Domingo 23 de julio de 2017
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Uno de los grandes vacíos que enfrenta América Latina hoy tiene que ver con la grave crisis que afrontan los dos gigantes de la región, México y Brasil. En un momento de inocultable transición más cargado de sombras que de luces para este complejo presente y para un incierto futuro, nuestras dos naciones más poderosas están azotadas por plagas de dimensión bíblica.
Para aquilatar la dimensión de las dos naciones debemos recordar que Brasil tiene una superficie equivalente al 47% de la extensión de América del Sur. México, si sumamos a este país norteamericano con América Central y la superficie terrestre del Caribe, representa el 72% de la extensión total de la citada región. La población de ambas naciones equivale al 53% de la población latinoamericana. El PIB de ambos suma casi el 60% del PIB total de América Latina y sus exportaciones se acercan al 70% del total de la región. Sus problemas, en consecuencia, son también nuestros problemas.
México enfrenta una crisis que se ha vuelto crónica. La decisión del Presidente Felipe Calderón (2006-2012) de militarizar la lucha contra el narcotráfico se volvió una guerra sangrienta. El resultado ha sido la multiplicación de carteles del narco, ruptura de toda regla en ese combate, traducida en crímenes brutales, ejecuciones arbitrarias, casi total impunidad de los responsables, complicidad policial con los criminales, un ejército salpicado por esa intervención, incremento exponencial del tráfico de armas desde Estados Unidos, desplazamientos forzados de personas y apogeo del crimen organizado en todas sus vetas. Sólo las dimensiones del país han impedido un caos total. La presidencia de Enrique Peña Nieto no ha podido frenar esta espiral. Los crímenes de los estudiantes normalistas en Ayotzinapa destruyeron su credibilidad en el tema. A pesar de las ambiciosas reformas del comienzo de su gestión, su liderazgo se ha erosionado dramáticamente envuelto además por la sombra de la corrupción. El crecimiento del PIB alcanzará a duras penas el 2%, marcando una modesta tendencia a la mejoría en un contexto previo recesivo. El resultado es un deterioro severo de la credibilidad de los grandes partidos y una gran incertidumbre en torno a las elecciones de 2018 en las que Andrés López Obrador, líder contestatario, aparece como un candidato con grandes opciones. En esta situación México no ha podido recuperar su natural rol de liderazgo regional que empezó a deteriorase ya desde el comienzo del siglo XXI.