Cuando el 19 de marzo de 2017 carabineros chilenos detuvieron a nueve funcionarios bolivianos en la frontera, pareció profundizarse de manera irreversible una situación bilateral que estaba ya enrarecida con la Demanda planteada por Chile en el caso de las aguas del Silala y el clima de beligerancia verbal entre las principales autoridades de ambas naciones. Si se hacÃa entonces un análisis comparativo, el momento sólo parecÃa comparable a las rupturas de relaciones diplomáticas de 1962 y de 1978.
La decisión del Presidente Morales y su gobierno de iniciar una Demanda internacional contra Chile ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) por el tema del mar, abrió una fase nueva en la historia de nuestras complicadas y frecuentemente desencontradas relaciones con el vecino del sur. Esa acción marcó un giro que dirigió correctamente las consistentes iniciativas históricas bolivianas para reivindicar nuestro derecho de una salida soberana al PacÃfico y, por supuesto, remeció la lógica con la que Chile habÃa tratado la cuestión boliviana hasta entonces.
El nuevo escenario tuvo dos fases. La primera se comenzó en 2013 con la presentación de los documentos iniciales de la Demanda en La Haya y se cerró con el categórico fallo de la CIJ en 2015, que rechazó la Demanda Preliminar de Incompetencia presentada por Chile. La segunda, en pleno desarrollo, ha estado marcada, particularmente en el último año, por una creciente tensión con componentes como el ya mencionado tema del Silala, la denuncia de Bolivia ante la Aladi por el reiterado incumplimiento del derecho de Libre Tránsito de Bolivia en puertos chilenos y las sucesivas trabas en el comercio internacional boliviana en la ruta Tambo Quemado Arica, por la vÃa de cargas burocráticas o paros aduaneros en el lado chileno. Estos acontecimientos contribuyeron a la ebullición de la tensión verbal entre las partes. Todo apuntaba a un cierre de puertas a cualquier espÃritu de diálogo en el presente y el futuro inmediato.
El secreto de un futuro de buena vecindad y de la resolución definitiva de nuestras profundas diferencias, está en que recibamos las decisiones de la CIJ con el espÃritu de nuestra propia Demanda: voluntad polÃtica, buena fe, proposiciones razonables y, lo más importante, disposición mutua de resolver por la vÃa de la negociación el injusto enclaustramiento marÃtimo de Bolivia.
Tomar este momento como un punto de inflexión es lo que cabe.
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