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Invitado


Domingo 30 de julio de 2017

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Cultural El Duende

Berta Piñán

30 jul 2017

Berta Piñán Suárez. Asturias, España, 1963. Escritora, poeta y Académica de la Lengua. Ha publicado: Al abellu les besties Academia de la Lengua Asturiana (1986), Vida privada (1991), Temporada de pesca (1998), 2002 Un mes (2002), 2005 Noches de incendio (Antología 1985-2002) (2005), 2008 Un més i altres poemes (2008) y La mancadura/El daño (2010).

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10 de julio, 1990

Nada tengo para ofrecerte.

Ninguna riqueza que darte.

Ni la cabra de oro

donde duerme el sueño

de los siglos, ni la frágil flor

y ardiente del olivo,

ni armaduras y antiguos guerreros,

su gloria o fortuna,

nada tengo. Solo esta casa,

los silencios, las dudas,

el sabor cercano de los días

felices te ofrezco.

Que para ti sea mi estación más cálida,

la fruta más pura

de los besos, y en ti sea fuente y río

y renovada promesa / mi deseo.

Que los años que vienen traigan tardes

muy largas y entre el sol

como ahora por la ventana abierta

rescatando para nosotros, del tiempo,

el amor y la dicha.

Noche de incendio

Son noches de insomnes las noches de incendio.

Más cercana la muerte y

la vida, más violenta en esta espera

nocturna que enciende deseos y descubre

promesas,

certezas que pasan / ardiendo.

Prende el fuego en el aire como un aire de fiesta

o de guerra, de cosas que un instante

suceden y no son nada al instante.

En unas horas dejamos atrás aquello que fuimos

y va quedando en el aire

como un aire de urgencia,

de gestos recién aprendidos

y muy pronto olvidados.

Nadie duerme nunca

en las noches de incendio.

Como un amante impaciente,

la llama que crece en la noche

consume la noche

y nos recuerda lo que fuimos

quedando: sólo humo.

Y ceniza.

Pa otros

Para otros la aventura, los viajes,

el ancho del océano,

Roma ardiendo y las pirámides,

las selvas indomables,

la luz de los desiertos,

los templos y el rostro de la diosa.

Para ellos rascacielos y ciudades,

palacios del sueño contra el tiempo,

la sonrisa de Buda,

las torres de Babel, los acueductos,

la industria incesante

del hombre y sus afanes.

 

A mí dejadme la sombra

difusa del roble,

la luz de algunos días de otoño,

la música callada

de la nieve,

su caer incesante en la memoria,

dejadme las cerezas en la boca

cuando niña, la voz

de los amigos, la voz del río

y esta casa,

de algunos libros,

pocos, mi mano dibujando,

despacio, la curvatura

perfecta de tu espalda.

Lección de gramática

¿Cómo se dice en wolof

la palabra frontera,

la palabra patria? ¿Y en soniké?

¿Cómo le llamáis al desamparo?

Si queréis decir en bereber,

por ejemplo, "yo tuve una casa

en un arrabal de Rabat",

¿ponéis en este orden la frase?

¿Cómo se conjugan en bambara

los verbos que llevan al norte,

qué adjetivos le encajan

a la palabra mar,

a la palabra muerte?

Si tenéis que marchar,

¿es la palabra adiós un sustantivo?

¿Cómo se pronuncia en diakhanké

la palabra exilio? ¿Hay que

juntar los labios? ¿Duelen?

qué pronombres usáis

para el que espera en la playa,

para el que regresa sin nada?

Cuando señaláis hacia allá,

en dirección a casa,

¿qué adverbio escogéis?

¿Cómo se dice en vuestra,

en nuestra lengua

la palabra futuro?

El daño

Imito los modos de una joven

pero no lo soy.

Soy esa otra que estrenó

mil veces, insomne,

la mañana,

la que sintió miedo y frío

entre unos brazos

-y allí mismo se abrieron las heridas-.

Soy la que probó la navaja

de la soledad adentrándose,

impúdica,

en la carne,

la que presintió la barbarie,

la que claudicó,

la que sobrevivió,

la que durmió mientras enterraban

a los suyos.

Soy la que siempre supo

quién susurraba

al otro lado de la puerta,

la que contempló una libélula,

azul como el mediodía, azul,

detenerse en el borde de una hoja

-y la muerte también se detuvo allí

por un instante-.

Soy la que escuchó

en la noche más larga

crecer palabras de amor, morir

palabras de amor

mientras, afuera, la tormenta gemía

como un soldado moribundo

en la trinchera.

Imito los modos

de una joven

pero mis versos están gastados,

usados para tapar fugas,

agujeros de otras vidas

que nunca son la mía.

Quiero parecer una joven

pero las manos me delatan,

las manchas, los dientes

me delatan.

 

Quiero imitar los modos de una joven

pero tengo miedo de los coches

que atraviesan las calles

a mi paso,

del silbido que sale

de mis bronquios,

del aire de plomo que respiran

mis hijas.

Sometido a la tortura de los años,

mi cuerpo -enemigo- me señala.

Como perros hambrientos, mis dedos

escarban, furiosos, en la grieta.

Y el daño sigue ahí.

Para tus amigos: