Las sirenas del viento

El pensar me agrieta las ideas más adustas

que brotan de los sentires vagos de la nada.

Fugan las palabras serviles que agonizan

en la arena candente de la pena detenida.

Surge la nebulosa de la ira huracanada

que danza el son maléfico de la bruma.

Apasionado son de tules libidinosos

que aprisiona el cuerpo de la doncella.

Sinfonía de metales y pífanos arcanos;

cantos agoreros de sirenas de mármol,

que fueron bellas, jóvenes y puras.

Mas las costras del mar las anquilosaron;

quedaron calvas, malas y desdentadas.

Las olas se tragaron al pasado,

vomitaron los momentos protervos.

Habían gritos del silencio

diseminados por la playa mala.

Y entre la memoria del tiempo

nacía una interesante mañana.

Estaba bordada de estrellas marinas,

galopadas en algas turquesas;

tejían las mágicas ondinas

el ajuar de la novia del viento.

Las sirenas rugían y execraban;

se retorcían en los peñascos y el acantilado.

Estaban viejas, estaban malas,

eran las sirenas del lejano viento.

La mañana tenía tréboles, hojas y flores;

Las sirenas quedaron afónicas,

tan mudas de tanto llamar al amo.

�?ste nunca llegó;

tenía una mancebía con la luna.

Y para cuando llegaron sus infantes

las sirenas se habían vuelto de bronce,

Ciegas, con la boca abierta; cantando a la pena.

Y la mañana se había vuelto un día entero

Y ya no tenía matas; eran frondosos bosques

que coronaban sus sienes y gloriaban su alma.

Pasar por la floresta se ha vuelto el anhelo mío;

mas cuánto rememoro lo trágico del pasado,

pienso que aún cantan mudas

las sirenas del viento.