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Domingo 30 de julio de 2017

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Cultural El Duende

BARAJA DE TINTA

De Oscar Unzaga a su amigo Dick

30 jul 2017

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Segunda y última parte

¿Esta lucha interior no es devastadora? ¿Se da en todas las almas? ¿Una es el deseo y otra es el anhelo? No lo sé. Lo cierto es que mucho antes padecí por este conflicto interior, hasta que hallé la serenidad. Hoy veo la vida como un camino desde la colina: mira atrás y el sendero es un cinto blanco que se arrastra en curvas inútiles. Fatiga que ya has vencido. Miras hacia adelante: la misma cinta, baja, sube, vuelve...

Como tú ya has conocido una mitad, sabes que lo mejor no es detenerse a mirar lo que te falta, sino continuar... Esa es mi serenidad. Una serenidad también empapada en Dios y de Dios. He aprendido que en verdad sólo hay tres cosas nobles en la vida: orar, pensar y amar.

La oración es un monólogo que te parece diálogo: al final has solucionado tus problemas sin saber a ciencia exacta en qué momento Dios te dio la respuesta.

He aprendido también que todo dolor puede expresarse en una mirada y toda alegría en una sonrisa. Casi está demás el llanto y la carcajada. Esta medida de las cosas te da la serenidad. El dolor por ello no es menos profundo ni la alegría menos intensa.

En toda vida, grandiosa o modesta, singular o corriente, el alma corre detrás de una ilusión. Si no la consigues, te desesperas; si la hallas, te decepcionas. Esto es eterno e inevitable. Ahí está la belleza y el dolor de la vida humana. La belleza está en el afán, el dolor en la esperanza que no se cumple o la tristeza de una defraudación que encuentras siempre en la posesión o de cualquier objeto amado.

¿Cuál es mejor? ¿No alcanzar lo que buscas o sufrir por haberlo alcanzado? Mirando hacia la eternidad, todo afán en la vida es inútil, si piensas que la historia del hombre está hecha con arena, pero si miras hacia adentro hacia ese mundo de los valores eternos, nada de lo que has hecho está perdido y ni un solo acto, bueno o malo, es estéril. No es la obra en sí misma, no son los hechos, es el impulso hacia el bien o la pasión hacia el mal lo que cuenta.

Todo acto en la vida queda flotando y no sabes cuándo la caridad limpia hacia un ser que sufre o la honradez silenciosa hacia un deber que se cumple, son los que salvan a la humanidad. La energía es una fuerza eterna, que no se destruye según dicen las leyes de la física. La energía moral es eterna también, no se destruye, flota en el mundo como una sinfonía que solo Dios escucha y como nada puede perderse, como ni el más pequeño impulso de energía moral puede perderse, todos nuestros actos, buenos o malos, grandes o pequeños, cuentan en nuestra propia vida, en la de nuestros semejantes y la de nuestros hijos.

Esa convicción es la que ha dado perspectiva moral a mi vida. Es lo que me da una secreta energía para vivir, para afrontar la adversidad, para no decaer jamás en mis propósitos ni flaquear en mis convicciones. Eso te da la paz en el espíritu y evita volverte un escéptico, un decepcionado, un amargado, que es lo peor de las formas del espíritu humano.

Cuando ves un acto que te demuestra que el hombre es todavía barro, cuando concibes la ingratitud de quienes beneficias, cuando encuentras la pequeñez junto a ti, no me decepciono porque encuentro que es la naturaleza propia del hombre y que a pesar de ello, a pesar de su propia miseria, a pesar de Barrabás o de Judas (pobres personajes dramáticos de toda la vida) se puede sobre la tierra contemplar una vida como la de Cristo, y tantas otras maravillosas existencias que ennoblecen la dignidad del hombre.

Para contemplar la vida hay que observar cómo se mira un paisaje... Sí tú reparas en un campo, con ojos de escéptico, conocedor de la verdad, en toda su miseria, al ver la campiña pensarás en equivocarte, que el suelo está cubierto de estiércol y materia en putrefacción, que por ahí andan bichos sucios y malolientes, que está húmedo de baba de caracoles o ponzoñas de arañas, que los árboles tienen la corteza rugosa, surcada de mil vidas repulsivas; que hay más espinas y hojas secas que flores...

Esa visión es exacta pero es miope porque te impide ver en gran perspectiva, tomando el conjunto, la esbeltez de los árboles, el milagro de una sinfonía en verde de todos los matices, bajo una bóveda de un azul tan bello por donde pasan, como haladas carabelas, el algodón de las nubes. El realismo escéptico te habría impedido deleitarte con uno de los espectáculos más maravillosos de la vida.

Mi pequeña moraleja es esta: que la experiencia que tienes, cierta y vivida, de la miseria humana y el sentimiento trágico de la vida, no debe hacerte perder la perspectiva moral de contemplar que, a pesar de todo, esta existencia es una magnífica e instantánea oportunidad que te da Dios para distinguir en medio de la podredumbre y la fealdad, la Belleza y el Bien.

De ahí que quisiera que todos nosotros captemos ese sentido y hagamos de nuestras vidas el anhelo generoso y profundo el afán de creación, el impulso de perfeccionamiento. Aun ahora mismo, en este agrio exilio, azotado por la terrible impotencia de no poder hacer algo mejor para los nuestros que padecen moral o físicamente, aun este mismo exilio, torvo frío sin término se me antoja un inmenso crisol donde estamos padeciendo, probando la firmeza de nuestras almas para saber si somos capaces y dignos de edificar sobre las ruinas, de reconstruir después del naufragio.

He aquí que te iba a hablar de mí, que iba a verter, ocultamente, junto a tu hombro de amigo una lágrima de confidencia, para evacuar un poco de la sal amarga que nos deja el mar y la vida... y te he hablado de otras cosas, de los nuestros, de nuestras esperanzas.

Y que sea hasta pronto. Debe tener muchos errores de máquina o escritura esta carta, pues no quiero corregirla porque si la vuelvo a leer ya no te la mando. Que te vaya como un impulso muy íntimo y espontáneo, como si en este domingo hubieses conversado y las palabras se las hubiese llevado el viento.

Oscar

Fin

Para tus amigos: