La religión folklórica

Oruro ostenta varios títulos que tienen que ver con el folklore que se ha ido verificando especialmente en las últimas décadas: Capital del Folklore, Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. Títulos que la sitúan en un alto nivel de expectativa, que se patentiza especialmente también, durante la Peregrinación del Sábado de Carnaval, momento cumbre de este arraigo folklórico orureño.

El entretenimiento por sí mismo empalaga. Y en este caso, no sólo se hace cansino y hastiador, sino que hasta dañino. A las constantes expresiones bailables por las calles, hay que añadir los inacabables desfiles de todo lo que tenga que ver con el sector educativo, desfiles con cualquier motivo, y siempre por las mismas arterias, eventos, muchos de ellos musicales, en los espacios de por sí ya reducidos de la zona central de Oruro.

Recuerdo muy bien que en la anterior gestión, la H. Alcaldía Municipal no autorizó la realización de una exposición pro vida en la Plaza 10 de Febrero, alegando que ese espacio no permitía efectuar este tipo de expresiones. Extraño, ya que una exposición pro vida no produciría ruido, ni suciedad, una actividad eclesial católica, totalmente distinta a todos esos ruidosos eventos que colocan a los habitantes del Centro de Oruro en un estado de estrés a causa de la contaminación acústica y asimismo de la suciedad que conlleva el paso de personas y espectadores, que comen y beben sin dejar sus residuos en los basureros, lo de las micciones en las paredes de las casas es ya vergonzosamente, un hábito consagrado de parte de quienes circulan nuestras calles, principalmente durante estos eventos.

Los inacabables ensayos de bandas es otro factor estresante.

El hombre de la era atómica no soporta la soledad y el silencio, y para combatirlos echa manos de un cigarrillo, del alcohol o las drogas, de un transistor o de un televisor, para huir del silencio, el hombre se echa ciegamente en brazos de la dispersión, de la distracción o de la diversión, y como efecto de esto se produce en el interior del hombre la desintegración, y ésta acaba por engendrar la sensación de soledad, desasosiego, tristeza y angustia: he ahí la tragedia del hombre actual.

Los grandes pensadores actuales que analizan nuestra sociedad, se extrañan de cómo no se vuelven locos más hombres y agregan que los complejos y numerosos mecanismos como los de evasión compensación, sublimación y alienación, impiden que esto ocurra, y todo esto sucede porque la interioridad del hombre es asaltada y abatida por la velocidad, el ruido y el frenesí, el hombre mismo es a un tiempo víctima y verdugo de sí mismo, y acaba por sentirse inseguro e infeliz.

José Luis Martín descalzo, sacerdote que tuvo gran experiencia humana en todos los estamentos de la sociedad llama a nuestra época: la generación del bostezo, y con una lámpara como la de Diógenes, sale a visitar nuestras avenidas, y en su ensayo «Razones para la alegría» nos transcribe sus experiencias:

«Es cierto que jamás se vieron tantas caras aburridas y desilusionadas. Y que parecen abundar entre los jóvenes más que entre los adultos. ¿Qué es la droga sino un último afán de escapar de la realidad, como quien, hastiado de los sabores cotidianos, sólo tiene paladar para los estridentes? "Tengo un aburrimiento mortal", nos dicen a veces. Y es cierto: viven en un aburrimiento asesino, que lentamente va asfixiando sus almas.

Y quizás el gran error está en que hemos pensado que el aburrimiento se mata con diversiones. Y la experiencia nos demuestra a diario que las diversiones son, cuando más, un paliativo, una aspirina que calma el dolor, pero no cura la enfermedad. Quien, porque se aburre, no encuentra otra salida que irse al cine o una discoteca, tiene una gran probabilidad de seguir aburriéndose de otra manera en el cine o en el baile. Contra el vacío, la solución no está en cambiar de sitio, sino en llenarse».

Hay que llenarse de algo trascendente. Hay que hallar un ideal que despierte el seso y excite la atención. Hay que aprender una afición que, al par que sea útil, resulte excitante para arrojarse a ella. Hay que enamorarse de un ideal permanente, relacionado con la persona misma, y entregarse a su realización.

Muchos se preguntan si a las autoridades, primeras responsables del bien común, no les afecta nada de esto. La respuesta es que no les afecta, porque muchas de ellas sólo están preocupadas de sus intereses personales o de grupo, y utilizan bien y hasta fomentan la estrategia antigua del «circo» para tener al pueblo distraído y adormecido.

Prácticamente los espectáculos permanentes, la distracción constante, han llegado a alcanzar una dimensión que bien puede decirse que se acerca a lo idolátrico. Sí, una idolatría del entretenimiento.

german_mazuelo_leyton@yahoo.com