fecundo viajero perenne, el territorio en ocasiones ha sido ajeno, querías que la Patria sea grande y construiste tu casa de adobe, piso de tierra, sin reloj ni cortinas transparentes. Seguiste el ciclo en tu sangre indígena, filosofía del saber y fuente de cantos de libertad. Hubo opresión, las espadas tenían historia, ansiedad y vestigios de algún cabildo. En esos periplos a pesar del luto por pérdidas humanas, pesadumbre, concentraste con tus descendientes ofrendas con yerbas, hilos dorados y plateados, dulces con figuras, vino fresco para alcanzar a la deidad andina, de arriba y abajo, la Pachamama.

La misión en esta esfera, fue sobrevivir hombres y mujeres y cumplan como prédica, que la raza no podía seguir en desdicha, no eran esclavos, no estaban en las cavernas y aunque hayan asomado por estas selvas con torrentes, este mapamundi es un jardín florido de encinas, existen otros espacios áridos, un lago alto con ranas y peces, un salar perfecto y desnudo que todavía moldea adobes de cloruros de sodio.

Avanzaste la larga línea armada de telones, niebla, rezos y jadeos. Nada te hacía dudar de tu fe, de tu impronta y del Creador de amor. En el oriente, los habitantes tienen jaguares que atisban y lo nombran como Dios. Los labradores sienten su rugido, olor, vigía. Su hálito incontenible despierta temor en los establos, en las etnias.

Una canción de cuna te susurró el ser que te dio vida, bendijo tu ansiedad y el lirio de tu corazón incontenible de ternura, lloró, cantó y ardió en el nocturno verso de otro tiempo sepultado. "Hoy eres libre como las golondrinas".

Para tus amigos: