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Domingo 16 de julio de 2017

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Revista Dominical

La voluntad, el deseo y la disciplina

16 jul 2017

Por: Álvaro Villarreal Alarcón

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Mirando a nuestro alrededor, podemos percatarnos de que cada obra realizada por cualquier persona requiere su esfuerzo, por más mínima que sea esta. Esa fuerza interna que nos mueve para cambiar nuestro entorno es la voluntad, puesto que, sin ella las grandes obras que ha hecho el hombre serían inimaginables, ya que es con el dominio de su voluntad, que el hombre descubre su verdadero potencial, y puede plasmarlo en el orbe; es así como el legado de las civilizaciones de antaño en todas sus formas, los monumentos, los escritos, los saberes, etc. Nos hablan de la grandeza de los hombres que hicieron tales maravillas, y que materializaron su tesón, su inteligencia y su destreza, construyendo una herencia digna de admiración para las personas de hoy.

Al hablar de voluntad, hay que saber definirla, para tal cometido los académicos la conceptualizarán de la siguiente manera, a saber: Potencia del alma que mueve a hacer o no hacer una cosa. Acto con que la potencia volitiva admite o rehúye una cosa queriéndola o aborreciéndola y repugnándola. Es la única facultad apetitiva racional del hombre. Elección de una cosa sin precepto o impulso externo que a ella obligue. Intención, ánimo o resolución de hacer una cosa. Amor, afición, benevolencia o afecto... consentimiento, asentimiento, aquiescencia.

Tras este desglose intelectual de la voluntad, comprendemos que esta no es solo la potencia de hacer cosas, sino también la resolución de no hacerlas. Y tal razonamiento no es contradictorio, porque en seguida nos damos cuenta de que, para realizar acciones y obras loables, hay que rechazar las que son censurables. En primer lugar, se visualiza la meta a alcanzar, y en segundo hay que renunciar a las distracciones de tal propósito, siendo así la voluntad una fuerza en dos direcciones, la primera va al encuentro de lo trazado, es decir acepta un reto, y la segunda es el sustento de tal misión, que consiste en resistir de forma estoica los deseos que sean contrarios al fin propuesto. Toda buena faena consiste en esfuerzo y sacrificio.

Llegados a este punto se hace imprescindible hablar del deseo, que es el estado mental conativo, que lleva, mueve o empuja a la gente a actuar de tal o cual manera. Y es precisamente éste el que nos hace sentir apego e identificación con el mundo exterior, ya que desearemos aquello que satisfaga las sensaciones de nuestros sentidos, haciéndonos buscar el placer en la vida, y dando como resultado vivir inconformes con nuestra realidad, persiguiendo una felicidad vacua: como dijo el filósofo francés Michel de Montaigne "Nuestro deseo desprecia y abandona lo que tenemos, para correr detrás de lo que no tenemos".

Voluntad y deseo son los dos polos de una misma cosa, ya que para realizar una misión primero debe nacer en nosotros el deseo de realizarlo, y mientras más grande sea esta aspiración, pondremos mayor determinación en hacerla real.

Sin embargo, tanto la voluntad como el deseo deben de ir de la mano de la conciencia y del autocontrol; para nadie es extraño, que el ser humano no solo siente buenos deseos, sino en muchos casos engendra en su ser aspiraciones egoístas y bajos instintos que cuya realización trae consigo sufrimiento ya que, al satisfacer nuestros impulsos sin una base ética, nos convertimos en verdugos de nuestro prójimo, hambrientos de placeres no se mide consecuencias para tal satisfacción onanista. Lamentablemente en la historia tenemos demasiados ejemplos en los que el hombre ha usado su voluntad al servicio de la maldad, con terribles consecuencias para él mismo.

La voluntad debe ser consciente, alimentada de valores morales, enraizada en las sabias tradiciones de los pueblos, siguiendo el ejemplo de hombres y mujeres que dieron lo mejor de sí, y cuyo legado perdura. Al seguir tales modelos las personas deberán auto-observarse, buscar en el fondo de sí mismos el origen de los malos deseos, y con voluntad heroica domar a la bestia concupiscente, convirtiéndose así en un ser que proyecta su belleza interior al mundo. Tal estado de conciencia traería al mundo una nueva época de Oro, ante tan noble misión rememoro la célebre frase del escritor Clive Staples Lewis "Ningún hombre conoce lo malo que es hasta que no ha tratado de esforzarse por ser bueno. Sólo podrás conocer la fuerza de un viento tratando de caminar contra él, no dejándote llevar."

Sin embargo, para la realización de los buenos deseos no solo basta con la voluntad, sino con un método que la concrete, una motivación intrínseca, que nos saque de nuestra zona de confort. Esto es la disciplina, entendida como autocontrol, que coordina las actitudes, con las cuales se instruye para desarrollar metas, o para seguir determinado código de conducta u orden. Sin disciplina ningún anhelo es realizable, solo con orden y constancia se materializan nuestros sueños. Sabemos muy bien que todos los hombres tienen sueños y aspiraciones, pero solo un puñado de estos, podrán verdaderamente cumplirlos, y son los que han sabido dominarse aclarar su mente, fijarse una meta y dirigirse a ella con férrea disciplina.

Debemos fortalecer nuestra voluntad, cultivar nuestros buenos deseos e imponernos un orden disciplinado, para así convertirnos en personas modélicas cuya vida es una lucha ardua contra la pereza, la abulia, y los malos deseos. Teniendo fe en que no se trata de utopías irrealizables, sino en la construcción del hombre integral, que con voluntad de hierro cumple con sus principios emanados de una autoridad divina, con el firme deseo de ser más que un simple animal racional.

El hombre vino al mundo para explotar sus potencialidades, para conocer, para construir, para hacer, porque cuando el hombre crea se recrea y se va conociendo íntimamente, y con ello conoce a su creador. El hombre no tiene mayor arma que su voluntad consciente ya que con ella la más difícil tarea es siempre realizable.

carabantxel@outlook.com

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