Suicidios asistidos

El epígrafe nos refiere a la interrogante que desde hace no muchos años está insertada en la problemática de la humanidad que, naturalmente, genera incesantes debates e incorporación de las visiones jurídicas en sus respectivas constituciones. El inextricable problema, por ahora, se centra en que si es ético asistir un suicidio, promover un suicidio dotando al paciente de drogas mortales pero que el mismo sea el sujeto activo para tomarlas, no el médico, mantener la dignidad para morir o asumir la decisión de ya no ser apto para vivir cuando la persona enfrenta una enfermedad terminal o está imposibilitada de por vida en la motricidad.

Paradójicamente, la esencia de la vida esta encajada a un deseo de morir, y la prueba es que en los casos donde existe familia (esposa, hijos, nietos), es muy diferente el deseo de morir que una persona que se encuentra sola en un hospital.

En una reciente estadística practicada sin especulaciones y seriamente por estudiosos del tema, los porcentajes rezaron: 77% se expresaron favorables a una asistencia en la muerte, un 74% consideran correcta la decisión de morir a través de una inyección mortal; lo cual es una verdadera asistencia con equipos apropiados, dosis de medicamentos para un asistencia controlada y el paciente está consciente que el médico lo asiste para producir la muerte.

Europa, pese a su adelanto en la regulación jurídica de estos casos, está dividida sobre los suicidios asistidos. En Polonia, toda forma de asistencia para morir está prohibida penalmente, inclusive la indirecta; en Holanda está permitida, además que se facilita el medicamento mortal, previa receta del médico, aunque muchos médicos rehúyen involucrarse en estos tratamientos, por lo contrario, en Suiza existe el Programa para morir con Dignidad; es decir, el suicidio programado no está penado por las leyes a quienes brindan asistencia. Por esta razón se ha institucionalizado virtualmente el "Turismo para suicidarse", aunque parezca una fábula y se escribe fácil, no deja de retumbar en el subconsciente de las personas, en su opinión y hasta qué extremo se ha trivializado este acto, asignándole crudo pragmatismo.

En el territorio norteamericano la asistencia al suicidio está permitida en varios estados como Washington, Montana y Oregón; en este último está permitida la asistencia en el suicidio con una droga mortal, pero se protege de posibles malas utilizaciones, pues deben cumplirse determinadas exigencias o reglas.

En Alemania existe la prohibición a esta práctica y la estadística arroja que una década 10.000 personas se suicidaron, disgregando que la mayoría fueron hombres; afortunadamente este índice baja en la actualidad. En el Japón, el último tsunami mató a 20.000 personas y, paradójicamente, casi 30.000 personas ingresan al ámbito del suicidio.

La otra faceta de las estadísticas demuestra que cada caso enfrentado con un tratamiento cuidadoso y motivante para el paciente el resultado es el alejamiento de la idea de morir. En los casos de enfermedades terminales, existen grupos de paramédicos paliativos, cuando los médicos rehúsan tratar a estos pacientes, que los adiestran a administrarse medicamentos por sí mismos y, con ello, evitan el viaje a Suiza.

¿Qué significa morir con dignidad?, que el paciente tenga la autonomía para decidir y morir con dignidad, respetando su voluntad. Lo más equilibrado sería asistir a los enfermos con medicamentos, atención especial y calor humano como la expresión de sentimientos de solidaridad, sin embargo, no es aconsejable dejarlo solo.

Finalmente los hospicios o casa de retiro, son establecimientos de la vida no de la muerte, sin que se evite que de vez en cuando surja la melancolía.

(*) Abogado, posgrado en Conciliación y Arbitraje, Interculturalidad y Educación Superior, doctor honoris causa, docente, escritor.