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Domingo 30 de julio de 2017

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Revista Dominical

La mordacidad de Platón sobre la democracia

30 jul 2017

Por: Raúl Pino-Ichazo Terrazas

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Platón sufrió una profunda decepción por la desaparición de Atenas, que fue destruida en la guerra del Peloponeso y la pérdida de los valores de justicia, moralidad y liderazgo que decantaron en la muerte del gran Sócrates. Platón fustigó a los cuatro tipos de constitución: timocracia, oligarquía, democracia y tiranía, pero fue especialmente mordaz con la democracia a la que definió como un tipo de gobierno que subyace de "una mezcla encantadora y una igualdad perfecta, lo mismo en las cosas desiguales que entre las iguales" y garantiza que "todo individuo es libre de hacer lo que le guste", parecer reflejado en su obra "La República".

La democracia según Platón tiene una serie de defectos interrelacionados, que pueden extraerse de las dos famosas metáforas de la obra citada "La República". Para el lector, ávido de la interpretación de esta posición, se narra la metáfora del patrón del navío y reza así: "Figúrate, pues, un patrón de una o muchas naves, tal como voy a pintárselo: más grande y más robusto que el resto de la tripulación, pero un poco sordo, de vista corta, y poco versado en el arte de la navegación. Los marineros se disputan el timón, cada uno de ellos pretende ser piloto, sin tener conocimiento náutico, y sin poder decir ni con qué maestro ni en qué tiempo lo ha adquirido. Además, son bastante extravagantes para decir que no es una ciencia que no pueda aprenderse, y estarán dispuestos a hacer trizas al que intente sostener lo contrario. Imagínate que los ves alrededor del patrón, sitiándolo, conjurándole y apurándole para que les confíe el timón. Los excluidos matan y arrojan al mar a los que han sido preferidos: después embriagan al patrón o le adormecen haciéndole beber la mandrágora, o se libran de él por cualquier otro medio.

Entonces se apoderan de la nave, se echan sobre las provisiones, beben y comen con exceso, y conducen a la nave del modo que semejantes gentes pueden conducirla. Además, consideran como un hombre entendido, como un hábil marino, a todo el que pueda ayudarles a obtener por la persuasión o por la violencia la dirección de la nave. Por otra parte, lo que es un piloto, y que, para serlo, es preciso tener conocimiento exacto de los tiempos, de las estaciones, del cielo, de los astros, de los vientos y de todo lo que pertenece a este arte; y en cuanto al talento de gobernar una nave, haya o no oposición de parte de la tripulación, no creen que sea posible unir a él la ciencia del pilotaje. En las naves en que pasan tales cosas ¿qué idea quieres se tenga del verdadero piloto?, los marineros, en la disposición de espíritu en que yo los supongo ¿no le consideraran como hombre inútil, y como visionario que pierde el tiempo en contemplar a los astros?

La interpretación es sumamente interesante para entender las desviaciones de la democracia: el verdadero piloto representa la minoría, que provista de la habilidad y experiencia necesaria, tiene más derecho que ninguno a gobernar legítimamente; la tripulación de la nave es el pueblo que conduce sus asuntos en concordancia a sus impulsos, los fuertes sentimientos y los prejuicios, de donde se infiere que no dispone de juicio político maduro y ponderado. Entonces, el pueblo a los únicos líderes que es capaz de admirar son los aduladores: que es el empeño ciego de acoger a los políticos y honrarlos con la condición implícita, sin duda, que se presenten como celosos de los intereses del pueblo. Aquí surge la antinomia que no se busca al que pueda gobernarle con la seguridad que pueda hacerlo bien y éticamente, y no que aquéllos cuyo gobierno pueda ser útil a los demás supliquen a estos que se pongan en sus manos, así la comparación de los marineros con los políticos no es engañosa sino precisa. No puede existir en la democracia un liderazgo correcto, los líderes dependen del favor popular y actuarán, consecuentemente, para conservar su propia popularidad y posición. Hasta aquí el lector asentirá que el pueblo se equivoca menos cuando es un gobierno respaldado por la mayoría de un país.

Después de siglos las situaciones casi similares se reflejan como un oasis real, pues las democracias sufren incesantemente por las constantes y cada vez innumerables demandas populares. Así las democracias, para librarse las presiones del pueblo por reivindicaciones, justas o sobredimensionadas, iniciaron los procesos de privatización para que las demandas se trasladen a los privados. Es un estado de ingobernabilidad y, para evitarlo en las democracias, como se refirió, se acude a la privatización que, en los estados desarrollados y ordenados en su concepción tributaria y administrativa pueden resultar beneficiosos, pues no exportan materia prima. Diferente es este mismo proceso en los pueblos que fundamentan su economía en la exportación de materias primas y recursos no renovables, pues, el resultado en la mayoría de Latinoamérica fue un fracaso por la costumbre de defraudar a los Estados en la tributación, y porque la codicia de las empresas, que se adjudicaban empresas estratégicas nacionales, impedía que el país concesionario se beneficie de los resultados adecuada y honestamente y conforme a los contratos primigenios, mal concebidos en un principio pues eran inequitativos y hasta en la cláusula de eventuales discrepancias obligaban a los Estados a someterse a tribunales de arbitraje fuera de la jurisdicción del país, cuando toda ley de arbitraje preceptúa que el arbitraje debe realizarse en el país donde se origina la controversia. Dicho comportamiento de imparable esfuerzo para ingresar ingentes beneficios a las empresas adjudicatarias, produjo el resurgimiento del Estado empresario, nacionalizador y poderoso, que salvo las excepciones de rigor, están arrojando mejores ingresos para beneficio de la población y distribución equitativa de la riqueza, donde el control social asume un determinante rol protagónico para preservación de los intereses de la mayoría. De esta forma se aspira a un compromiso conjunto por el bien de la comunidad y por la justicia social se hace posible.

Como colofón se extrae que la democracia pese a sus disensiones y a sus vicisitudes de pervivencia en el decurso de los siglos es el sistema de gobierno, entre otros, el más sensato y consecuente a la imperfección humana.

(*) Abogado, posgrado en Interculturalidad y Educación Superior, Conciliación y Arbitraje, doctor honoris causa, docente, escritor.

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