El de Reynaldo RamÃrez no es el único caso en el que un inocente es condenado por un crimen que no cometió. No es el primero ni tampoco será el último.
Si RamÃrez hubiera sido condenado en Texas, quizás habrÃa sido ejecutado y hoy no se hablarÃa de reparar el daño ocasionado. La falibilidad humana, que trae consigo la posibilidad de equivocarse, es el principal argumento para rechazar la pena de muerte.
Sin embargo, el hecho que Reynaldo siga vivo no significa que no se le haya causado un gran daño. Los juristas saben lo que significa la muerte civil, la privación de todos los derechos civiles y polÃticos de una persona. La legislación boliviana ya no incluye la muerte civil entre sus penas pero el deficiente sistema penitenciario hace que la reclusión sea efectivamente eso. Es cierto que los reclusos pueden votar pero, más allá de eso, y las ferias que organizan algunos penales, las condiciones de las cárceles hacen que los encierros sean degradantes e inhumanos.
Reynaldo RamÃrez Vale ingresó a Palmasola cuando tenÃa 25 años. Perdió su trabajo y a su hermano mayor y tuvo que vivir el dolor de saber que su anciana madre se convirtió en vendedora ambulante para sobrevivir. Vivió en condiciones inhumanas porque no tenÃa dinero para pagar privilegios en una cárcel que le pertenece más a los delincuentes que al Estado.
�l es una muestra, no la primera ni la última, de un sistema judicial y penitenciario que no puede mejorar ni siquiera con leyes de avanzada. Lo juzgaron jueces que no tomaron en cuenta las pruebas que lo exculpaban y se olvidaron que estaban decidiendo la vida de un ser humano.
Una disculpa no sirve porque no repara una vida destruida.
(*) Es Premio Nacional en Historia del Periodismo.
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