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Domingo 16 de julio de 2017

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Cultural El Duende

Parasinonimia

16 jul 2017

Umberto Eco

No encuentro término mejor para indicar casos específicos de interpretación donde, para aclarar el significado de una palabra o de un enunciado, se recurre a un interpretante expresado en una materia semiótica distinta (o viceversa). Piénsese, por ejemplo, en la ostensión de un objeto para interpretar una expresión verbal que lo menciona, o en el caso inverso, que yo denominaría ostensión verbal, cuando un niño apunta el dedo hacia un automóvil y yo le digo que se llama coche. Lo que es común a ambos casos es que (salvo cuando se pregunta cuál es el referente de un nombre propio) se muestra a un individuo que pertenece a la misma especie para enseñar no el nombre del individuo sino el de la especie: si pregunto qué es un baobab y se me enseña un baobab, suelo generalizar, y me construyo un tipo cognitivo que me permite conocer en el futuro otros baobabs, aunque parcialmente distintos del individuo que se me ha enseñado. Igualmente, al niño que indica un Fiat, se le dice que se llama coche, y a partir de ahí el niño suele aprender rápidamente a aplicar el nombre también a, pongamos, un Peugeot o a un Volvo.

Son casos de parasinonimia un dedo apuntado que aclara la expresión ese, la sustitución de palabras con signos de la mano en algunos lenguajes gestuales, pero también en esos casos en los que, para explicarle a alguien qué es una chaumiére, dibujo aunque sea torpemente una casita con el tejado de paja.

En estos casos, sin duda, la nueva expresión pretende interpretar la expresión precedente o concomitante, pero en distintas situaciones de enunciación la misma expresión sustitutiva podría interpretar también expresiones distintas. Por ejemplo, sería un caso de parasinonimia la ostensión de la caja vacía de un detergente para interpretar (aclarar mejor) la petición Por favor, cómprame el detergente Tal; claro que, en circunstancias de enunciación distintas, la misma ostensión podría aclarar el sentido de la palabra detergente (en general) o aportar un ejemplo de qué se entiende por paralelepípedo.

En muchos de esos casos, queriendo usar "traducir" en sentido metafórico, muchas interpretaciones serían formas de traducción (y en el caso de un lenguaje gestual que reprodujera los sonidos de una lengua o las letras del alfabeto, serían incluso formas casi mecánicas de transcripción). Y digamos también que, en el paso entre algunos sistemas semióticos, estas formas de interpretación valen tanto como la interpretación por sinonimia en los lenguajes verbales, y con las mismas limitaciones que la sinonimia verbal. A veces, algunos parasinónimos se presentan in praesentia, por ejemplo, cuando en un aeropuerto al lado del rótulo verbal Salidas aparece también el esquema de un avión despegando.

Otros casos de parasinonimia se pueden definir difícilmente como traducciones, visto que entre ellos yo colocaría también el gesto, indudablemente fatigoso, de aquel que, queriendo explicar qué es la Quinta sinfonía en do menor de Beethoven, hiciera escuchar toda la composición (o más oportunamente, por metonimia, solfeara el célebre principio); pero parasinonimia sería, también, la explicación que daría aquel a quien se le preguntara qué es esa composición que está transmitiendo la radio, y dijera que se trata de la Quinta sinfonía en do menor. Naturalmente, también tendríamos parasinonimia si contestara es una sinfonía o es una de las nuevas sinfonías de Beethoven.

Desarrollo una sugerencia que encuentro en Calabrese y reconozco que el término genérico de Anunciación (por lo menos en el contexto de la iconografía tradicional) puede interpretarse mostrándome cualquier Anunciación, digamos de fra Angélico, de Crivelli o de Lotto: al igual que un niño entiende que son coches tanto el Fiat como el Peugeot, así yo soy capaz de entender cómo el tipo iconográfico "Anunciación" contempla algunas características fundamentales (una joven mujer arrodillada, una criatura angélica que parece dirigirle la palabra y, si queremos llegar a detalles típicos de ciertas épocas pictóricas, un rayo de luz que desciende de lo alto, una columna central, etc.), Calabrese propone también otro ejemplo tomado de Warburg: una figura femenina desnuda, en posición reclinada, con la cabeza apoyada en una mano que puede encontrarse tanto en las estatuas antiguas de Oriente Próximo como en las griegas que representan a las ninfas, o en Giorgione, Tiziano o Velázquez, o incluso en una publicidad de cruceros de principios del siglo XIX, no sería una cita, porque a menudo falta la voluntad de "entrecomillar" el texto de origen, sino que se trataría de una verdadera traducción.

Yo diría que se trata de interpretaciones parasinonímicas del término iconográfico Anunciación; pero se ha dicho que la traducción no se da entre tipos léxicos o iconográficos, sino entre textos (y con esto naturalmente está de acuerdo Calabrese), y, por lo tanto, difícilmente la imagen de Naomi Campbell, desnuda, en la posición indicada por Warburg, podría tomarse como una satisfactoria traducción de la Venus de Giorgione, aunque claramente se inspirase en ella y para el experto pudiera sonar como cita explícita. Se podría observar que este tipo de "traducción" parcial, en el fondo, respetaría un principio de reversibilidad porque también un inculto, tras haber visto la foto de Naomi Campbell, al ver sucesivamente a Giorgione, podría encontrar fuertes analogías entre una imagen y la otra. Pero incluso el más hábil de los pintores, que no conociera el texto fuente, sería incapaz de reconstruir exactamente la Venus de Giorgione a partir del retrato de Naomi Campbell y, siempre ignorando el texto fuente, tampoco conseguiría remontarse a la Anunciación de fra Angélico partiendo de la Anunciación de Crivelli.

Interpretar una anunciación como Anunciación implica "traducción" entre tipos (y Calabrese habla al respecto de modalidades semisimbólicas), pero no entre textos individuales y textos individuales, como sucedería, en cambio, si a partir de la reproducción en color del cuadro de Giorgione un pintor intentara remontarse (y podemos predecirle cierto éxito si le ayudan sus habilidades) al cuadro original. Pero, para estos casos, se habla de traducción intrasemiótica, como cuando en el siglo XIX se "traducía" un cuadro al óleo en un grabado en cobre.

Después de lo cual, podemos estar de acuerdo con Calabrese cuando observa: "No queremos decir en absoluto que cualquier texto que se refiera a otro es en alguna medida una traducción del mismo. Decimos sólo que se producen algunos efectos de sentido que constituyen en último análisis una transmigración y que pueden variar enormemente por integralidad o parcialidad de la "traducción". Ahora bien, se produce transmigración también cuando el cuento de Caperucita Roja pasa de Perrault a los Grimm, que cambian el final: en Perrault la niña es devorada por el lobo y ahí se acaba la historia, haciendo pesar su admonición moralista, mientras que en los Grimm la historia sigue y la niña es salvada por el cazador, con lo cual un final feliz indulgente y popular se sustituye a la severa lección barroca. Pero, aunque el final hubiera seguido siendo el mismo, la Caperucita Roja de los Grimm sería a la de Perrault como una paráfrasis es a un texto fuente.

Si se acepta, incluso en su versión más cauta, el principio de reversibilidad según el cual, en condiciones ideales, al retrovertir una traducción se debería obtener una especie de "clon" de la obra original, esta posibilidad parece irrealizable en el paso entre la representación genérica de un tipo iconográfico y la obra individual.

Que luego en iconografía e iconología sea útil usar parasinonímicamente términos que remiten a tipos visuales que transmigran de cultura a cultura, eso es otro asunto, utilísimo en el ámbito de un proyecto de historia de los temas artísticos, así como es útil poder hablar de coche o de automóvil tanto para un potentísimo y modernísimo Ferrari como para el lentísimo y anticuado Modelo T de Ford. Hacer una exposición de automóviles, desde los orígenes hasta hoy, o hacer una exposición dedicada a las anunciaciones, es como formar una biblioteca de poemas caballerescos o de obras maestras policíacas. El último libro noir de Carlo Lucarelli no "traduce" el primer libro de Edgar Wallace: sencillamente, pertenece al mismo tipo genérico (si conseguimos construir o postular un tipo genérico que comprenda a ambos), así como el género del poema caballeresco comprende, desde un determinado punto de vista tanto La chanson de Roland como el Orlando furioso.

¿Qué tienen en común casi todas las parasinonimias enumeradas (y la lista podría ser harto más rica)? Pues que en el proceso de interpretación se pasa no solo de un sistema semiótico a otro, como sucede en la traducción interlingüística, con todos los cambios de sustancia que conlleva, sino también de un continuum, o materia, a otro.

Veamos el peso que adquiere este fenómeno en la denominada traducción intersemiótica, que ya Jakobson llamaba transmutación y otros llaman adaptación.

* Umberto Eco. Escritor y filósofo italiano, 1932-2016.

De: "Decir casi lo mismo.

Experiencias de traducción"

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