Berta Piñán Suárez. Asturias, España, 1963. Escritora, poeta y Académica de la Lengua. Ha publicado: Al abellu les besties Academia de la Lengua Asturiana (1986), Vida privada (1991), Temporada de pesca (1998), 2002 Un mes (2002), 2005 Noches de incendio (Antología 1985-2002) (2005), 2008 Un més i altres poemes (2008) y La mancadura/El daño (2010).
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10 de julio, 1990
Nada tengo para ofrecerte.
Ninguna riqueza que darte.
Ni la cabra de oro
donde duerme el sueño
de los siglos, ni la frágil flor
y ardiente del olivo,
ni armaduras y antiguos guerreros,
su gloria o fortuna,
nada tengo. Solo esta casa,
los silencios, las dudas,
el sabor cercano de los días
felices te ofrezco.
Que para ti sea mi estación más cálida,
la fruta más pura
de los besos, y en ti sea fuente y río
y renovada promesa / mi deseo.
Que los años que vienen traigan tardes
muy largas y entre el sol
como ahora por la ventana abierta
rescatando para nosotros, del tiempo,
el amor y la dicha.
Noche de incendio
Son noches de insomnes las noches de incendio.
Más cercana la muerte y
la vida, más violenta en esta espera
nocturna que enciende deseos y descubre
promesas,
certezas que pasan / ardiendo.
Prende el fuego en el aire como un aire de fiesta
o de guerra, de cosas que un instante
suceden y no son nada al instante.
En unas horas dejamos atrás aquello que fuimos
y va quedando en el aire
como un aire de urgencia,
de gestos recién aprendidos
y muy pronto olvidados.
Nadie duerme nunca
en las noches de incendio.
Como un amante impaciente,
la llama que crece en la noche
consume la noche
y nos recuerda lo que fuimos
quedando: sólo humo.
Y ceniza.
Pa otros
Para otros la aventura, los viajes,
el ancho del océano,
Roma ardiendo y las pirámides,
las selvas indomables,
la luz de los desiertos,
los templos y el rostro de la diosa.
Para ellos rascacielos y ciudades,
palacios del sueño contra el tiempo,
la sonrisa de Buda,
las torres de Babel, los acueductos,
la industria incesante
del hombre y sus afanes.
A mí dejadme la sombra
difusa del roble,
la luz de algunos días de otoño,
la música callada
de la nieve,
su caer incesante en la memoria,
dejadme las cerezas en la boca
cuando niña, la voz
de los amigos, la voz del río
y esta casa,
de algunos libros,
pocos, mi mano dibujando,
despacio, la curvatura
perfecta de tu espalda.
Lección de gramática
¿Cómo se dice en wolof
la palabra frontera,
la palabra patria? ¿Y en soniké?
¿Cómo le llamáis al desamparo?
Si queréis decir en bereber,
por ejemplo, "yo tuve una casa
en un arrabal de Rabat",
¿ponéis en este orden la frase?
¿Cómo se conjugan en bambara
los verbos que llevan al norte,
qué adjetivos le encajan
a la palabra mar,
a la palabra muerte?
Si tenéis que marchar,
¿es la palabra adiós un sustantivo?
¿Cómo se pronuncia en diakhanké
la palabra exilio? ¿Hay que
juntar los labios? ¿Duelen?
qué pronombres usáis
para el que espera en la playa,
para el que regresa sin nada?
Cuando señaláis hacia allá,
en dirección a casa,
¿qué adverbio escogéis?
¿Cómo se dice en vuestra,
en nuestra lengua
la palabra futuro?
El daño
Imito los modos de una joven
pero no lo soy.
Soy esa otra que estrenó
mil veces, insomne,
la mañana,
la que sintió miedo y frío
entre unos brazos
-y allí mismo se abrieron las heridas-.
Soy la que probó la navaja
de la soledad adentrándose,
impúdica,
en la carne,
la que presintió la barbarie,
la que claudicó,
la que sobrevivió,
la que durmió mientras enterraban
a los suyos.
Soy la que siempre supo
quién susurraba
al otro lado de la puerta,
la que contempló una libélula,
azul como el mediodía, azul,
detenerse en el borde de una hoja
-y la muerte también se detuvo allí
por un instante-.
Soy la que escuchó
en la noche más larga
crecer palabras de amor, morir
palabras de amor
mientras, afuera, la tormenta gemía
como un soldado moribundo
en la trinchera.
Imito los modos
de una joven
pero mis versos están gastados,
usados para tapar fugas,
agujeros de otras vidas
que nunca son la mía.
Quiero parecer una joven
pero las manos me delatan,
las manchas, los dientes
me delatan.
Quiero imitar los modos de una joven
pero tengo miedo de los coches
que atraviesan las calles
a mi paso,
del silbido que sale
de mis bronquios,
del aire de plomo que respiran
mis hijas.
Sometido a la tortura de los años,
mi cuerpo -enemigo- me señala.
Como perros hambrientos, mis dedos
escarban, furiosos, en la grieta.
Y el daño sigue ahí.
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