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Domingo 30 de julio de 2017

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Cultural El Duende

El diablo y otros seres

30 jul 2017

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A Domingo Segundo le ocurrían cosas? como el caso del asientito y el pantalón celeste. Pero antes fue el caso del diablo. Estaba recostado en su cajón del corredor, cuando un ala oscura le tapó la vista. Su respiración se detuvo, salió el grito y el mundo se volvió rojo. Se acercaron las risas de Enriqueta:

-¡El gallo ha asustau a la guagua! ¿Quién dejó abierta la puerta de la huerta pa que se entren las gallinas al patio? -y siguieron las risas.

Ella creía que era el gallo. Domingo Segundo sabía que era el diablo escondido en su ala. Y entonces sí, entonces se puso a llorar.

Pero había objetos amables como el asientito. Madera oscura con patas de barro y polvo, liviano y fácil de cargar. ¡Dónde no andaba! En el corredor, en la sombra de los árboles del patio, en la cocina o en la casa grande. Ya hasta en el corral o a la orilla de la chacra. Lo fabricó un tal Segundo Villagómez, padre de la madre de último Domingo Segundo.

-¡Andá tráeme el asientito! -le decían a cada rato. Estaba junto al batán donde su madre molía el ají colorado. Estaba en el corredor donde su padre arreglaba abarcas o fabricaba sogas con barba de palmera.

-Quiero chucho, mami.

-¡Andá, tráeme el asientito!

Y caminaba tras ella por el patio, la huerta o la cocina. O por la orilla de la chacra, una mano prendida de su mano y otra arrastrando el asientito. Porque cuando ella al fin se sentaba, ¡ah! se acababan los miedos y las desdichas.

En cambio, el pantalón celeste? ¡cosa del diablo! tirado en el suelo, parecía moverse solito con reverbero de víbora. Le recordaba a los fustanes y camisas que usaban las mujeres. ¡Claro! La tela de ese pantalón fue primero un fustán de su madre. Y ella se lo cosió solo por aprovechar una tela. Seguro lo hizo en un rato de pena o de rabia? Si no quería comer, si hacía alguna travesura, si se empacaba, oía a su papá o a sus hermanos: -¡El pantalón celeste! ¡Pónganle!

Y gritaba y pataleaba, mientras se lo ponían a la fuerza. Después, a escondidas, se lo sacaba.

Creció, y el pantalón, aunque no del todo viejo, ya la quedaba chuto. Sin embargo, todavía escuchaba: ¡El pantalón celeste! Y temblaba y le daban ganas de llorar. Las palabras de burla eran peor castigo que el mismo pantalón.

En una de las esquinas de la cocina estaba el batán: una piedra grande y lisa sobre otras chicas cubiertas de barro, ahumadas, húmedas, sucias de restos de comida. Buscó una que estuviera suelta y la removió, levantó la vista hacia la tranca del corral, luego hacia la puerta de la huerta. ¡Nadie!... ¡Eso es! Aquí lo meteré pa comida de los ratones.

Y acabó la historia del pantalón celeste.

Manuel Vargas. (Santa Cruz, 1952) en:

Los descubrimientos de Domingo Segundo.

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