Jueves 03 de agosto de 2017
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Llegar a ser un filósofo en el concepto puro de la actividad, era para los antiguos filósofos la enseñanza de despojar al alma de la contaminación del cuerpo por su inherente materialidad y que jamás conseguiremos el objetivo consistente en el descubrimiento de la verdad en la profundidad; para ello un cuidado prolijo del alma a través del alimento del conocimiento constante es preceptivo.
No hay duda que se trata de un extremo, pues Dios preceptúa también el cuidado del cuerpo, sano, liberado de vicios y concomitante con las aspiraciones elevadas del alma; ello infiere sutilmente distanciarse progresivamente de los placeres materiales, que no ostenten moderación y recato, entonces, será plausible que el cuerpo no nos procure mil preocupaciones por la subsistencia, que también debe ser moderada y sin excesos; conducta cotidiana que alejará a las enfermedades graves que afligen al ser humano y postergan el descubrimiento de la verdad.
Es imposible en nuestra imperfección no estar abrumado de amores y deseos, de miedos y represiones internas, así como arrebatos de pasión e ira destemplados, sin embargo, si el cuerpo educado al recato, a la moderación y al dominio del sexo y las pasiones y, sólo desatar las contenidas cuando exista un sentimiento de amor puro y sincero, blindado por la fidelidad del uno al otro. Con esta meditada adecuación se habrá avanzado considerablemente hacia una conducta ponderada enérgica en disposición interna de fortaleza ante las arremetidas de amores y deseos irrefrenables de toda índole. Este ejercicio de introspección es vital para cuidar al alma y liberarla para filosofar.