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Domingo 02 de julio de 2017

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Cultural El Duende

Una conversación entre Roberto Brodsky y José Kozer

02 jul 2017

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Tercera y última parte

ENRIQUE LIHN

Cuerda floja de poeta funámbulo, de alambrista que puede matarse al menor fallo del tobillo, riesgo siempre suicida pero a la vez comedido, ya que la práctica constante permite el equilibrio y sostenerse en solitario en el aire. Hecho que, claro está, es un imposible y probablemente (no lo sé) acaba por macular la propia creación: de ser así lo acepto, no me quita el sueño, prefiero un cierto y relativo fracaso, y vivir en el aire, a no poder detentar (lo cual no rechazo, y quisiera ver equilibrarse en mí una especie de combinatoria aire y tierra, de poeta que hace vida práctica y a la vez revoluciona el lenguaje) la euforia tranquila de la libertad personal, que no deja de ser la de todos, si la misma se entiende desde un amor y una decencia de existencia en la que creo a pies juntillas.

Lihn en vida acaba siendo persona pública, escritores como tú y yo no alcanzamos ese estado por razones a plantear, somos personas privadas, poco implicadas en los espacios públicos que sospecho dejamos de necesitar. Al menos yo he dejado de necesitar ese espacio, incluso me opongo a la posibilidad de vivirlo, Cuba no me lo ofrece ni ofrecerá, y en mi interioridad esa "fantasía" ha dejado de operar.

Las formas que emplea Lihn, atrevidas en temática pero no en lenguaje, son más bien fijas (parten de sus propias fijaciones), las nuestras son formas en expansión, abruptos expansivos y densos que se mueven por vericuetos variables y multiplicándose todo el tiempo. En mi caso, eso explica la abundancia de escritura, en el tuyo no lo sé.

EXILIO

Ah, la palabreja, con sus concomitantes destierro, transtierro, ostracismo, migración, expulsión, y el negocio (no del alma que se decía en el barroco español) de catedráticos, escritorzuelos, damiselas y poetas normativos que hacen del tema exilio e identidad un estado doloroso, existencial, donde priman la injusticia y la falta de reconocimiento ajeno, y un poder que los patea mientras ellos, rencorosos, patalean, todo ello para mercar, protagonizar, hacerse visibles, estentóreos, y gozar de la prebenda que el poder sabe echarles, del espejismo de ciertas migajas que los envalentona y hace sentirse importantes, esos quince minutos que vaticinó Warhol.

A mí me dieron una sola patada una vez, y en el fondo sé que me la dejé dar, ya que tenía la opción de mover el culo a izquierda o derecha y que la patada pegara en el aire. Pero quería que me dieran el puntapié para así no tener que dudar de mi camino, el de la salida: y con esta un constante deslizarme, errar (que no es necesariamente error) y hacer vida equívoca, ambigua, centrada en un auténtico desconocimiento de todo y ante todo, intentando construir un espacio propio, sin duda con base en un lenguaje y una sintaxis, espacio voraz que me permitiera al menos conocer la totalidad, unas migajas (San Juan habla de las migajas caídas de la mesa de Dios, y lo decía con veneración y agradecimiento): virutas, un poco de aserrín, algo del fulgor de la herrumbre, la luz implícita del robín, y por ese camino adentrarme en lo pequeño, unos mínimos que me permitieran convivir con unos orígenes, células, quistes, corpúsculos, lo horrible y lo hermoso, y la hermosura del horror: y por esa poco transitada senda alcanzar un estado amoroso, erótico en el alto sentido de la palabra donde pudiera, como puedo, contemplar la vida del insecto, el nacimiento de la abeja, su vuelo nupcial que es a la vez conjugación de procreación y muerte, esa violenta relación natural entre el zángano (yo) y la reina madre (la naturaleza).

Y descubrir, entre otras muchas verdades, en este mundo ancho y ajeno que dijera Ciro Alegría, la verdad de la roya, de la filoxera, del cornezuelo, del hongo venenoso, del poZso y la hez, lo excrementicio que respeto y reconozco como una variedad más de la luz inconmensurable que se encuentra posada, aposentada, en una partícula ínfima, sílaba o letra de donde arranca el poema.

Entonces, ¿soy un exiliado?

¿Mi encontronazo con el poder me convierte en víctima?

Detesto el poder, lo desprecio olímpicamente, lo considero una de las formas más visibles del mal, y desde hace décadas vivo, como escribiera Machado, de mi trabajo, nada a nadie debo y algunos algo me deben. Esto en lo que se refiere a los pesos y los centavos.

Las cuentas claras y el chocolate La Española (anuncio de una marca de chocolate espeso de una época). Pero eso, trampa mayor para muchos, jamás me quitó el sueño, ya que mi vocación es la monástica, desde muchacho siempre quise hacer vida frugal, subir a la cima de la montaña, vivir con poco, estar lejos de la forzosa picaresca a la que el poder apremia y obliga. Trampa en concreto de escritores más que de pintores o compositores.

¿Soy entonces un exiliado? Por supuesto, sólo que para mí es lo de menos. Mi "exilio" es lo que Canetti llamó el escándalo de la muerte, he ahí el exilio, pero ya eso es de fuerza mayor, algo que cada vez me interesa, se me impone menos (el que lea mi poesía diría que mi única obsesión es la muerte, y yo respondería que para nada, la muerte es una laja que alzar para encontrar toda índole de formas, intuiciones, lenguajes, realidades, abstracciones, teologías y metafísicas, nada y qué, quién y dónde): mi "exilio" es, y aquí sí me comprometo de lleno, y no me arredro ni me corro, literario.

Soy, exiliado, para escribir; estoy forjado en un crisol y yunque me exilio para hacer escritura y más que nada escritura, de manera que el judío en mí vive para escribir y no porque es judío, ni para serlo, como el budista, el cubano, el japonés, el mundo cuerpo de que hablas, en mí, están ahí por amor de escritura: lo búdico, lo japonés aparente y espacioso, o ese mundo identificado con cuerpo que no es más que desaparición, ente a disolverse, acaban siendo escritura, letra última sin asidero.

Mi vida hoy por hoy tiene un centro con unas patas que conforman una especie de trípode: una pata me permite leer y escribir (en mi caso apuntes de prosa en cuadernos, y montones y más montones de poemas, de cuyo destino me desentiendo y cuyo contenido y forma olvido en menos de media hora, literal): una pata segunda donde hay una casa y en esa casa una mujer, Guadalupe, que es sustento y silencio, posibilidad y derrotero, casa que está en un sitio (el Place de que habla Charles Olson) y que puede encontrarse en cualquier lugar (Cuba en efecto, pero Cuba cuál y de qué): y una tercera pata que es el día a día, con base en una rutina que es un ritual, y que, las cuentas en orden, el saldo a fin de mes a favor, me permite hacer una vida ajena y alejada, bastante sosegada, donde me doy el lujo de vivir con poco y a mi manera, proteger a mis seres queridos, tanto vivos (Guadalupe, mis dos hijas) como muertos (para eso están los poemas) y ver correr el tiempo por cauces líquidos donde desde hace años puedo decir, con conocimiento de causa, que soy un hombre (bastante) feliz.

Como bien y sano, hago poemas día a día, leo lo que se me antoja y a gusto, atiendo al cuerpo y su salud, converso no con Dios como Machado sino con Guadalupe, trivializo, profundizo, y a la noche duermo a trancas y barrancas, dada mi edad, bastante bien.

¿Dónde está, por ende, mi exilio? ¿Soy, cómo, un exiliado? ¿Víctima, de qué? Por favor. Siempre he dicho con una sonrisa de lado a lado que, mientras otros hablan de temas y asuntos propios donde se sienten víctimas, yo escribo poemas.

Fin

Tomado de Letras S 5

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